Argentina: De la sintonía fina a la profundización, sin escalas
El primer semestre del año transcurrió, en la economía argentina, con más “cambio” que “sintonía fina”.
Al parecer, el modelo necesitaba una revisión tan importante que la Presidenta prefirió abandonarlo antes que pagar los costos de corto plazo de volver al camino del tipo de cambio real alto y superávit fiscal, que caracterizaron los momentos de esplendor económico de estos años.
Así, en materia cambiaria, prefirió terminar con veinte años de convertibilidad del peso, racionar la venta de dólares de las reservas y pesificar obligatoriamente las operaciones financieras e inmobiliarias, y prohibir el flujo de atesoramiento en moneda extranjera, aunque no los stocks acumulados, dando lugar a un doble mercado de facto. La alternativa hubiera sido pasar a una política monetaria independiente de las necesidades fiscales, establecer metas de inflación decrecientes y permitir un ajuste más rápido del valor del dólar.
Ligado a lo anterior, se optó por una política fiscal “discriminatoria”, ajustando sólo contra los enemigos políticos o los potenciales “no votantes” del oficialismo (básicamente, retiro de subsidios o racionamiento de transferencias a provincias, y presionando para más suba de impuestos provinciales), mientras que, para el resto, se usa una política expansiva financiada por el Banco Central.
La alternativa hubiera sido una política de ajuste fiscal más “general” y concentrar el gasto público en los servicios básicos y los sectores más necesitados, actualizando precios de energía y transporte gradualmente y suavizando, en todo caso, el ajuste, con una normalización financiera internacional.
Finalmente, en sectores “sensibles” de energía e infraestructura, que requieren inversión urgente, se está pasando del “capitalismo de amigos” al “capitalismo de Estado”. La alternativa, hubiera sido abandonar el capitalismo de amigos y pasar a un capitalismo competitivo, bien regulado.
Todo esto en un entorno internacional dominado por la crisis de la Europa Mediterránea, un lento crecimiento norteamericano, una cuasirrecesión en Brasil (made in su banco central) y una China desacelerando.
El resultado de todo este cóctel, hasta aquí, ha sido una moderada recesión en la industria. Una caída de la masa salarial real influida por el sector asalariado informal, con aumento del desempleo, y una inflación bien instalada en el 2 por ciento mensual promedio; una cuasiparálisis de todas las actividades inmobiliarias que involucran transacciones en dólares, y graves dificultades para exportar e importar. Mientras, el Gobierno intenta –con crédito dirigido– compensar las consecuencias de este menor crecimiento.
La pregunta clave es si el segundo semestre será igual, mejor o peor que el primero.
Ante todo, está claro a esta altura que gran parte de lo arriba descripto está aquí para quedarse, dado que forma parte de una decisión de política central del Gobierno. Obviamente, algunas cuestiones serán corregidas, como los plazos para exportar o las trabas para importar insumos críticos, y en ese sentido puede esperarse, en esas actividades, una mayor fluidez. También es probable que mejore la demanda brasileña en algunos sectores, aunque ello implica un menor saldo comercial neto.
Y es probable, también, algún repunte en los sectores relacionados con el crédito dirigido, aunque en el caso del sector de la construcción el freno de la obra pública juega en contra.
Pero también es probable que se “inventen” más restricciones, prohibiciones y limitaciones, y se profundice el capitalismo de Estado, expropiador.
Si Europa no empeora, el segundo semestre dependerá del “neto” entre el ajuste de la economía a esta nueva normalidad pesificada y trabada, y los efectos negativos de los nuevos inventos. En principio, podríamos seguir con esta recesión moderada en la industria y con un repunte modesto en el resto.
Pero el tema clave es que este nuevo modelo es, por definición, un esquema, como máximo, de bajo crecimiento.
Y es un esquema de bajo crecimiento porque no modifica el problema central, un clima antiinversión privada. Sólo se invierte con anabólicos, precios relativos fuera del equilibrio, alta inflación y aislamiento internacional.
Todo “mechado” con falta de justicia y deterioro institucional.
En síntesis, quizás un segundo semestre algo mejor, en un camino de largo plazo claramente peor.
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