El Salvador: A los tontos ni Dios los quiere
La rebelión de los diputados que controlan la Asamblea contra la Constitución, ha empeorado el caos generalizado en el que ha caído nuestro país. Este caos no se origina en un aumento en la indisciplina de la población. Las que se han desmandado son dos de las instituciones en las que la sociedad ha delegado el poder para establecer el orden democrático: los órganos Ejecutivo y Legislativo. El caos fluye de estas instituciones de tres maneras principales.
Primero, a través de acciones orientadas específicamente a destruir la institucionalidad del país como parte de un asalto del poder total. Segundo, fluye también a través de las acciones caóticas de un gobierno que no tiene instrucción notoria, ni coordinación ni planes pero sí una dosis excesiva de soberbia para actuar en donde no entiende y deshacer lo que, por funcionar bien (como la Ciudad de los Niños), expone la propia incompetencia. Tercero, del abandono de las responsabilidades para dedicarse a lujos obtenidos a costa del Estado.
El resultado es lo que estamos viendo, la economía a la deriva, la inseguridad rampante, la burocracia cada vez peor, la situación financiera del Estado en franco deterioro, la deuda cada vez más alta y los servicios del Estado cada vez peores. Pareciera que nos ha caído encima una plaga. Pero la verdad es que la plaga no nos cayó encima. Nosotros la elegimos.
Esta situación plantea una pregunta muy importante: ¿Cómo es que elegimos a personas que no sólo no tenían un plan, sino tampoco capacidad para gobernar, y tampoco el temple necesario para no volverse locos con las mieles del poder?
Cualquiera puede pensar que este momento no es el más apropiado para pensar en cómo caímos si lo que necesitamos es levantarnos y resolver los problemas que nos agobian. Pero es que nunca los vamos a resolver si seguimos cometiendo los mismos errores que nos han llevado a esto. Tratar de resolverlos Ignorando lo que nos llevó a ellos es como limpiarse una herida con las manos sucias.
El mismo diagnóstico de lo que nos ha pasado nos da la respuesta a la pregunta. Ha sido un error craso escoger candidatos basados sólo en supuestas popularidades, sin tener primero un programa de gobierno y sin evaluar la capacidad de esos candidatos para implementarlo y, en general, para gobernar. Habrá muchos políticos que dirán que lo más importante es la popularidad porque para gobernar hay primero que lograr ser elegido. Pero esta aseveración ignora tres puntos fundamentales: Primero, que concentrarse sólo en la popularidad crea los incentivos para que los políticos sean populistas, gente sin sustancia que dan prioridad a las apariencias sobre las realidades, exactamente el tipo de políticos que tenemos ahora y que nos han metido en este lío. Segundo, que si bien la popularidad puede ganarse durante una campaña, el carácter, la honestidad y la capacidad de gobernar no pueden adquirirse si no se han logrado obtener en una vida entera. La idea de que la incapacidad de un candidato puede ser compensada con un buen gabinete ha probado una y otra vez ser errónea, ya que, al fin y al cabo, el que escoge al gabinete es el que tiene las deficiencias.
Tercero, que una victoria electoral ganada eligiendo populistas es en realidad una derrota catastrófica para el partido supuestamente victorioso y para el pueblo en general. Esto es lo que le pasó a ARENA en 2004 y al FMLN en el 2009. Fueron victorias envenenadas. Para evitar seguirnos envenenando, hay que trabajar primero los programas, y luego definir candidatos en función del liderazgo que muestren para unir al pueblo alrededor de ellos. Si volvemos a hacerlo como en el 2004 y el 2009, vamos a repetir el 2004 y el 2009, y seguiremos alimentando el caos que nos consume. Y entonces no tendremos perdón, porque a los tontos ni Dios los quiere.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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