Cristina, Chávez y las cacerolas
Cristina Fernández de Kirchner (CFK) suele
invocar a su difunto esposo con frecuencia, como si desde el más allá
Néstor Kirchner la ayudara a gobernar el destino de los argentinos. De
ser cierta esta conexión espiritual que desafía las leyes de la
naturaleza, el que fuera su mentor político seguramente se siente
complacido entre las nubes por el indudable protagonismo de su viuda.
Kirchner,
enmarañado en su afán por aferrarse al poder con un modelo de
alternancia dinástica que pretendía compartir con su esposa, pasó por
alto los avisos de su precario estado de salud hasta que un mortal
ataque al corazón se encargó de abrirle el paso electoral a su consorte.
Su triunfo fue una suerte de revival de
“No llores por mí, Argentina”. Sólo que en esta ocasión CFK encarnaba a
Perón y su marido a la desaparecida y venerada Evita. Desde entonces,
cuando la actual presidenta aparece en el balcón, se siente observada
desde las alturas y sus arbitrarias decisiones parecen tomadas con la
anuencia de un fantasma que la acompaña en todo momento.
Pero no
sólo en Argentina CFK manda y mucho. A lo largo de la semana pasada
aprovechó su estadía en Nueva York con motivo de la 67 edición de los
debates de Naciones Unidas (ONU) para armar un revuelo mediático. Como
cabía esperar, se sumó al grupo de mandatarios que anualmente se
apoderan del micrófono para renegar de Estados Unidos, aunque el
plenario de la ONU esté medio vacío. También se aventuró a pronunciar
discursos en Harvard y Georgetown, donde, a diferencia de lo que sucede
con los medios de comunicación en su país, el público hizo preguntas
libremente.
Bastaba con repasar Twitter para medir el grado de
polarización que provoca la mandataria. Sus adeptos la jalearon por
plantarles cara a los americanos en su propio patio. Sus adversarios, en
cambio, alabaron a quienes les formularon preguntas acerca del
amordazamiento de la prensa en Argentina, su mala gestión económica o su
intención de cambiar la Constitución buscando la reelección. El diálogo
en los dos campus universitarios constituyó una ocasión excepcional a
la que no han tenido acceso los periodistas argentinos desde el verano
de 2011.
Como la avezada política que es, CKF echó balones fuera
haciendo uso del sarcasmo y, sobre todo, de la ambigüedad en lo
referente a su deseo de permanecer en la Casa Rosada acompañada del
espectro de su esposo. Asimismo, aprovechó el tour universitario para, a
una semana de los comicios presidenciales en Venezuela, alabar a su
amigo Hugo Chávez, a quien calificó del mayor demócrata del mundo. Ya se
sabe que favor (político) con favor (político) se paga y al líder
bolivariano le viene bien cualquier gesto de relaciones públicas, en
vísperas de unas elecciones que se presentan muy reñidas frente al
candidato opositor Henrique Capriles. Al líder venezolano, además, le
conviene disipar la mala imagen de un gobierno que incluso está
vendiendo sus reservas de oro por falta de liquidez financiera.
Son
quebraderos de cabeza que también afectan a CFK. Mientras la presidenta
hablaba desde la tribuna de la prestigiosa Harvard, se libraba del
cacerolazo que en su país le dedicaba buena parte de la sociedad,
producto del creciente descontento que ha generado su política económica
estatista. Unas protestas que se multiplican y son el reflejo de que la
ofuscación con el binomio Kirchner-Fernández ha llegado a su fin.
Gane
o pierda Chávez el próximo domingo, está claro que la demagogia
populista, secundada por la propia Cristina Fernández y los socios del
ALBA, se ha desgastado en el camino de las promesas rotas y la vocación
autoritaria. De regreso a casa a la viuda de Kirchner le esperaba el
estruendo de las cacerolas.
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