¿El año que viene en Madrid?
No era la primera vez que un par de políticos europeos entraba en Cuba con el fin de apoyar a la acorralada disidencia. Antes del fatídico suceso del pasado 22 de julio que le costó la vida a los opositores Oswaldo Payá y Harold Cepero, un buen número de activistas extranjeros había logrado contactar en la isla con grupos disidentes. A pesar de que la dictadura cubana penaliza cualquier ayuda a la oposición democrática, activistas a favor de los derechos humanos han conseguido distribuir ordenadores o fotocopiadoras que son útiles para difundir los dazibaos que el régimen de La Habana pretende sofocar.
Por esa razón cuando el español Ángel Carromero y el sueco Jens Aron Modig se dispusieron a viajar con el líder del Movimiento Cristiano de Liberación, y Cepero, figura emergente de la disidencia, con la intención de ver de cerca el brote de cólera que afecta a la parte oriental de la isla, no imaginaron que su periplo desembocaría en la trágica pérdida del opositor cubano más respetado fuera y dentro del país. A diferencia de Payá y el propio Cepero, habituados al constante acoso y las amenazas del gobierno castrista, el dirigente de las Nuevas Generaciones del Partido Popular y el político democristiano sueco seguramente creyeron que a su regreso contarían abundantes anécdotas sobre su aventura cubana. Basta con leer los últimos Tweets de Carromero desde Cuba, en los que hacía alusión a la necesidad de cambio en una nación que malvive bajo un sistema totalitario.
Pronto se cumplirá un mes desde que el vehículo que conducía Carromero sufriera un confuso siniestro en una destartalada carretera próxima a Bayamo. Ahora el joven español aguarda ser enjuiciado por homicidio involuntario después de que la Fiscalía cubana haya pedido siete años de prisión, tres años y medio de condena por cada una de las víctimas mortales que se cobró el “accidente”. En una sociedad con un verdadero Estado de derecho el principal imputado no habría sido filmado en un vídeo orquestado por la Seguridad del Estado y en todo momento su familia y representantes legales habrían tenido acceso al reo. Sin embargo, para desgracia de Carromero (por no hablar de las familias de Payá y de Cepero), está a expensas de las maniobras diplomáticas que se efectúan a la sombra. Los Castro son conocidos por los flagrantes chantajes políticos a los que recurren con el propósito de aleccionar a los extranjeros que se atreven a alentar una suerte de Primavera árabe en suelo cubano.
Tampoco ha servido de ayuda, más bien lo contrario, las declaraciones de Modig, amparado en la coartada de la amnesia más absoluta a la hora de recordar las circunstancias del suceso. La viuda de Payá ha insistido hasta el cansancio en que había indicios de que un coche Lada rojo (vehículo que suelen usar los esbirros del régimen) seguía al coche alquilado. Pero nunca se realizará una investigación independiente, Carromero se autoinculpó en un vídeo manipulado y Modig, antes de hacerse el sueco y a salvo en el exterior, implicó a la hija de Payá en la presunta organización de un grupo disidente que la muchacha ha desmentido. De hecho, con el avatar de @RosaMaríaPayá está empleando las redes sociales para exigir que se sepa toda la verdad sobre las extrañas circunstancias que rodearon la muerte de su padre y de Cepero.
Angel Carromero pasa sus días y sus noches en una celda de Cuba lamentándose cómo pudo su vida dar un vuelco tan radical, cuando su misión, como tantos antes que él, sólo era la de alentar a los disidentes a buscar avenidas para una transición a la democracia. En el accidentado camino de La Habana a Oriente su supuesto descuido –¿o acaso fue el pánico que le provocó la persecución de un ominoso Lada rojo?– dio al traste con las vidas de dos hombres valerosos que se lo habían jugado todo frente a la tiranía de los Castro.
“No es país para extranjeros ingenuos”, debe pensar el vicesecretario de Nuevas Generaciones al contemplar el techo de una celda que podría convertirse en su precario hogar mientras el gobierno español hace malabares con un régimen experto en extorsiones. “¿El año que viene en Madrid?” se pregunta hoy Carromero. Los exiliados cubanos llevan preguntándose hace más de medio siglo, “¿El año que viene en La Habana?”
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