Cuba: La isla invisible en la campaña presidencial en los EE.UU.

Hoy voy a hablar de lo que más me toca el
clarinete: Cuba. Supongo que ya se habrán dado cuenta de que el tema se
ha ausentado de la campaña presidencial por primera vez en décadas. Han
sustituido el debate sobre Cuba un par de visitas fugaces de los
candidatos al Versalles, otra al Palacio de los Jugos y alguna que otra
escapadita a la Calle 8 o sitios aledaños a comer fritas cubanas que,
preciso es reconocerlo, son superiores al hamburger nacional
en todas sus variantes. La pregunta es: ¿qué ha pasado en esta
contienda por la Casa Blanca con la cosa nuestra, la cosa cubana?
Ensayaré respuestas. Y si a ustedes no les cuadran, ensayen las suyas.
Tal vez así aprendamos algo.
Comencemos por lo evidente: con la vieja
tiranía de los Castro también ha envejecido un sector del exilio que,
como solía decir Agustín Tamargo, pensaba en Cuba primero, Cuba después y
Cuba siempre. Hoy contamos con un liderazgo exiliado menos comprometido
con la realidad de nuestra pobre isla, con honrosas excepciones.
También contamos con una nueva hornada de cubanos que, hablando en
plata, de exiliados solo llevan el nombre. Cuando lo llevan. Y que no
nos vengan con la patraña de que la diferencia radica en que los recién
llegados sufrieron más y dejaron atrás padres, hijos, abuelos. ¿Acaso
dolían menos los palos que recibían los cubanos en los 60, 70 y 80? ¿Y
qué dejamos en la isla los que nos piramos antes? ¿Animales domésticos?
Pero
lo que más contribuye a la ausencia del tema cubano de la contienda
presidencial es la cuerda de cantamañanas que nos gastamos como líderes
cubanoamericanos. Recorren nuestras comunidades junto a los candidatos.
Tienen o dicen tener acceso a sus oídos. Pero solo lo usan para
soplarles consejos destinados a evitar que metan la pata con su
ignorancia supina sobre la problemática de la isla. Porque, más que lo
cubano en sí, lo que les interesa a esos mangantes es la lasca que
puedan sacarle a su labor de guías turísticos de lo cubano. Repito, con
honrosas excepciones. Que todos conocemos. Y que cada vez son más
excepcionales.
Más que político, el compromiso con los derechos
humanos, la democracia y la libertad de Cuba es un compromiso moral. Y
tiene hoy la misma vigencia que ha tenido desde que los Castro
convirtieron a la isla en su potrero feudal. Por eso es tan importante
hoy como antes insertar lo cubano en la contienda presidencial. Pese a
sus errores e inconsecuencias, Estados Unidos ha sido el único aliado
constante de los cubanos libres, los que lo somos en el exilio y los que
lo son en su exilio interior. Quien resulte electo presidente
norteamericano tiene la facultad de influir sobre Cuba, resaltando con
acciones y palabras la ilegitimidad del régimen castrista, apoyando a
los opositores internos, intercediendo por los presos políticos,
viabilizando la salida de la isla de quienes ya no pueden soportar la
represión y fortaleciendo Radio y TV Martí, dos de los pocos medios que
aún informan sobre la realidad cubana.
Si Cuba ingresara a la
contienda, el presidente Obama tendría que explicar qué haría diferente
para fomentar cambios democráticos y respeto a los derechos humanos en
la isla, buscar la liberación del injustamente encarcelado Alan Gross y
seguir haciendo justicia a los espías castristas, a los que se hallan
tras las rejas y a los que deberían estarlo. Su política de propiciar
viajes, remesas e intercambios culturales, en el mejor de los casos, ha
arrojado resultados tibios. En el peor ha fracasado.
La represión ha
aumentado en Cuba, donde el régimen realiza entre 300 y 400 detenciones
de opositores mensuales. Mitt Romney, a su vez, tendría que explicar su
plan cubano más allá de los lugares comunes. Y cómo compagina su
intención de ser “más firme con los Castro” con su selección de un
candidato vicepresidencial, Paul Ryan, que no hace mucho declarara: “Si
creemos que el compromiso ( engagement)
funciona bien con China, entonces debe funcionar bien con Cuba”.
Los
candidatos harán todo lo posible para no hablar de Cuba. Los
periodistas, por no preguntarles. La isla se ha vuelto invisible. Solo
ciertos cubanos podrían cambiar el panorama.
- 23 de enero, 2009
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