Argentina: La locura en el poder
En estos días estaba releyendo un interesante libro de Vivian Green: La Locura en el Poder: de Calígula a los tiranos del siglo XX, en el cual analiza la vida de algunos tiranos del pasado que han sido tildados de locos, la naturaleza de su locura y las consecuencias de sus trastornos para la historia de sus respectivos países.
En el capítulo 3, Grenn habla de la locura de cuatro monarcas ingleses: Juan Sin Tierra, Eduardo II, Ridardo II y Enrique VI. Los tres últimos fueron destituidos y asesinados.
Juan Sin Tierra aplicó impuestos abusivos que generaron la sublevación de los nobles y obligaron al rey a firmar la famosa Carta Magna en 1215 por la cual se establecieron una serie de garantías y libertades.
Analizando el caso de Juan, Green se pregunta: ¿qué elementos concretos existen para proponer que era un desequilibrado mental? Y responde que Petit-Dutaillis propone que Juan padecía de un trastorno bipolar de la personalidad, porque su vida fluctuaba entre períodos de gran energía y otros de letargo.
Más adelante Green afirma: “Es probable que la falta de cordura del rey se revele con más nitidez en su inseguridad, que lo llevó a ser cruel y vengativo con sus rivales y a sospechar de todos, amigos y enemigos por igual. No dudaba en descartar a quienes le eran leales…Su círculo de consejeros era cada vez más estrecho y el soberano se apoyó en mercenarios extranjeros como Gerard d’Athis. A pesar de que era capaz y autoritario, finalmente Juan se vio envuelto en una situación que no pudo controlar. El déficit del Tesoro lo llevó a exigir altos impuestos a la nobleza, de modo que creció el descontento entre sus miembros”.
Green concluye de la siguiente manera: “Ahora bien, si no estaba loco, ¿puede asegurarse que era completamente normal? ¿Los rasgos de su personalidad, algunos heredados de sus ancestros, pueden haberlo llevado al borde de la locura? No sin reparos, le daremos el beneficio de la duda, si bien los ocasionales momentos de letargo, la ira y la crueldad, y la obsesiva desconfianza permiten sugerir que Juan fue víctima de un desorden agudo de la personalidad”.
Sobre Eduardo II Green analiza su relación con los hombres, pero al referirse a su reinado comenta: “El rey intentó hacerse de un grupo de súbditos leales, pero, a pesar de contar con el dinero para comprar cualquier apoyo, no tuvo éxito. Entonces decidió consolidar su poder mediante la acumulación de riquezas en las arcas reales por medio de la aplicación de impuestos abusivos y la confiscación de propiedades pertenecientes a los nobles de dudosa lealtad, lo cual limitaría el control que la nobleza ejercía sobre el monarca”. Y agrega más adelante: “Hacia 1323, el descontento alcanzaba a todos los niveles de la sociedad. Algunos habitantes de Coventry, irritados por la conducta del prior local…contrataron a un mago, John de Nottingham, para que asesinara al rey…Si bien el plan fracasó, demuestra el estado de desesperación del pueblo”.
El final de Eduardo II fue trágico. La reina Isabel, enfrentada con su esposo, consiguió el apoyo de un grupo de nobles que Eduardo había mandado al exilio en Francia y Eduardo tuvo que huir del trono pero finalmente fue capturado y asesinado.
Green considera que Eduardo ansiaba ser amado, pero era incapaz de dar y recibir afecto y que cuando estaba bajo presión tendía a perder los estribos, entre otras causas por ser una persona insegura.
Sobre Ricardo II la autora comenta que su biógrafo Anthony Bedford Steel cree que Ricardo era esquizofrénico, lo que explica las inauditas decisiones que tomaba y la desastrosa política que aplicó, decisiones que lo llevaron a un desgraciado final.
Dice Green: “Llegó a ser tan egocéntrico que estuvo al borde del narcisismo. Se vestía con ropas magníficas, se preocupaba por su aspecto y dedicaba mucho tiempo a su peinado”. La obsesión de Ricardo II, bisnieto de Juan Sin Tierra, era fortalecer su poder. Agrega: “Al igual que su bisabuelo, Ricardo pensaba que para ser un rey poderoso había que acumular una gran fortuna, para lo cual recurrió a métodos ilegítimos”.
Steel, su biógrafo, afirma que cuando enviudó: “su neurosis se agravó rápidamente y para él, el mundo exterior era un mero reflejo de lo que se había transformado en una idea fija: el sagrado misterio y la naturaleza ilimitada del poder real”.
Finalmente Ricardo tuvo que abdicar y lo dejaron morir por inanición confinado en el castillo de Pontefrac.
Vivian Green concluye que ninguno de estos tres monarcas estaban locos en un sentido estricto y considera que no fueron psicóticos sin neuróticos.
Saltando siglos y llegando al XX, en el capítulo 16 Green analiza los grandes dictadores del siglo pasado. La autora afirma que “un dictador es un político cuya mente, enferma de poder, va por un solo carril, y cuyo deseo consiste en imponer su voluntad y sus valores a todos los ciudadanos y eliminar a quienes no los aceptan. La búsqueda y la conservación del poder se convierten en el único objetivo de su existencia”.
Luego agrega: “Para reforzar su imagen, los dictadores necesitaban hacerla aparecer más imponente de lo que era, entonces buscaban la adulación pública, organizaban ceremonias grandilocuentes y fomentaban de magníficos monumentos. Además, necesitaban acabar con la oposición, fuera esta real o imaginaria. Pero en medio de todas las cortes de sicofantes y la adulación ilimitada, los dictadores estuvieron siempre aislados de la realidad y conservaron su personalidad trastornada, de modo que dentro del autoengaño en que vivían tomaron decisiones que quizás, en última instancia, bien pueden haber sido suicidas o autodestructivas”.
Por supuesto que el libro de Vivian Green es mucho más rico de los párrafos que extraje del mismo. Quedan muchos otros personajes de la historia para analizar. Lo cierto es que cuando leí este libor un par de años atrás, llegué a la conclusión que cuando se analiza la política y la economía de un país, no es un dato menor el estado mental de sus gobernantes o, como reza el título del libro, como influye en los países La locura en el poder porque muchas veces las decisiones de los tiranos no responden a un lógica determinada, sino a las arbitrariedades que sus caprichos los llevan a adoptar.
Obviamente que los economistas no podemos evaluar el comportamiento psiquiátrico de los gobernantes, solo preguntarnos por qué adoptan ciertas medidas. Y si no encontramos una respuesta lógica a esa medida, solo podemos decir las consecuencias de las mismas.
En síntesis, el libro, además de ser muy interesante desde el punto de vista histórico, me hizo pensar que la locura en el poder es una variable más a considerar cuando se formulan posibles evoluciones de la economía.
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