Los negacionistas

SALAMANCA. De manera muy sobria y con
natural continencia, pero con mucha solemnidad –pensándolo bien lo solemne es
inseparable de las dos primeras circunstancias– los Estados Unidos recordó el
undécimo aniversario de la catástrofe que abrió las puertas del siglo XXI: el
atentado contra el World Trade Center, de Nueva York.
En
estos días, muchos canales de televisión echaron mano a películas que se
hicieron sobre el “S-11” como los americanos han dado en llamar, lacónicamente,
a lo que no se puede nombrar de otra manera. Quizá se deba a la abundancia de
información con que somos bombardeados cotidianamente que hemos llegado no a
tener todos los datos necesarios para poder reconstruir y juzgar una historia
–conste que a veces es la Historia– sino, por el contrario, entramos en una
fase de aletargamiento y estupidez, incapaces de reaccionar racionalmente.
La
reacción más directa a ello es el negacionismo. No importa de qué se trate; no
importa lo evidente de sus manifestaciones; no importa cuán enorme puedan ser
tales hechos, pero la tendencia es simplemente negarlos; negarlos con tozudez
impropia de quien se siente un ser pensante. Tal negacionismo va desde el
Holocausto –el actual gobierno de Irán lo hace como arma de propaganda contra
Israel– hasta “la mano de Dios”, que todos vimos encarnarse en la mano de Diego
Maradona para meter aquel famoso gol contra Inglaterra en el Mundial de Fútbol
de 1986.
El
11 de septiembre también tiene sus negacionistas. Como resulta imposible no
reconocer lo cierto que fueron esos dos aviones estrellándose contra las torres
del WTC, un cineasta rodó una película negando que esa misma mañana un avión se
estrellara contra el Pentágono, en las afueras de Washington, ni que otro
avión, que quizá se diría a la Casa Blanca, hubiera caído en un bosque de
Pensylvania, posiblemente a causa de la resistencia heroica de sus pasajeros
que intentaron evitar un desastre mayor. En el colmo de su irracionalidad, los
realizadores de la película llegan a negar que eso que se ve en las fotografías
se trate del timón de cola de un avión o parte de su fuselaje destruido.
También
hay gente que niega que el hombre haya pisado la Luna y que todas las imágenes
que existen se rodaron en un estudio de Hollywood en donde los decorados,
felizmente, esta vez fueron un tanto más realistas que aquellos que utilizó el
francés Georges Méliès en su célebre “Viaje a la Luna” de 1902.
Con
la misma sobriedad que los norteamericanos utilizaron para recordar esta
tragedia, sus casi tres mil muertos, debemos reflexionar sobre lo que significa
este acto terrorista; cualquier acto terrorista. ¿Logró Bin Laden, cabeza única
entonces del grupo Al Qaeda, hacer un mundo más justo? ¿Vivimos ahora en un
lugar más seguro? ¿Se han vengado todas las injusticias? ¿Se han reparado todos
los errores? ¿Se les ha dado satisfacción a todos los muertos del mundo
islámico y el mundo cristiano? ¿Se dejó correr la sangre necesaria para lavar
los honores mancillados? ¿Será que Dios o Alá, que deben ser la misma persona
pero con diferente nombre, han querido este sacrificio como cuando le pidió a
Abraham que sacrificara a su hijo Isaac? Solo que en este caso no llegó a
tiempo el ángel enviado por Yaveh para detener el sacrificio.
Muchos
pueden sentirse más protegidos negando el hórrido espectáculo: 200.000
toneladas de acero, 325.000 metros cúbicos de cemento sirviendo de tumba a casi
tres mil personas inocentes, ajenas al conflicto que no tiene razón de ser
entre dos culturas de oriente y occidente. Para tranquilidad de los
negacionistas hoy no queda nada de aquello en la “Zona Cero” más que los
nombres de las víctimas escritas en mármol negro, las fotografías de los
bomberos que fueron arrastrados por la tragedia pegadas en la pared exterior
del cuartel y ramos de flores que gente desconocida, dejó en cualquier parte de
la acera.
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