El canciller judío que le estrechó la mano a Hitler
Quienes se sorprendieron de la aproximación de
Argentina a Teherán es porque se olvidaron de la esencia antidemocrática
de sus dos principales representantes internacionales: Cristina
Kirchner y Héctor Timerman.
De Cristina no hay mucho que agregar
que no se haya revelado. De Timerman la mayoría no sabe gran cosa porque
además de que se fue de la Argentina por mucho tiempo, nunca se movió
en los ambientes peronistas, ni en círculo político alguno. Lo único que
lo hacía conocido era el apellido paterno, que le sirvió para editar un
par de revistas en Buenos Aires y décadas después, comprar el Consulado
Argentino en New York.
Pero a Héctor Timerman yo lo conozco hace
más de 40 años. Fuimos compañeros de curso en el colegio, éramos amigos
fuera del colegio, la relación se mantuvo cordial con el tiempo y alguna
vez casi fuimos socios. Era mejor tipo.
Héctor idolatraba a su
padre, Jacobo, un portentoso egocéntrico, de quien Héctor heredó esa
condición, amplificada. Jacobo era un burgués socialista que se asoció
con David Graiver –el banquero que lavaba el dinero obtenido de los
secuestros de los Montoneros — para financiar La Opinión. Un diario de
gran éxito, imitación de Le Monde.
Su fortuna creció cuando
Graiver murió en un irresuelto accidente aéreo en Acapulco en 1976.
Jacobo liquidó el periódico y construyó su sueño dorado; su casa en
Punta del Este. A diferencia de los demás bungalows, que para ubicarlos
por falta de numeración en el bosque llevan un distintivo con un nombre
común, a veces relacionado con la placidez del lugar, por decir:
“Atardecer”; “Sosiego”; “Armonía”, éste llevaba un enorme cartel al que
lo único que le faltaban eran las luces de neón. Decía: “Timerman”.
El
afán de figuración de Jacobo era similar al de Cristina pero inferior
al de Héctor, que acomplejado, pero al mismo tiempo orgulloso por la
notoriedad de su padre, siempre quiso igualarlo o excederlo. Su primer
paso en ese rumbo lo tomó cuando decidió ascender socioeconómicamente y
se casó con una rica heredera.
La madre de su esposa tiene
presunciones aristocráticas y le encanta figurar en las revistas de
fotos de “sociedad”, haciéndose pasar sin timidez por “condesa”, aunque
de la nobleza europea no tiene ni una peca y la realeza hebrea
desapareció hace 2.000 años. Conozco al único conde judío y no tiene
parentescos en América Latina.
El título de Conde no se compra, es
otorgado por un Rey y viene acompañado de un condado y un palacio. Sin
embargo es evidente que la parodia nobiliaria ha influido
determinantemente para que la Cris, que se desvive por trepar
socialmente, designase a Héctor embajador y después canciller, sin que
tuviese ninguna experiencia política ni diplomática.
Timerman se
fue a vivir a Estados Unidos pero odia a ese país. Por eso inspeccionó
personalmente un avión estadounidense de ayuda militar que llegó a
Ezeiza, acusando infantilmente al Pentágono de espionaje y tráfico de
drogas, haciendo uno de los papelones más ridículos de la diplomacia
moderna.
Héctor en tiempo récord, extrajo todo su arsenal de
desprecio a Washington, hasta tirar las relaciones con Estados Unidos al
suelo, pese a que podría haber congeniado con Hillary y Obama que son
de izquierdas, más son demasiado conservadores para su gusto. Su línea
es la de Hugo Chávez.
Irónicamente, cuando lo designaron
embajador, se comentó que fue porque tenía buenos lazos con los
demócratas. Por lo visto no era así. Fue la historieta de la nobleza, la
condesa y la riqueza, que fascinaron a la Cris.
Cuando Héctor fue
nombrado embajador y posteriormente canciller, le escribí felicitándolo
y sugiriéndole que fuese cuidadoso con lo que hiciere, debido a las
repercusiones que sus actos podrían acarrear por su condición de judío.
Obviamente no recibí respuesta.
Si Su Excelencia pudo olvidar la
amistad que le brindó Estados Unidos, también puede olvidar una amistad
personal. Como yo soy un judío sionista, mi conciencia no me permite
dejar que nadie atente contra la seguridad de mi pueblo. Por eso escribo
esta nota.
Héctor continuó con sus labores chavistas,
reconociendo un Estado Palestino, apoyando a Gadafi y Bashar al-Assad,
hasta que llegó el remate en la AGONU. Mientras Benjamín Netanyahu daba
un discurso gráfico a la asamblea, previniendo sobre la necesidad de
reaccionar conjuntamente frente al peligro nuclear iraní, Timerman
organizaba su anhelado encuentro con su contraparte de Teherán, Ali
Akbar Salehi.
La reunión con Salehi fue en Iom Kipur, fecha en la
que los norteamericanos y los israelíes no enviaron sus delegaciones al
foro. Pero Timerman trabajó ese día con los enviados de los ayatolas en
su obra maestra: Olvidar a los asesinados en la AMIA, aprobar la
desaparición de Israel, y mofarse de los Estados Unidos que también
tiene de enemigo a Irán.
Después de Adolf Hitler, no ha habido
ningún líder de nación alguna, con excepción de Mahmoud Ahmadinejad y
del Ayatola Ali Khamenei, que negara el Holocausto y propusiera la
destrucción de Israel y el pueblo judío. Eso le agrada a Timerman.
¡Bravo Héctor, sos un peronista copado!
Las consecuencias de las
relaciones con Irán y cualquier país o entidad extremista musulmana
serán catastróficas para los argentinos. En 1988 la OLP (Organización
para la Liberación de Palestina) me invitó a una reunión personal en
Túnez con su jefe, Yasser Arafat (a quien Héctor consideraba un
“terrorista moderado”). Hubiese sido la primera vez que un político
judío en ejercicio se reuniría con el cabecilla árabe. Era mi
oportunidad de llegar al estrellato, pero no acepté. Yo no estrecho la
mano de un asesino antisemita cuyo propósito es exterminarme.
Sin
embargo, el 13 de Septiembre de 1993, los gobernantes izquierdistas
israelíes, Yitzhak Rabin y Shimon Peres, sí lo hicieron, y con ese gesto
legitimaron el terrorismo palestino y su ficticia lucha por un
territorio que nunca les perteneció.
Casi 20 años después de ese
fatídico encuentro, no hubo el prometido reconocimiento de Israel por
parte de la AP, no hay paz, aumentó el terrorismo y el antisemitismo. Y,
Peres, –por quien tengo muy poco respeto, pues discutimos sobre el
asunto palestino en 1989 cuando ejercía de Ministro de Exteriores de
Isaac Shamir– era y sigue siendo mucho más inteligente que Héctor
Timerman.
Jacobo Timerman era controversial pero también era más
inteligente que su hijo, y por lo menos tenía un mérito. En La Opinión
no se podía escribir contra Israel. Jacobo además era antiperonista. En
1973 almorzábamos en su casa cuando dijo: “Llega Perón, se va Timerman”.
Y se fue, y después volvió, y el hijo se hizo peronista, anti sionista.
Y eso que Héctor, en todo, imitaba y parafraseaba a su padre.
Ser
judío y peronista es igual que ser judío y hitlerista. Perón dio
refugio a los nazis pero no dejaba entrar judíos a la Argentina. Eso no
les incomoda a los judíos peronistas. Héctor Timerman concentra los
valores de esos indignos individuos y su infame partido.
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