Los kamikazes del régimen venezolano
Todo
sorprende en este país, incluso la audacia de mucha gente. Entiendo que los
promotores de la campaña del candidato-presidente echen mano de cualquier frase
o expresión para exaltar sus pretendidas fortalezas, sus supuestos logros en
estos trece años de gobierno, su continuo perorar sobre lo que tiene pensado
realizar, pero que nunca hace; en fin: de su eterna promesa de un país mejor
que no aparece por ningún lado. Eso forma parte del denominado mercadeo de la
imagen, y se "comprende". El papel aguanta todo, pues. Pero leer en
las paredes expresiones como "Chávez forever" ("Chávez por
siempre", o "para siempre", como sería mejor traducir) es
pedirle demasiado al entendimiento y a la razón, es agregar la gota que colma
al vaso; es tener la triste sensación de que aquí hay personas que de la misa
no saben ni la mitad, y pretenden que tranquilitos los otros se lancen por el
vacío con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Los kamikazes del régimen!
En
otro país con gente normal, con políticos normales y con campañas electorales
igualmente normales, una expresión como la citada, no sólo sería inaceptable
por denotar de inmediato la perpetuidad en el poder (que contraviene la esencia
de todo sistema democrático), sino que implicaría la pérdida inmediata del
apoyo popular y de la confianza de quien osó irrespetar de tal forma a los
electores y a la nación. Ese "para siempre", que resulta musical al
relacionarse con viejos y manidos temas (por cierto, llegados del imperio), no
es inocente, ni implica tampoco una frase puesta como para llenar un
formulismo, sino que tiene hondas implicaciones de orden socio-psicológico
estudiadas desde hace tiempo por los especialistas.
Sin
más, ese "para siempre", alude a los sentimientos y a las emociones
recónditas del ser humano, y toca una atávica fibra conectada por la vía de lo
telúrico con nuestro anhelo genésico de querer formar parte de una familia, de
un clan, de una tribu, o de un país, y el sentirnos parte y todo de un mismo
tiempo histórico. Como seres ávidos de cariño e identificación, los humanos
buscamos con afán todo aquello que simbolice la unión con el otro, el estar en
contacto, el que nuestros afectos nos acompañen siempre como una especie de
maleta afectiva que cargamos desde la juventud hasta la vejez, y no deseamos
desprendernos de ella. Los afectos son tatuajes profundamente marcados en
nuestra psique individual y colectiva.
Sin
embargo, lo que paradójicamente olvidan (o desconocen) los artífices de la
campaña del candidato-presidente, es que el "para siempre" sólo
funciona como anclaje si existe entre nosotros y ese "otro" (objeto
de nuestra atención), una verdadera relación afectiva que nos mantenga atados
para toda una eternidad, como en los casos de una sana relación de pareja, de
una sólida relación filial padres-hijos, o de una amistad a prueba de misiles.
No puede haber, por lo tanto, como se evidencia en el presente caso, una
tergiversación emocional que se traduzca en una relación de amor-odio, porque
el anclaje termina por bloquearse hasta el punto de surtir un efecto contrario:
"la repulsión". Y eso es lo que está sucediendo ahora, en este
preciso momento electoral.
Se
observa en los electores un cansancio, un hartazgo, una repulsión por la imagen
del candidato-presidente (ergo, por lo que representa), rayano en la náusea. El
anclaje que existiera entre Chávez y sus "masas" se rompió de manera
estrepitosa hasta convertirse en una especie de desazón e incomodidad, sólo
verificables entre el "yo" personal (y el colectivo) y el "otro"
en casos tan emblemáticos como los abruptos rompimientos producto del desengaño
amoroso, o el que ocurre con frecuencia entre padres e hijos (o entre viejos
amigos) que se sienten de alguna manera traicionados y desengañados en su fuero
interno y exclaman con fuerza: "¡no más!".
El
solo hecho de plantearse siquiera la posibilidad de un "para siempre"
entre quienes se ha roto los lazos afectivos, es equivalente a aceptar una
tortura china, un dolor inexplicable; o sencillamente vivir sin remedio
consumidos hasta el final en las llamas de un verdadero infierno personal o
colectivo. Es pedirle a la víctima que se abrace con ternura a su
victimario. Es pedirle al miembro maltratado, agredido, vilipendiado y
humillado de una pareja enferma, que acepte de buenas a primeras las repentinas
pretensiones "amatorias" (hasta con corazoncito atravesado y todo)
por parte del otro. Es pedirle a toda una nación que se inmole por quien le ha
propinado de manera reiterada un terrible sufrimiento, que va más allá de las
meras fibras y nervios incluso de la razón y el intelecto , para adentrase en
lo inasible, en lo pérfido, en el morbo; en la espantosa sensación de extravío
en medio de las tinieblas.
- 23 de enero, 2009
- 23 de junio, 2013
- 7 de marzo, 2025
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