La China que impulsó el otro Mao
LOOMINGTON, Indiana.- En esta bella y prestigiosa
ciudad universitaria me entero del homenaje que se le ha realizado a un
influyente pensador chino llamado Mao. Vive en Pekín y ha sufrido en
carne propia, a lo largo de ocho décadas, los avatares de su país. Pero
no se trata de Mao Zedong (o Tsé-tung), sino de un valiente y culto
personaje que comparte sólo el nombre con aquel líder, pero opina y
actúa de un modo radicalmente distinto. Ha sido oportuno este homenaje
para exhibir a quienes -desde las sombras, la cárcel, la tortura y
diversas otras formas de opresión- han conseguido finalmente encauzar su
patria hacia un potente desarrollo. Se llama Mao Yushi. Fue distinguido
con el consagratorio premio Milton Friedman del Cato Institute por sus
aportes a la libertad y el progreso de China, y que sirven al resto del
planeta.
Estudiaba ingeniería cuando triunfó la revolución que
instaló en el gobierno al Partido Comunista. Sufrió personalmente la
devastación que se puso en marcha por una maquinaria que respondía a
ideales tan utópicos como alucinantes y totalitarios. Fue testigo de los
genocidios perpetrados para alcanzar un bienestar que sólo llegaba a
los detentadores del poder. Sufrió azotes, hambre y marginación. Vio
caer a muchos familiares y casi todos sus amigos.
No obstante, mantuvo su anhelo por disipar la anestesia
que encadenaba a su pueblo. Hasta se salvó del tornado avasallante que
fue la Revolución Cultural dirigida por la fanática esposa de su tocayo.
Perseveró en su actividad científica y política a pesar de los
obstáculos. Finalmente, llegó a influir en muchas cabezas del partido. A
fines de la década de los 70, tras la muerte del dictador Mao
(Tsé-tung), el noble y sufrido Mao (Yushi) consiguió que se estudiaran
sus propuestas.
Deng Xiaoping -curtido luchador, denigrado y
reivindicado- encabezó una revolución diferente. Con la máscara de Mao
Tsé-tung se pusieron en marcha las ideas de este otro Mao, tan
diferente. "No importa si el gato es blanco o negro, importa si caza
ratones", comenzó a decirse. Con su sabiduría milenaria, el pueblo chino
optó por mantener el retrato del líder muerto mientras activaba una
política que aquél jamás hubiera aceptado. Los verdaderos progresistas
tuvieron que soportar la resistencia de la "la banda de los cuatro",
integrada por altos dirigentes del Partido Comunista empeñados en
mantener una China paralizada por el fracasado modelo. Ayudado por las
movilizaciones de un pueblo que ya no quería más servidumbre, Deng se
convirtió en el verdadero hombre nuevo de China, pese a su edad, y lanzó
una audaz política de reformas llamadas "modernizaciones": agrícola,
industrial, científico-técnica y de defensa. Como eje se resolvió
proteger la actividad privada, que había sido demonizada.
Se pusieron a la luz las tesis de un otro Mao (Yushi).
En lugar del asfixiante encierro que producía un implacable
stalinismo-maoísmo, se liberalizó la economía y abrieron anchos espacios
para la actividad privada. Era una herejía en el campo del marxismo
tradicional. Por todo el mundo, quienes se habían quedado en la ciega
idolatría de un sistema decadente, no salían de su estupor. Ahora el
artículo 11 de la Constitución dice: "Los sectores no públicos de la
economía tales como el individuo y los sectores privados, operando
dentro de los límites prescriptos por las leyes vigentes, constituyen un
componente importante de la economía de mercado socialista. Por eso el
Estado protege los derechos legales y los intereses de los sectores no
públicos".
Para conseguir el aflujo de inversiones extranjeras, el
temerario gobierno mejoró sus relaciones con los países capitalistas,
avanzó en el respeto de los derechos humanos que habían sido ignorados
por el maoísmo (sin conseguir aún su respeto irrestricto,
lamentablemente) y estableció sólidas bases en defensa de la propiedad
privada. Al principio hubo confusión, pero en el curso de pocos años se
abrieron los capullos de la esperanza. Todas las áreas del país más
poblado del mundo fueron atravesadas por una corriente revitalizadora.
Como en cualquier crecimiento acelerado, puberal, se produjeron
desajustes, desequilibrios, sorpresas e injusticias. Pero hoy China
puede lucir el mérito de haber sacado definitivamente de la pobreza a
300 millones de personas, ¡más de siete Argentinas completas! Eso jamás
habría sido posible con el modelo del desactualizado Mao, que quedó
encerrado en un ataúd, junto a su ideología.
Cuando le fue entregado el premio Milton Friedman, Mao
Yushi confesó que sus ideales son la paz, el mercado libre, un gobierno
limitado y el respeto de los derechos individuales. Esos ideales son
antiguos, porque nacieron junto al río Amarillo, el Tigris, el Éufrates,
el Jordán, el Nilo, los valles y montañas de la Europa mediterránea y
la mágica Mesoamérica. Tocan el corazón y las fibras morales de cada
persona. Pero esos ideales fueron reprimidos desde el brote. Hubo
esclavitud, guerras y diversas injusticias. Cada uno de esos ideales
generó teorías contrarias: guerra en lugar de paz, represión económica
en lugar de libertad de mercado, gobiernos abusadores en lugar de
administradores democráticos, servidumbre en lugar de una consistente
libertad individual que sostiene a la libertad colectiva. Hubo momentos
en que se acusó con los peores epítetos a quienes luchaban por la paz. Y
hasta ahora existen quienes pretenden imponer como malas palabras la
libertad de mercado, los derechos individuales o los gobiernos
limitados.
"Durante mis 83 años he sufrido amenazas en noches
horribles, años de exilio político y persecuciones. Mi familia y mis
amigos, sin embargo, me nutrieron con su amor, lealtad y dignidad. Supe
que era ético perseverar, aunque soplaran ventarrones adversos. En esas
circunstancias evocaba las lecciones de nuestros héroes y heroínas, así
como las obligaciones morales frente a las generaciones futuras. Ellos
me proveyeron de la luz y la fortaleza que necesitaba".
"Decenas de millones de chinos sacrificaron sus vidas
para superar dinastías feudales, vencer crueles señoríos y defender su
libertad contra las invasiones coloniales e imperialistas. Nos han
legado el principio de que la libertad es más preciosa que la vida.
Incontables estudiantes, obreros, campesinos, maestros, científicos y
voluntarios se han unido en la común lucha contra los verdaderos
enemigos de la humanidad que son la tiranía, la pobreza, la enfermedad y
las guerras."
Las palabras de este otro Mao insistieron en el faro
que debe iluminar los ángulos oscuros de la humanidad, donde siguen
vigentes las ideologías arcaicas. Las conoce muy bien, porque las ha
sufrido. Sólo la ignorancia estimulada por retóricas hipnotizantes -de
las que ya dio abundantes pruebas la pulsión autoritaria- impide que
grandes masas accedan al bienestar que merecen. Se refirió a los caídos
en la lucha: "Veo sus caras, escucho sus voces, siento su espíritu.
Estoy hablando sin que me puedan escuchar. Sólo enderezando el camino de
nuestras políticas hará que sus sacrificios no hayan sido vanos".
"China es un país viejo con buena memoria -dijo-. Su
historia colorida derramó contribuciones en el arte, la medicina, las
ciencias, la filosofía, el trabajo, la tolerancia, la diversidad. En
China se expandieron las grandes tradiciones del taoísmo, el budismo y
el confucionismo. En la profundidad de nuestro pueblo anida un balance
entre las necesidades y obligaciones, así como entre lo colectivo y lo
individual. Pese a haber padecido muchas tiranías (o por eso mismo),
vuelve a crecer el anhelo de terminar con los gobiernos asfixiantes."
Tuvo severas expresiones contra the rule of man over
the rule of law. La dictadura maoísta segó cincuenta millones de vidas,
que fueron ignoradas por la ceguera ideológica de adentro y afuera. Por
fin China ha entendido los beneficios de una economía liberal con
estricto cumplimiento de la ley. Ley y libertad no son contradictorias,
sino complementarias. Sin ley no existe libertad, sino los abusos de la
selva. La ley defiende a los débiles, porque los fuertes no la necesitan
y suelen pisotearla.
Mientras recorro la ciudad de Bloomington y me cruzo
con sus investigadores, académicos y estudiantes, inspiro el aire
perfumado por los altos robles y liquidambars amarillos, y me pregunto
por qué ideas tan lógicas como las de este otro Mao tardan en imponerse
sobre una parte considerable de la humanidad.
© LA NACION.
- 23 de julio, 2015
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