La vida low cost
Era cuestión de tiempo. El gigante sueco Ikea ha aprovechado el nubarrón
de la crisis económica para difundir aún más su impronta, que es la de
un modo de vida sencillo y asequible, pero no exento de estilo.
Desde
que sus famosas tiendas de muebles se multiplicaron en el planeta con su
distintivo logo azul y amarillo, ya no hay hogar que no tenga un
librero Billy, un sofá Ektorp o una mesa Stornás. Recuerdo, años antes
de que la cadena se instalara en España, un viaje a Copenhague con
motivo de la boda de mi hermano, en el que descubrimos que casi todos
los familiares de mi cuñada ya vivían instalados en el parejo universo
Ikea: maderas claras y decorados prácticos que simbolizan la alergia a
la ostentación que tienen los nórdicos. Poco tiempo después el resto
comenzamos a comprar muebles y enseres a un módico precio, con la
condición de ser capaces de armarlos siguiendo el manual de
instrucciones que los acompañan.
Bien, a Ikea, con el canto de
sirena de sus albóndigas y su salmón fresco en sus luminosas cafeterías,
no le ha bastado con estar presente en nuestros salones, comedores y
dormitorios. Ahora también ha desarrollado las viviendas Boklok, que en
sueco quiere decir “vivir inteligentemente”. Se trata de unos pisos
prefabricados, coquetos y funcionales cuyo precio oscila en torno a los
$86,000, pensados para familias monoparentales, jóvenes parejas y
jubilados. Estos complejos incluyen una pequeña zona verde con un árbol
del que, idealmente, los vecinos cuidarían hasta que dé frutos. Los
Boklok han sido un éxito en Escandinavia y la fórmula se está
extendiendo en otros países de Europa. Incluso en Estados Unidos una
compañía de Portland, en colaboración con la empresa sueca, anuncia unas
viviendas unifamiliares que están al alcance del bolsillo de muchos
ciudadanos que hoy en día no podrían permitirse comprar otra propiedad.
Teniendo
en mente a los que ya no se sienten a gusto sin su cómodo sillón Pöang y
las instalaciones de sus residencias “inteligentes”, los inversores de
Ikea están a punto de lanzar una red de hoteles de bajo precio en los
que, como era de esperar, el cliente se sentirá como en casa porque
volverá a dormir en una cama Malm bajo un suave edredón de plumas.
A fin de cuentas, de lo que se trata es de una filosofía de vida low cost,
adaptada a una realidad más precaria y cambiante. Digamos que la
“narrativa” del recorrido vital ya no consiste en nacer y morir en la
misma morada con los muebles de madera noble heredados de la abuela,
tras décadas trabajando para una empresa sólida que te compensa con un
generoso plan de jubilación. Sólo hay que ver los ingeniosos anuncios de
Ikea para comprender de qué manera resumen los cambios drásticos que
han experimentado las sociedades modernas: riadas de solteros,
matrimonios gays, hijos de separados que van y vienen de un hogar a
otro, ancianos que viven a solas, personas con empleos temporales,
profesionales que pasan más tiempo en los aeropuertos que en sus propias
viviendas.
En esta aldea global tan chica y tan grande a la vez;
tan concurrida por momentos y tan solitaria en ocasiones; tan volátil en
el amor, en el trabajo, en las finanzas y en los deseos más recónditos,
el mundo Ikea nos ofrece la oportunidad de sobrellevar la insoportable
levedad del ser de la que nos alertó Milan Kundera. En su microcosmo,
que es accesible, diáfano y modestamente etéreo, se puede entrar y salir
sin arrastrar el peso de los viejos baúles que en el desván guardaban
las dinastías de antaño.
Hay quienes acusan al concepto Boklok de
ser monótono en su voluntad de uniformarnos, pero para quienes tienen
vocación nómada y huyen de lo alambicado, cada uno de los escenarios que
se recorren en las tiendas Ikea es la reproducción de una existencia
sin mayores complicaciones en los asuntos materiales. Lo justo y
necesario para vivir sin derroche pero dignamente y con vistas.
Inteligente concepto para los tiempos que corren.
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- 23 de julio, 2015
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