Los animales de Chávez
Todo
comenzó con la tortuga suramericana por excelencia, el morrocoy. Una morrocoya
era la simpática y graciosa mascota de su hija y sazonaba los siempre muy
divertidos y jamás igualados programas de variedades dominicales: Aló
Presidente, de nuestro Comandante.
Luego
hubo un escándalo: alguien quiso hacer humor con la tal morrocoya,
proponiéndola como símbolo de nuestro escudo patrio, representación, según el
gracioso articulista que escribió eso, de nuestra lentitud para todo. Tal
gracia le valió, en un país que se ama tanto a los animales, una adiposa multa
al humorista.
Después
de tan bochornoso suceso, que muchos creyeron se produjo por la burla de la
cual fue objeto la dueña de la mascota (como vimos no fue así), descendiente de
nuestro Comandante, surgió el muy celebrado caso del caballo de nuestro escudo
nacional, que el mismísimo Chávez juzgó corcel del imperio por mirar hacia
atrás y aparentar docilidad. Con independencia de quién sembró tan perspicaz
percepción en el Presidente, lo cierto es que ahora podemos estar orgullosos
del caballo que tenemos en el escudo, mirando a la izquierda, siniestro como
nuestro líder, brioso e indómito como su verbo caudaloso.
El
asunto no paró allí y el desfile de animales se hizo más nutrido: a la graciosa
e infantil morrocoya y al indómito caballo se le sumaron una iguana, causante
de los apagones y fallas eléctricas; un voraz ratón, cuya inclinación a
engullir cables provocó la muerte de más de 18.000 pollos, en un criadero de
aves; y un rabipelado, que dejó sin servicio de electricidad a varias
comunidades del estado Bolívar.
A
esta fauna de excusas y justificaciones, podríamos también agregar unos
"bichos raros, con ojos satánicos", que Chávez encontró muertos en
los alrededores del Palacio Presidencial, como irrefutable prueba de las
brujerías que la pérfida oposición le estaba haciendo para que saliese del
poder.
Rica y pintoresca fauna esta, la del oficialismo. Tanto amor hay por los
animales que nuestro Comandante, en un derroche de instrucción y conocimiento
(¡qué diferencia con la ignorancia y ceguera de Capriles!), fiel seguidor de la
teoría evolucionista de Charles Darwin, como buen marxista (¿ven que Chávez,
como Capriles, también cree en el "progreso"?), aseveró que el hombre
descendía del mono. Nada de que hay un ancestro o tronco en común, como todavía
busca la comunidad científica, que emparenta al ser humano con el mono, para
nuestro Presidente el hombre proviene directamente del simio, del orangután o
del chimpancé. Esto lo dijo en una iglesia, con la figura del Nazareno detrás
de él, ante su familia en pleno; no podía mentir o equivocarse.
Años de observación y estudio de la rica fauna que le rodea: ministros,
consejeros, amigos de partido, colaboradores, seguidores, etc., le han convencido
de que el hombre proviene directamente del mono; es una especie de hijo, de
heredero de sus conductas, que en todo punto deriva de él. Claro, este mono del
cual habla Chávez es un mono inclusivo, simpático, socialista, no ese mono
apátrida oposicionista del cual se queja Aristóbulo por las comparaciones
infamantes y vergonzosas de las cuales ha sido blanco.
¿Qué
será lo que más agrada a Chávez de que el hombre, según él y solamente él,
provenga del mono? De seguro es porque el mono es un animal más y camina a
cuatro patas, por lo que está libre de sospechas: todo animal que camine sobre
dos, por recomendación de George Orwell, es un potencial enemigo. Así que ya
sabemos por qué esas caminatas de Capriles tanto le disgustan a Chávez, él que
ama tanto a los animales.
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