Negociaciones de paz con las FARC: ¿una buena idea?
El presidente colombiano Juan Manuel Santos anunció este lunes que su
gobierno iniciará negociaciones “exploratorias” de paz con las
guerrillas de las FARC, el grupo insurgente más antiguo de las Américas.
El anuncio, que era ampliamente esperado en las últimas semanas, es sumamente controversial en Colombia.
¿Está acercándose la administración Santos a ponerle fin a un conflicto
armado que ha durado más de medio siglo y que le ha costado la vida a
miles de colombianos? ¿O está el gobierno aceptando negociar con
terroristas, dándoles una oportunidad de reagruparse y continuar sus
actividades criminales como el narcotráfico?
Hay muchas razones para desconfiar de
las FARC. En 1998, el entonces presidente Andrés Pastrana lanzó
negociaciones de paz de alto perfil con los rebeldes marxistas.
Como concesión, Pastrana les cedió a las FARC el control de un
territorio casi del tamaño de Suiza. Los guerrilleros utilizaron esa
zona neutral como una base para consolidar su negocio de producción de
cocaína —el cual les provee un ingreso de alrededor de US$500 millones
al año—, fortalecer su reclutamiento, y lanzar ataques mortales a las
principales ciudades de Colombia. Para 2002, las negociaciones
de paz habían fracasado y la pregunta entre los corrillos en Washington y
otras partes del mundo era si el gobierno colombiano podría caer en
cualquier momento.
Fue entonces cuando entró en escena Álvaro
Uribe, quien fue investido como presidente en 2002 mientras Bogotá era
atacada con cohetes. Con la ayuda militar de Washington bajo el Plan
Colombia, Uribe lanzó una ofensiva en contra de las FARC y logró dar
varios golpes importantes a su liderazgo. Durante estos años, la mayoría
de los colombianos llegaron a darse cuenta de que estaban lidiando con
verdaderos terroristas y no simplemente con una insurgencia ideológica
de origen campesino. Los rebeldes de las FARC secuestraron a cientos de
ciudadanos, políticos y fuerzas del orden para exigir pagos por su
rescate. A algunos de ellos los mantuvieron secuestrados en condiciones
inhumanas en la selva por más de una década. Muchos murieron en
cautiverio. También atacaron con bombas a objetivos civiles en las
ciudades, matando a un gran número de personas inocentes. El 4 de febrero de 2008, millones de colombianos se lanzaron a las calles bajo el canto “No más FARC”.
La estrategia militar de Uribe resultó ser
exitosa en disminuir considerablemente la violencia en Colombia y
debilitar severamente a las FARC, cuyas tropas se redujeron en un 50%
durante la última década, hasta llegar a aproximadamente 8.000 soldados.
En 2010, Juan Manuel Santos, el ex
ministro de Defensa de Uribe y quien condujo algunos de los más exitosos
ataques en contra de la guerrilla, fue elegido presidente de Colombia
con un apoyo abrumador. Sin embargo, a diferencia del enfoque
de mano dura de su antecesor, Santos mostró desde el principio la
voluntad entrar en negociaciones de paz con las FARC, aún cuando su
gobierno continuó atacando a la guerrilla, e incluso llegó a matar a su
cabecilla Alfonso Cano en noviembre pasado.
A pesar de haber perdido a gran parte de su
vieja guardia, los rebeldes de las FARC han sido capaces de aumentar sus
embates en el último año, infligiendo dolorosas pérdidas en las fuerzas
armadas y sistemáticamente atacando la infraestructura energética del
país. La ola de ataques ha llevado a muchos colombianos a
preguntarse si las ganancias en seguridad por las cuales se luchó
arduamente bajo el gobierno de Uribe están siendo rápidamente
revertidas. Esto también ha generado interrogantes acerca del
liderazgo del presidente Santos. Vale la pena señalar que hace poco más
de un año, Uribe, quien sigue siendo muy popular entre una mayoría de
colombianos, rompió públicamente con Santos, acusándolo de, entre otras
cosas, ser débil hacia lo que él y muchos colombianos todavía consideran
un grupo terrorista.
He ahí el dilema: Algunos colombianos ven lo que Adam Isacson de WOLA ha descrito como un “impasse dañino”. Bajo
este argumento, la administración Santos haría bien en darle una
oportunidad más a la paz. Lo estaría haciendo bajo condiciones muy
distintas a las que había hace una década. Las fuerzas armadas todavía
tienen una ventaja en el campo. La economía está creciendo a un
paso muy saludable (aunque cada vez se vuelve más dependiente del
petróleo y de la minería). Y las ciudades y sus alrededores son mucho
más seguras ahora. La estrategia del gobierno, de acuerdo a esta teoría,
es presionar a las FARC al límite y luego forzar a las guerrillas a
negociar un acuerdo de paz.
Sin embargo, otros colombianos consideran que
Juan Manuel Santos está demostrando ser otro presidente débil como
Andrés Pastrana. Ellos sienten que el conocido apetito por
popularidad y reconocimiento internacional del actual presidente es el
motivo detrás de las negociaciones de paz, y que la última ola de
ataques de las FARC es el resultado de que la guerrilla se ha dado
cuenta que está tratando con un presidente débil. Los
escépticos indican que las fuerzas armadas no han logrado atestar un
golpe serio a los rebeldes en más de seis meses, tal vez siguiendo
órdenes de Santos. Además, indican que hoy en día las FARC son en gran
medida una organización narcotraficante con una estructura de comando
descentralizada. Mientras la producción de cocaína siga siendo una
industria altamente rentable, gran parte de las unidades armadas que
componen las FARC continuarán dedicándose a este negocio, sin importar
que ocurra con el proceso de la paz. Algo similar ocurrió con los grupos
paramilitares de derecha que fueron desmovilizados durante el gobierno
de Uribe, algunos de los cuales han reaparecido como bandas criminales
conocidas como “bacrim”. Yo además agregaría que los grupos
violentos de narcotraficantes son una plaga que acechará a Colombia
hasta que se legalicen las drogas.
Ambos lados tienen argumentos sólidos. Pero
yo estoy más de acuerdo con los escépticos. Acabar con uno de los
conflictos más largos y sangrientos del continente es un objetivo que
vale la pena intentar alcanzar. Sin embargo, no hay razón para creer que
eso es lo que las FARC quieren. Espero estar equivocado.
Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.
Juan Carlos Hidalgo es coordinador de proyectos para América Latina en el Cato Institute.
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