Miedo ambiente en Argentina
Para
poder entender lo que acontece en el escenario nacional, es menester revisar
algunas páginas de nuestra historia. Así, se verá que la decadencia argentina comienza
conjuntamente con una dirigencia de ideas estatizantes, colectivistas y
totalitarias. Hablamos justamente, de las ideas que hicieron tambalear a Europa
en los albores del siglo XX. El viejo continente, por ese
entonces, veía surgir figuras como la de Benito Mussolini, Adolf Hitler y Josef
Stalin.
Personalmente,
no creo que los argentinos estemos frente un gobierno marxista. De hecho,
Cristina Kirchner no lleva ni ha llevado un estilo de vida afin a esa
ideología. ¿De dónde
surge entonces, el paralelo con los postulados de aquella doctrina? Sin duda,
en el deseo de perpetuarse en el poder. Y no hay modo de hacerlo sin someter al
pueblo. El sometimiento, si bien no es un dogma rígido,
requiere medidas similares a las que fueran enarboladas en la época donde los
criterios marxistas prevalecieron.
Otra
sinonimia es la ejecución exacta de la sentencia esgrimida por Maquiavelo: “el fin justifica los medios” Bajo
ese postulado, se desdibuja todo limite. Valiéndose de esas premisas, la
Presidente y su séquito, han armado una suerte de andamiaje para sellar la
hegemonía política.
Ahora
bien, la democracia surgió en su momento, como un sistema liberador,
estableciendo el Estado de Derecho. Donde
hay sumisión, el gen democrático es avasallado. Es imposible
que ambos convivan en el mismo plano. Habría
que preguntarse hasta que punto seguimos bajo la orden del pueblo soberano,
porque limitarse a votar cada tanto, dista considerablemente de la definición
que diera Alexis de Tocqueville, su más agudo mentor.
Lo
cierto, es que vuelve el Estado dominante y el temor como herramienta de manipulación.
La frágil memoria de los argentinos propicia estas maniobras. No éramos más soberanos, ni nos
comunicábamos con premura, y a costo moderado cuando dependíamos de ENTEL. Ni
SEGBA nos otorgaba un nacionalismo automático. Esos son, en realidad, los
verdaderos “mitos
urbanos“.
¿Desde cuándo se es más argentino por estatizar un
servicio?
Estamos
volviendo al pasado con un agravante, la historia ha sido desnaturalizada, y
vuelta a narrar según las necesidades de turno. El ayer ha sido “sacado de contexto“, como le gusta decir al gobierno.
Asimismo,
es dable admitir que el primer error fue subestimar la habilidad de los
Kirchner para avanzar rumbo a sus fines. Ellos
redujeron la Argentina al tamaño del territorio santacruceño. Ahora
bien, obsérvese en que situación llega Santa Cruz a este presente. El feudo del
kirchnerismo esta quebrado, cercenado y al borde de una intervención,
operaciones políticas mediante.
Cristina Kirchner reconoce que no seduce, tiene los
números que miden su imagen. Simultáneamente, sabe que sin plata no hay poder
que valga. En ese trance, el paso inevitable para sumar control era el
amedrentamiento. De allí, su nada improvisada “gracia”, aseverando que debe
tenérsele “un
poquito de miedo“.
La
Presidente sabe con creces, que es tiempo de paralizar cualquier intento por
ponerle un freno. Después es tarde. Los ciudadanos y la “oposición” pueden dar
fe de lo que implica perder el tiempo.
¿Y de qué manera se paraliza al
pueblo? La forma más sencilla que la historia registra, es apelando a tácticas
tendientes a instalar temor en la gente. No hay nada original, nada nuevo.
Se
atribuye a Tácito, haber descubierto y puesto en evidencia, el carácter
netamente político del miedo. Hobbes, de algún modo, lo legitimó, al sostener
que es el sentimiento civilizador más profundo. “El miedo madurado en razón es el mejor fundamento del
Estado Civil”
Haber
creído que el siglo XV florentino fue la culminación de la política, como
ejercicio del poder sin contemplaciones, fue un garrafal error. Lo advertimos a
simple vista, por experiencia. La vigencia del análisis de Maquiavelo es
indiscutible: el
gobernante prefiere que se le tema, si no puede hacer que se le ame.
En
ese baile está Cristina. La metodología tampoco es original. El sometimiento se basa
principalmente, en tres pilares: 1- conceder premios, 2- infringir castigos, 3
– cambiar las creencias o sentimientos del súbdito. Kurt Hold
consideró al miedo como el paradigma de poder, al definirlo como “la posibilidad de hacer daño”.
Se
comienza generalmente, por la amenaza, definida como acción o palabras con que
se intenta infundir la sensación de peligro en otra persona. De algún sutil
modo, avisa que puede haber daño o represalia. Allí precisamente, descansan las
palabras de Axel Kicilloff respecto a Paolo Rocca: “Habría que bajar el precio de la chapa
y fundirlo, pero no lo vamos a hacer, aunque habló mal de nosotros“.
Contundente, clarito… Una de las pocas veces quizás, en que los funcionarios y
ministros dejan de lado los eufemismos.
La
amenaza saca a relucir la capacidad de una persona de hacer daño. Siguiendo ese
razonamiento, se me dirá que, un padre amenaza cuando le dice al hijo que no
saldrá a jugar, si no hace la tarea del colegio. Pues, ciertamente, es así. Por eso hay que agregar que la
legitimidad de la amenaza depende de la legitimidad del objetivo, y de quien la
fórmula.
¿Dónde está la legitimidad de un
tercer periodo presidencial, no contemplado siquiera por la Constitución
Nacional?
El
miedo que intentan propagar, impulsa a obrar de determinada manera. Quién
suscita temor se apropia, en gran medida, de la voluntad de la víctima. Está
quien quiere hacer daño y quien quiere sojuzgar. Hoy, el oficialismo parece
querer ambos. La sociedad es amenazada, y maltratada hasta por cadena nacional.
Hay además, una conocida ley sociológica según la cual,
cuando una sociedad siente miedo aspira tener un brazo fuerte que la salve. En
esas circunstancias, está dispuesta incluso a cambiar libertad por seguridad. Y
cuando eso sucede, no hay marcha atrás.
En ese sentido, puede compararse a la Argentina con una
mujer golpeada.
El gobierno oficia como marido. Ataca, amedrenta y domina. Así logra que aflore
una conducta característica en esas situaciones: la sumisión. ¿Es necesario
responder qué busca Cristina?
Argentina es pues, esa mujer golpeada que resiste, que
vuelve a creer, que duplica la apuesta, y vuelve a ser golpeada, pero igual se
queda. De irse debería generar su propio sustento. Se trata de un círculo
vicioso que, únicamente, se rompe con valor.
Valiente
no es el que no siente miedo, ese es el impávido, el insensible. Valiente es quien no le hace caso, y
se atreve a cabalgar sobre el tigre, decía Hemingway.
Argentina
tiene que optar hoy, entre el bastón que llevaba Balzac o aquel que usara
Kafka. La decisión no es arbitraria. El primero tenía esta inscripción: “Yo rompo todo“. En el otro se
leía: “Todo me
rompe a mí“…
Gabriela
Pousa
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