Una declaración inusitada: Cristina y su pasada vida egipcia
El Imparcial, Madrid
La
presidenta argentina confesó recientemente que ella se sentía “la reencarnación
de algún gran arquitecto egipcio”, dada su infatigable vocación por construir y
su pasión hacer cosas. Ni siquiera un arquitecto a secas. Un “gran arquitecto”,
como corresponde a su investidura (el video está disponible en Youtube).
Semejante
expresión de modestia (y de conocimiento de las leyes del Karma), refuerza la
impresión de muchos acerca del menosprecio de nuestra primera mandataria hacia
todo aquello (instituciones, normas e historia) que no esté centrado en su
propia persona.
Se comprende, pues, que el slogan de una “Cristina eterna”,
lanzado oportunamente por la diputada Conti, no haya sido nunca desautorizado.
Más aún, en estos días se ha visto ratificado por las últimas declaraciones de
Carta Abierta (el espacio de intelectuales afines al kichnerismo) o incluso de
algún intendente de provincia que, sin medias tintas, aseveró: “Cristina dejará
de ser nuestra líder cuando el pueblo lo decida, y no cuando la Constitución lo
determine”.
Beatriz
Sarlo (una de las voces más esclarecidas y autorizadas que se han venido
alzando contra el gobierno) lo interpretó en términos precisos: “Si Cristina es
la única que puede garantizar la continuidad del proyecto, queda abierto un
interrogante: o se deja caer el proyecto en una decadencia final, que sólo
regocija a los enemigos de la patria, o hay que quitar los obstáculos legales
que impiden que el proyecto siga bajo su dirección única.
El pueblo aprueba y necesita el proyecto. A su vez, Cristina es la única que
puede dirigirlo. Si se respetara la letra de la Constitución, el pueblo
quedaría debilitado, despojado de su soberanía mediante el ardid de un
formalismo abstracto.”
Conviene
recordar que la Constitución que se pretende reformar (sea tan sólo para
habilitar la reelección indefinida o para avanzar sobre sus partes
programáticas) fue sancionada el 22 de agosto de 1994. Muchos de los
protagonistas de entonces integran hoy las filas del oficialismo y desde luego
una fracción importante del electorado es también la misma. Pero nada de ello
disuade a un gobierno que parece arrogarse el monopolio interpretativo de la
voluntad soberana del pueblo. Mientras ello ocurra y la presidenta, en
particular, sueñe con construir pirámides, será difícil evitar que la campaña
por la continuidad siga su curso.
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