Esperanza Aguirre y los cubanos

(Puede verse también “Esa Juana de Arco liberal” por Mario Vargas Llosa)
Ella era la
presidenta de un gobierno regional, el más importante de España, y casi el 20%
de los ciudadanos a los que servía procedía de otras naciones y culturas,
primordialmente de Rumanía, Ecuador, Colombia, Perú y Marruecos. El panorama no
era muy diferente al de Florida.
Para los
norteamericanos, entonces y ahora enzarzados en un áspero debate sobre qué
hacer con los inmigrantes ilegales, fue una sorpresa escuchar la apasionada
defensa de la inmigración que hizo la presidenta de los madrileños. Si la
capital del país –dijo–, se había convertido en una de las regiones más ricas
de España y de Europa, en alguna medida era por el fuego creador de los
inmigrantes, por su laborioso ímpetu, y porque para ellos existía algo así como
“el sueño español”: la ilusionada convicción de que, si trabajaban con ahínco y
cumplían las leyes, obtendrían una calidad de vida razonable, mucho mejor que
la que les ofrecían sus países de origen.
No era un mitin
electoral. Esperanza Aguirre no les hablaba a posibles votantes, sino a
personas que quizás no querían oír ese generoso mensaje, totalmente alejado del
nacionalismo populista. Ella era una verdadera liberal, en el sentido europeo
del término, y no juzgaba el valor de las personas por la etnia a la que
pertenecían, sino por sus principios, actitudes y comportamiento.
Nada de lo que
escuché me extrañó. Era la misma Esperanza Aguirre que había conocido
treinta años antes, cuando ella militaba en un grupo político que tenía como
gurú ideológico al talentoso economista Pedro Schwartz, un defensor a
ultranza de las libertades, de todas las libertades –las económicas, las
políticas, las sociales–, probablemente su primer mentor intelectual, lo que
acaso le sirvió para construir un sólido marco teórico que luego la acompañó a
lo largo de su brillante carrera política, como solía dar fe Regino García-Badell,
su ex Jefe de Gabinete, dotado él mismo con una muy bien formada cabeza
intelectual.
Fue entonces
cuando hablamos mucho de Cuba y desarrollamos una amistad cordial que dura
hasta nuestros días. Le interesaba lo que sucedía en la Isla y se indignaba con
los atropellos que Fidel Castro y su policía secreta les infligían a los
cubanos. Como persona sensata, nada ingenua, no juzgaba a los gobiernos por sus
intenciones, sino por las consecuencias de sus actos. Para ella, la
construcción de una sociedad igualitaria (propósito que la horrorizaba) no
justificaba que encerraran a los homosexuales en campos de concentración o
castigaran cruelmente a poetas como Heberto Padilla o Raúl Rivero.
A partir de esa
época los cubanos siempre pudimos contar con su voz y con su solidaridad. No
había acto al que no concurriera, denuncia pública que no firmara o disidente
notable al que no fuera a darle un abrazo, desde Huber Matos hasta Armando
Valladares. Cuando tuvo poder (y es una de las mujeres que más peso ha
alcanzado en la historia de España), siempre que la ley lo autorizara, lo
empleó para ayudar a los exiliados en su peor momento, o para invitarlos a
compartir la dirección del Partido Popular, como hizo con el Dr. Antonio
Guedes, un magnífico médico hispanocubano, o con las decenas de presos
liberados últimamente y desterrados a España, a quienes respaldó en todo cuanto
le fue posible.
Uno de esos
beneficiados fue el gran poeta Gastón Baquero (“Ese pobre señor,
gordo y herido,/ que lleva mariposas en los hombros”, comienza su soneto Autorretrato).
Cuando supo que este extraordinario escritor estaba viejo, enfermo y desvalido,
se ocupó personalmente de que lo acogieran en una de esas espléndidas
residencias de la tercera edad que hay en la Comunidad de Madrid. Tras su
muerte, consiguió que el recinto, con toda justicia, llevara su nombre. A Gastón
le hubiera encantado saber que lo recordarían por el sitio recorrido por el
amor donde cerró los ojos por última vez.
En un reciente
artículo, Mario Vargas Llosa, que también es amigo y admira a Esperanza
Aguirre, asegura que le hubiera gustado verla como presidenta del gobierno
de la nación española. Habría sido estupendo. A Jimmy Carter alguna vez
le preguntaron si valía la pena gobernar. “Sí –dijo–, es el sitio donde más y
mejor se puede ejercer la compasión”. Eso, y mucho más, hubiera hecho Esperanza
Aguirre. Me consta.
- 23 de julio, 2015
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