Apple gana a Samsung, los demás perdemos
Libertad Digital, Madrid
¿Copió Samsung a Apple? Sí. ¿La decisión de obligarla a indemnizar a
Apple con 1.000 millones de dólares es justa? Dadas las leyes en vigor
sobre patentes, diría que sí. ¿Obligará este juicio a las compañías
tecnológicas a innovar más, para evitar estos problemas en el futuro y
servir así mejor a los consumidores? No, obligará a las que puedan a
pagar licencias; las que no se lo puedan permitir evitarán meterse en
campos minados como el de la telefonía móvil, lo que a la larga se
traducirá en menos novedades, que correrán por cuenta de las grandes
compañías ya establecidas, que son las que cuentan con protección en
forma de patentes propias.
El tema de las patentes resulta espinoso. En su origen hay dos
propuestas éticas: proteger al inventor y reconocer que la propiedad
intelectual es tan digna de protección como la física. Pero según pasa
el tiempo parece más claro que en cada vez más sectores de la economía
las patentes retrasan en lugar de fomentar la innovación. Siguen
existiendo campos, como el farmacéutico, donde resultan imprescindibles
para justificar las multimillonarias inversiones en años de pruebas
médicas, necesarias –por ley– para poder sacar un medicamento al
mercado. Pero ¿en uno tan dinámico como el de la informática y las
telecomunicaciones? No.
La lista de patentes violadas por Samsung en este y otros casos
estudiados en tribunales de todo el mundo incluye dos por los diseños de
iPhone e iPad, el efecto de rebote al llegar abajo o arriba del scroll,
la forma de navegar por las fotos en el móvil; dos por el sistema de
bloqueo que se desactiva al deslizar el dedo, una del corrector
automático y, mi preferida, la que detecta números de teléfono o
direcciones de correo y te permite pulsar sobre ellas para abrir las
aplicaciones correspondientes. En su mayor parte son patentes de
software: cosas demasiado obvias para merecer protección alguna, pero
por lo que se ve muy lucrativas para litigar con ellas. Son la razón por
la que existe un movimiento muy amplio a favor de la prohibición de
este tipo de patentes.
En pocos campos se ha innovado más en tan poco tiempo como en el
informático, y no sólo no se observa con claridad en qué pueden
beneficiarlo las patentes, sino que más bien parecen un lastre. Imaginen
que un escritor hubiese tenido la feliz idea de patentar la historia de
chico conoce a chica. Todos los demás escritores, y los guionistas de
cine y televisión, tendrían que pagar a ese tipo por escribir historias
así, que en mayor o menor medida son casi todas. Seguramente muchos
cambiarían –a peor– sus textos para no buscarse problemas, pagarían al
listillo patentador de turno o directamente no publicarían. Así las
cosas, de beneficiarse alguien sólo lo haría –en un solo caso– el de la
patente. Pues bien, patentar software es algo parecido. Por eso debería
bastar con los derechos de autor.
Sí, todo el mundo, y no sólo Samsung, copió a Apple desde el momento en
que presentó el iPhone. No es algo que esté tan claro con el iPad, que
no dejaba de ser un concepto que llevaba décadas flotando en el aire.
Pero fíjense en el mundo del arte y el entretenimiento. Todos copian
aquello que consideran de valor y lo mezclan con sus propias ideas o con
las de terceros, dando lugar a cosas nuevas. Lo mismo pasa en el diseño
industrial, o en la informática. Apple fue la primera en poner en
exitosa práctica dos ideas novedosas. Su premio: ser la empresa más
grande del mundo. Parece claro que no necesita incentivos mayores.
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