Baño de nanas
Semana Económica, Lima
Durante una simpática parrillada a la que me invitaron en un
exclusivo club campestre en las afueras de Lima descubrí desconcertado
que, cerca de la piscina de niños, existe un “baño de empleadas”. Yo
frecuentaba ese mismo club en mi infancia, porque vivía a pocas cuadras
ladera abajo, y estoy seguro de que no existía tal cosa. Lo hubiera
notado, pues me habían impactado los relatos de mi madre que, a finales
de los años 50, quedó escandalizada cuando arribó a Estados Unidos a
estudiar y encontró que existían baños distintos para “hombres” y
“hombres de color”.
En la película The Help (Historias cruzadas), un grupo
de señoras promueve una iniciativa para hacer obligatorios los baños
especiales para criadas negras por miedo al contagio de enfermedades.
Como si el sur racista y semirrural de hace 50 años en EEUU reviviera
hoy en el Perú, me cuentan que en otro exclusivo club –en plena ciudad–
carteles en los baños infantiles prohíben explícitamente el acceso de
las nanas –no de todas las adultas–.
Ya que esto antes no ocurría, ¿es razonable relacionarlo con el
estilo de vida cada vez más exclusivo y sofisticado derivado del
reciente auge producto de la liberalización económica?
La libertad económica bien entendida y aplicada genera riqueza, pero
además democratiza, porque el comercio está abierto a todos sin
distinciones ni privilegios (SE 1001); a la larga no es compatible con
prejuicios raciales ni sociales (SE 1040). La prueba es que en la
historia de Occidente el afianzamiento del capitalismo y el decaimiento
de la discriminación han ido de la mano. No sólo el libre mercado sino
nuestra civilización toda se sustentan en el axioma de que no existen
categorías de personas. Distinguir entre “hombres” y “hombres de color” o
“mujeres” y “empleadas” equivale a implicar que los de color no son
plena y/o simplemente hombres, y que las empleadas no son iguales al
resto de mujeres que pueden usar un baño.
Ése es el mensaje que reciben los niños que asisten a esos clubes,
cuando más bien deberían estar siendo preparados para desenvolverse en
un mundo crecientemente diverso, igualitario y democrático, sobre todo
si en el futuro es probable que estudien en el extranjero, donde no es
siquiera concebible una “segregación sanitaria” como ésta.
Estos brotes de discriminación demuestran que entre las élites
peruanas hay todavía una minoritaria mentalidad premoderna que se
resiste a la extinción (SE 1211, 1225), a contrapelo de una mayoritaria
tendencia modernizadora e inclusiva que –sin nostalgia oligárquica (SE
1198, 1016, 1025)– reivindica y revaloriza el mestizaje, la autenticidad
y la diversidad (SE 1040, 1198, 1309).
Pero no hay que bajar la guardia. Aunque no pretendo que la ley
prohíba los baños para nanas o se inmiscuya en los clubes violando la
libertad de asociación (SE 1115), sí creo que hay que rechazar
explícitamente las perversiones sociales que hacen parecer que el
desarrollo puede convivir con la más primitiva mentalidad de casta, o
incluso con la corrupción (SE 1202). No sólo por imperativo lógico y
moral, sino también por salud emocional: si las nanas son
suficientemente buenas para quedar al cuidado de nuestros hijos (SE
1170) –en la práctica supliendo la ausencia de sus (y antes, nuestras)
madres– ¿por qué no lo serían para usar el mismo baño?
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