Aumenta la descarada ingerencia venezolana
Cuando la reciente destitución del ex presidente de Paraguay, Fernando Lugo, un incidente de extrema gravedad institucional quedó prácticamente ignorado. Quizás por el vértigo generado por el sospechoso frenesí regional destituyente contra el Paraguay que el referido incidente provocara.
Me refiero a la increíble ingerencia en los asuntos internos del Paraguay que protagonizara -en la propia ciudad de Asunción- el insólito canciller de Hugo Chávez: Nicolás Maduro, quien -en plena crisis política- convocara a una reunión a los comandantes de las fuerzas armadas del país guaraní, incitándolos abiertamente a la rebelión. Esto sucedió mientras el propio Maduro proclamaba, impertérrito, estar defendiendo el orden constitucional paraguayo.
Tamaña ingerencia golpista no generó la menor crítica regional y tan sólo derivó, como era inevitable, en la posterior destitución de los comandantes que se habían prestado, aunque pasivamente, a ser “interpelados” repentinamente por el canciller de un país extranjero, en su propio país.
Un nuevo incidente muestra así que el socio estratégico latinoamericano de Irán y Bielorrusia, Hugo Chávez, militar él mismo, sigue procurando infectar -con sus discursos y acciones- a las fuerzas armadas de otros países de la región. Esta vez el episodio que lo demuestra ocurrió en el Uruguay. Lo cual seguramente forma parte de una más amplia estrategia regional.
En una nota firmada por el prestigioso periodista oriental Claudio Paolillo, director del semanario “Búsqueda”, se denuncia recientemente, con todo lujo de detalles, el “desembarco del chavismo en el escenario político uruguayo”. Descarado.
A fines de junio, concretamente el 25 de ese mes -mientras simultáneamente sus compañeros de ruta aprobaban en Mendoza, en una curiosa reunión secreta, el ilegal ingreso de Venezuela al MERCOSUR- militares venezolanos adoctrinaban a sus pares uruguayos en un seminario acordado por el caribeño con el presidente Mujica.
Unos 210 oficiales y profesores del ejército venezolano se trasladaron -con sus uniformes- a Montevideo para dictar allí un curso (“cátedra”) a centenares de oficiales uruguayos en el propio Instituto Militar de Estudios Superiores de esa ciudad. Allí hicieron simplemente proselitismo y predicaron a los cuatro vientos el “socialismo” chapista, en conferencias que terminaban con el clásico grito “independencia y patria socialista”.
Apenas unos días después, un intelectual argentino, nos dice Paolillo, Miguel Angel Barrios, se definió -en ese mismo Instituto- como alineado con el “eje bolivariano” y cantó loas a la presunta “importancia geopolítica” de la actual Venezuela. Allí se refirió a la “Escuela Militar del Alba”, que aparentemente funciona en La Paz con el apoyo ostensible de Irán, país cuya misión diplomática en esa ciudad del Altiplano cuenta con nada menos que 145 personas, número que supera al de todo el cuerpo diplomático extranjero acreditado en Bolivia.
Una vez más, esto se organizó de espaldas al derecho. Porque la Constitución del Uruguay, como algunas otras de la región, contiene una norma (el Artículo 85, inciso 11) por la cual el parlamento de ese país debe “permitir o prohibir que entren tropas extranjeras en el territorio de la República”.
Ocurre que para los bolivarianos la ley es simplemente lo que opine o disponga Chávez. Su voluntad, entonces. Por ello quienes se responzabilizaron por lo sucedido sostuvieron que, al estar “desarmados”, los “docentes” militares venezolanos no calificaban como “tropas” y que, por esto, no necesitaban solicitar autorización alguna al Congreso oriental. Increíble, por cierto.
En este caso Mujica hizo valer su impactante (y gráfica) frase de que “la política está por encima de la ley”, con la que recientemente justificó haber ignorado a su propio canciller y violado abiertamente el tratado que gobierna al MERCOSUR. A la manera de moderno Luis XIV, para el ex tupamaro “Pepe” Mujica el Estado que -por mandato- conduce es él mismo.
También en esto vale aquello de “cherchez la femme”. Porque la siempre influyente senadora Lucía Topolansky (que es a “Pepe” Mujica, lo que Álvaro García Linera es a Evo Morales), que naturalmente debía haber abogado por la intervención necesaria del parlamento de su país, no lo hizo. Lo que no sorprende, desde que en una entrevista concedida a un medio argentino, ella había dicho, suelta de cuerpo: “Nosotros precisamos fuerzas armadas fieles al proyecto nuestro”. Lo que es distinto de “fieles al Uruguay”, a menos que -una vez más- se confunda gobierno con Estado.
Todo esto coincide con un cambio muy notorio en el escenario político uruguayo, motorizado por la forma en la que se condujo el reciente (triste) colapso de la aerolínea de bandera: Pluna. Enojada con la oposición por su reacción ante el escándalo de Pluna, la senadora Topolansky impulsa ahora la destitución de todos los directivos de agencias del Estado pertenecientes a los partidos de oposición que antes (siguiendo la tradición) habían sido invitados a “acompañar” la gestión de gobierno, colaborando en ella, como forma de integrar a su país y fomentar la transparencia.
Pero las cosas cambian y los rumbos se alteran en consecuencia. Un Uruguay distinto, políticamente -lleno de inusual intolerancia y volcado al “chavismo”- está apareciendo. Desgraciadamente. El que permite la ingerencia chavista, que no intenta siquiera disimular su andar.
Emilio J. Cárdenas fue Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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