La felicidad y el modelo
El último informe del Pnud ha generado un interesante debate sobre el
perfil psicológico de los chilenos. Al parecer, estaríamos frente a una
paradoja: estamos felices con lo que hemos logrado con nuestras
familias, pero molestos con una sociedad que no respeta la dignidad de
las personas.
Aunque no entraré en la discusión de cómo medir la felicidad, sólo
cabe reconocer que resulta muy difícil definir y por tanto medirla,
especialmente por una serie de aspectos que no se pueden observar, como
la cultura y valores subjetivos de las personas.
A raíz del resultado de esta encuesta, se ha planteado que la
felicidad no se alcanza con una mayor riqueza, y que mucho más
importante que el desarrollo económico, es la igualdad. Este enfoque
viene de principios de la década de los 70 y se denomina Paradoja de
Easterlin. Según ella, dentro de un país hay una relación positiva entre
ingreso y felicidad; sin embargo, entre países, cuando se supera un
umbral mínimo, esa relación desaparece. Aunque otros autores han
encontrado que la felicidad siempre aumenta con el ingreso, aunque a
tasas decrecientes, cabe preguntarse cuál es el camino para que la
sociedad chilena sea más feliz desde una mirada individual y colectiva.
Un primer aspecto tiene relación con la libertad económica. Así, por
ejemplo, cuando se revisa la información disponible del World Values
Survey, se advierte que de los 10 países con mayor felicidad y/o
satisfacción, ocho de ellos están entre los con mayor libertad económica
del mundo, mientras que en sólo dos priman políticas basadas en un
estado de bienestar.
Por otro lado, uno podría pensar que nuestro modelo de desarrollo ha
generado una cultura individualista que contrastaría con un sistema
donde la libertad se alcanza en la comunidad. Sin embargo, la realidad
parece no coincidir con esta visión. Según estudios comparativos del
voluntariado a nivel internacional, el porcentaje de población adulta de
Reino Unido -ícono de la libertad económica-, triplica el voluntariado y
duplica las donaciones de sus pares europeos. Luego, lejos de fomentar
el egoísmo, la libertad parece fomentar la participación y la
colaboración.
Con todo, se ha planteado que debido a la gran desigualdad que se
genera bajo nuestro actual sistema, la gente se sentiría infeliz y
frustrada. Si dicha infelicidad existiera, uno podría sostener que ella
no estaría originada por la desigualdad de resultados, sino más bien por
la desigualdad de oportunidades. En efecto, de acuerdo con la evidencia
internacional, la infelicidad no muestra ninguna relación con los
niveles de desigualdad económica. Vale decir, en economías que generan
más oportunidades, la sociedad valora la movilidad social que se genera y
comprende que la felicidad de cada uno depende del propio esfuerzo
individual y no de lo que los demás ganen o dejen de ganar.
¿A cuál sistema aspiramos? A uno que entregue todas las oportunidades
y en que el éxito final depende del esfuerzo de cada uno, o a una
sociedad más preocupada de forzar la igualdad de resultados. Creo que
debemos aspirar a lo primero: mejorar las oportunidades de las nuevas
generaciones (principalmente con más y mejor educación) y dejar que el
resto dependa del esfuerzo personal.
- 28 de diciembre, 2009
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