Pomperipossa en Monismania
Introducción,
comentario final y traducción de Mónica Mullor
El
relato que leerán a continuación es una narración para adultos, publicada por
la gran escritora sueca de cuentos infantiles Astrid Lindgren en marzo
de 1976, cuando comprobó que sus impuestos habían ascendido al 102% de sus
ingresos. El cuento es un ataque a la socialdemocracia sueca en un año de
elecciones, que ella veía como un partido íntegramente burocratizado, arrogante
y al servicio de sí mismo que había ejercido el poder en Suecia por más de 40
años. El relato, que apareció en el periódico de más alta circulación de
Suecia, Expressen, tuvo gran impacto y se dice que fue la causa
principal de la derrota socialdemócrata en las elecciones de septiembre de
1976, que pusieron fin a su largo ejercicio del poder.
En la imágen, Astrid Lindgren presta a atacar la Casa del Tesoro de Monismania (Suecia)
Ahora
les voy a contar una saga. Se trata de una persona, podemos llamarla
Pomperipossa, porque así se acostumbra a llamar a la gente en los cuentos. Ella
vivía en un país que llamaremos Monismania, porque algún nombre debe tener.
Pomperipossa
amaba a su país, sus bosques, montañas, lagos y prados verdes. Pero no solo
eso, sino también a la gente que allí vivía. E incluso a sus sabios gobernantes.
Ella pensaba que eran tan sabios que cada vez que había elecciones en
Monismania ella, fielmente, les volvía a dar su voto. Eran los que durante más
de 40 años habían gobernado y organizado una buena sociedad, pensaba ella,
donde nadie era pobre, cada ciudadano tendría un pedazo de la tarta del
bienestar y Pomperipossa se sentía feliz de haber podido contribuir con su parte
a la preparación de la tarta.
En
Monismania había algo llamado impuesto marginal. Esto significa que cuanto más
dinero uno ganaba mayor debía ser la parte con que se quedaba el Jefe de la
Casa del Tesoro para poder preparar la tarta del bienestar. Pero él era
razonable y a nadie quería sacarle más de un 80 a un 83% de sus ingresos. “Querida
Pomperipossa, dijo él, usted se queda con entre un 17 y un 20% y con eso puede hacer lo que quiera”.Y Pomperipossa se sentía profundamente satisfecha
con ello y vivía feliz y dichosa. Sin embargo, en el país había muchas personas
descontentas que hacían gran escándalo y se quejaban de "la elevada
presión fiscal", como la llamaban. Pero Pomperipossa nunca se quejó. Nadie
en Monismania la había oído quejarse en lo más mínimo sobre sus aportes a la
tarta del bienestar. Por el contrario, ella pensaba que era totalmente bueno y
justo, y pensó que nuevamente apoyaría a los mismos sabios gobernantes
entregándoles su voto permitiéndoles de esa forma seguir gobernando su querida
Monismania.
Pomperipossaescribía libros para niños. Lo hacía por
el puro placer de hacerlo, solo para divertirse un poco en esta vida. Un día
pensó: “Quién sabe, los niños son casi tan
infantiles como yo y talvez quieran leer mis extrañas invenciones”. Resultó que
ellos querían. No solo los niños en Monismania sino también de países lejanos,
tanto en Oriente como en Occidente. Era para no creerlo, ¡pero en todos los
rincones del mundo niños empecinados la leían sin límites! Y fue esto lo que condujo a la desgracia de
Pomperipossa. Sí, porque mientras más niños leían sus cuentos, más dinero
recibía la pobre Pomperipossa. “Pobre” ¿Pero por qué? ¡Ahora se los contaré!
Un
hermoso día los sabios que gobernaban Monismania se reunieron en un castillo
que podemos llamar Haga, ya que así se llamaba. Probablemente durante el café, sin
tiempo para sacar cuentas cuidadosamente, tomaron una extraña decisión que hizo
la vida, no solo de Pomperipossa sino de muchos habitantes de Monismania más
difícil de lo tolerable. Acerca de las consecuencias de esta decisión Pomperipossa
no sabía nada por el momento. No hasta que un buen amigo de repente le
pregunto:
“¿Sabes
que tu impuesto marginal este año es 102%?”
“¡Tonterías!”,
dijo Pomperipossa, “¡tantos porcientos no existen!”
Ella
no era, como se ve, muy experta en matemáticas superiores.
“Así
es”, le dijeron, en Monismania había incontables porcientos y si uno junta el
impuesto sobre la renta y las cotizaciones sociales, que Pomperipossa debía
pagar ya que trabajaba por cuenta propia, se llegaba al 102% ¡y poco importaba
lo que Pomperipossa dijese al respecto!
Pobre
Pomperipossa, allí había estado trabajando diligentemente y ni siquiera sabía que era una empresaria por
cuenta propia. Ahora debería de verdad
sentirse orgullosa – ¡soy un empresario independiente, eso es ser algo! Pero luego de sacar las cuentas, comprendió
lenta pero inexorablemente que en Monismania era la muerte ser autónomo.
Así
pensó ella y sacó estas cuentas:
“Esos
terribles niñitos que por todas partes leen para que yo gane dinero, ¿cuánto podrá
reportarme su desgraciado amor por la lectura este año? En el mejor de los
casos tal vez solo un millón. Y en el peor de los casos dos millones. (Puesto
que el dinero que recibía por sus libros provenía de todo el mundo, nunca se sabía de antemano
cuánto sería. Además, podía recibir cheques de un valor cuantioso y así verse
afectada despiadadamente cuando menos se lo esperaba.) Vamos a suponer
lo peor, pensó Pomperipossa. ¡Dos millones!
Entonces, el
impuesto a pagar sería:
De los primeros
150.000 que todos los niños juntos reunen leyendo para usted, uno se queda, se
dice, con 42.000 coronas.
El resto de los 150.000 = 108.000 van para:
la tarta del bienestar 108.000
100% de la cantidad restante es 1 .850.000
Y el 2%, que estúpidamente no sabía que existía, es 37.000
Total
1.995.000
Para Pomperipossa 5.000
Cuando había
llegado tan lejos sacando cuentas, se dijo a sí misma: “¡Mujercita, nunca has
sido buena para sacar cuentas! Existen los decimales y cosas por el estilo,
seguramente contaste mal, deben ser 50.000 las que quedan para ti”. Entonces volvió a sacar las cuentas, pero el
resultado no fue diferente – si ganaba dos millones, a ella le quedarían ¡5.000 coronas! ¡Para vivir!
Pomperipossa
empezó a preocuparse, no se puede negar, y se dijo: “¡No es que gastes mucho en
comida, pero aún así!" 5.000 coronas – cuando el arenque salado, que una
vez fue la base de la cocina de los pobres, se ha vuelto tan increíblemente
caro y el precio de todo lo demás también. Ahora estaba realmente asustada, y
comenzó a notificar a amigos y familiares acerca de su dilema. Pero ellos no le
creyeron. 5.000 coronas, ¡no intentes engañarme, le decían!
Cuando por fin
logró convencerlos, sus amigos le respondieron: "Sí, pero hay un montón de
deducciones?" ¿Qué es eso de deducciones?, pensó Pomperipossa. La
deducción es el dinero que has pagado y no se puede comer como un arenque
salado. Desconsolada, Pomperipossa se fue a casa y se sentó a pensar y meditar
en un rincón oscuro. Cómo podré
conseguir comida para el día, pensó. ¿Tal vez pueda andar por allí como los
pobretones de antes y robarme algo de comer por aquí y por allá? ¿Tal vez si
busco a los sabios gobernantes y les golpeo la puerta, puede que se compadezcan
y me den un plato de sopa de vez en cuando, y si se gastan algo de esas 1.995.000
coronas, entonces la sopa podría ser más espesa, e incluso puede que le añadan
una salchichita?
Pero, ni
siquiera el pensar en la salchicha la consoló. El corazón de Pomperipossa se
ponía más y más oscuro. Se dió cuenta, entonces, de que había algo malo y
vergonzoso en escribir libros, ya que eran castigados tan duramente. Como será
en otros países, se preguntaba. Algo sabía ella puesto que había encontrado a
un buen hombre de origen ruso que era escritor. Sus libros se vendían muy bien,
y él pagaba un 13% de impuesto. (Pomperipossa le contó de su 102% y entonces él
se cayó de la silla. Pero tan pronto como se había recuperado, se fue derechito
a casa para contar esto en su país). Pomperipossa también había oído que en
Irlanda le tenían tanto miedo a sus escritores que no se atrevían a cobrarles
impuestos, pero seguramente debe ser una mentira, pensó Pomperipossa.
Muchas cosas
alcanzó a pensar mientras permanecía sentada. En Monismania había otros
emprendedores independientes como ella. Por ejemplo, médicos, dentistas y
abogados, los cuales rápidamente habían llegado a la conclusión que cuanto más
trabajaban menos dinero se merecían y por eso habían decidido mandar a la punta
del cerro los cálculos biliares, los molares doloridos, los divorcios y las
compraventas de propiedades al menos uno dos tres cuatro cinco días a la
semana. Seguramente por eso los habitantes de Monismania ahora tenían que
luchar mucho más que antes para ser atendidos por un dolor de estómago o de muelas
o por un abogado para comprarse una casa algo vieja que estuviese muy endeudada,
porque, según había oído, era la mejor manera, si uno quería, de rebajar el
102% de impuesto a casi nada.
Al llegar tan
lejos en sus pensamientos, Pomperipossa suspiró. ¿Por qué no tengo deudas, ay, queridos padres por qué me
enseñaron que las deudas era algo malo, algo que no había que tener? ¡Vean como
me ha ido, no tengo deudas sino solo esos desesperantes ingresos que me hacen
miserable!
Sentada en su
rincón, Pomperipossa pensaba más y más. Se acordó de José en Egipto, él había
comprendido muy bien que durante los años de vacas gordas había que ahorrar
para afrontar los años de las vacas flacas. Así de sabia, por supuesto, había
sido Pomperipossa. Ella tenía un seguro de pensión bastante alto. Es razonable,
pensó, ahorrar para mi vejez. Cuando la pluma se caiga de mi mano temblorosa y
no pueda escribir más, entonces no seré una carga para la sociedad. Si tengo
seguro de pensión, tengo garantizado el pan de cada día, aunque por supuesto
deba pagar impuestos por lo que reciba ¡Y así sería! Ya que los sabios que
gobernaban Monismania, con bastante sensatez habían decidido que las primas de
las pensiones serían deducibles de los impuestos. No se pagarían impuestos
hasta el día en que se comenzara a cobrar la pensión. Hubo muchos que se
aseguraron. Por ejemplo los artistas del mundo del espectáculo, que sabían que
su popularidad puede ser de corta duración: “Hoy popular mañana olvidado”,
pensaban. Aquí hay que ahorrar para un seguro de pensión mientras los tiempos
son buenos, de lo contrario, nos espera la mendicidad, cuando la gente ya no
quiera escuchar mis glamorosas canciones sobre las angustias y dichas de la
vida.
Los sabios de
Monismania pensaron por mucho tiempo que esto era bueno y sensato. Pero poco a
poco comenzaron a tener dudas, y el mandamás de pronto se levantó y dijo que se
le erizaban los cabellos al ver las deducciones que la gente hacía por sus
ahorros para la pensión. ¡Maldición, maldición, el seguro de pensiones era malo
y vergonsozo! ¿Por qué ahora, pensó Pomperipossa? ¿Por qué se le eriza el pelo
de forma tan colosal? ¿Cómo puede algo que los sabios han decidido que hasta
ahora era prudente y sensato de repente llegar a ser comparable con la evasión
de impuestos? Porque fue así como se podía leer la noticia en el propio periódico
de los sabios gobernantes. Se publicaron largas listas acerca de cuanto ganaba
la gente y las abultadas deducciones que habían hecho. Las listas eran tan
largas que nunca quedó espacio para
hablar de cuánto la gente pagaba en impuestos, y nunca se mencionó algo acerca
de un 102%, y cosas así. No, ¡en cambio las deducciones sí fueron explicadas
con lujo de detalles! ¡Claro, claro!, pensaron los impresionados lectores, ¡qué
deducciones que hacen esos ricachones
por su champán y su caviar y su estilo dispendioso de vida en general!
Finalmente, la
así llamada opinión pública estaba tan concientizada que cuando los sabios
gobernantes presentaron su proyecto de ley en el parlamento, no hubo ni un solo
partido que se atrevió a oponerse y defender la deducción de impuestos por los
ahorros para la pensión. No, porque ninguno se atrevió a ir en contra de la opinión
pública, ¡ya que pronto venían nuevas elecciones!
Así se promulgó una ley con efecto
retroactivo, lo que ocurría, según lo que sabía Pomperipossa, por primera
vez en la historia de Monismania.
En otras
palabras, el acuerdo de seguro que Pomperipossa legalmente había firmado hacía
más de diez años, de la noche a la mañana fue algo imposible de mantener y ella
se vio obligada a ir a su compañía de seguros y decir: ¡Por desgracia, no puedo
cumplir con nuestro acuerdo, porque no puedo pagar! Sin embargo, en la compañía
de seguros estaban sorprendidos, enojados
y enrabiados con los sabios gobernantes que habían tomado esta decisión
sin antes informarse de parte de los expertos lo que serían las consecuencias
de la nueva Ley, por lo que se limitaron a decirle adiós a Pomperipossa con los
ojos inyectados en sangre pidiéndole que se fuera antes de que todo el edificio
se derrumbase.
¡Había más
cosas que Pomperipossa había alcanzado a pensar en su rincón oscuro! En
los buenos viejos tiempos, cuando la
tasa marginal de impuestos era de no más de 83%, existía también algo llamado
"pensión alimenticia periódica". Quería decir que si – como
Pomperipossa en los viejos tiempos -
tenía más dinero de lo que requería para las necesidades de la vida y
tenía a su alrededor parientes u otras personas necesitadas, ella podía darles
un apoyo económico periódico. Ese apoyo económico era deducible de su
declaración, y solo por eso lo podía hacer. El aporte a la tarta del bienestar
era todavía una parte razonable, ya que el destinatario de la prestación
también pagaba impuestos por la ayuda que recibía. Pero un buen día nuevamente
se les empezó a erizar el pelo a los sabios que gobernaban Monismania porque,
tal vez, llegó a sus oídos que un hijo de Monismania con buenos ingresos le entregaba
a su vieja madre 25.000 coronas anuales, lo cual hacía que ambos pudiesen vivir
igual de bien. Maldición, maldición, aquello era feo y vergonzoso pensaron los
sabios. ¡Tenemos que impedirlo! Y asi lo hicieron.
Pero que
ocurrencia han tenido, pensó Pomperipossa en su rincón oscuro. ¿Son estos los
sabios a quien yo admiraba y valoraba tan altamente? ¿Qué tipo de sociedad es
la que se esfuerzan por construir – una
sociedad tan torcida e imposible como sea posible? Oh, mi joven y ardiente
socialdemocracia de mi juventud ¿qué han
hecho de ti?, pensó ella (y comenzó a ponerse un poco patética), ¿cuánto tiempo
más tu nombre puro será utilizado para proteger un sistema de poder sin límites, paternalista,
burocrático e injusto? Pomperipossa
pensaba que en un país democrático el derecho de todos estaría protegido. La gente no debería ser castigada ni
perseguida solo porque honestamente –con o en contra de su voluntad– ganaba
dinero. Pero era eso lo que, por lo que Pomperipossa podía entender, estaba
ocurriendo ahora. Con la pobreza que le sonreía frente a su propia cara era difícil
ver la situación de otra manera. Qué es, pensó, esta extraña y amarga envidía
que ha caído sobre toda Monismania, y por qué nadie se rebela de forma tal que
sea escuchado: Las cosas no pueden continuar así, porque entonces se acabará
toda fuerza emprendedora en nuestro país y no quedarán emprendores a quién cobrarles
impuestos.
Y Pomperipossa
se puso a leer de nuevo un corto verso escrito recientemente por uno de
los poetas más excelsos de Monismania:
Si creas un valor, la sociedad no lo
puede tolerar,
en el alboroto de los burócratas estas
obligado a participar,
tu debes ayudar a Castro a hacer la
guerra en Angola
o si no, te vas a una casa de ancianos
y recibes terapia.
En ese momento
Pomperipossa sintió que ella misma, sin duda y de forma inmediata, necesitaba
terapia. Era tan difícil y doloroso verse obligado a dudar de la sociedad que
hasta entonces había considerado como la mejor del mundo.
Más y más
sombras se iban acumulando a su alrededor y nuevamente pensó en las cinco mil
coronas que tendría para vivir si tenía la mala suerte de ganar dos millones. Pobre
de mí, pensó, por qué no recibiré una pensión de vejez, sin huella alguna de
otro ingresos, ¡cuán rica sería en comparación con mi situación actual!
Entonces, como un rayo caído de un cielo azul, ella pensó: ¡Pero mujer, tu
debieras poder recibir ayuda social! ¡Oh, que pensamiento más maravilloso! Con
nuevas esperanzas, se puso a escribir una carta al Jefe de la Casa del Tesoro
con el fin de saber cuanto ella podría llegar a recibir. Entonces se dijo así
misma: ¡sabía que había una solución, me faltaba solo pensar en ello! Porque
ésta es la mejor sociedad del mundo, ¿cierto?, ¿o no?
Esta pregunta
la dejaré sin respuesta, pensó ella.
Y así vivió
Pomperipossa feliz de la ayuda social el resto de su vida. Y nunca más escribió
libros.
PS.: En el
momento en que este artículo era enviado a impresión Pomperipossa recibió, de
parte de la Agencia Contable de los sabios gobernantes, el cálculo exacto en el
cual se le decía que ella de ninguna manera recibiría 5.000 coronas para
derrochar. No, dijeron ellos. Si tu ganas dos millones nosotros debemos
recibir, aleluya: 2.002.000 coronas.
Entonces se decidió
Pomperipossa a salir por las calles a pedirle dinero a la gente para poder
comprarse una palanca de gran tamaño. ¡Y ahora a temblar, hombres sabios, pensó
ella, y refuercen las guardia de vuestras cajas fuertes! 5.000 me van a dar, sea
como sea – si ustedes pueden robar con
tal desfachatez, ¡también puedo hacerlo yo!
Comentario
final de la traductora:
Una versión
algo distinta del final de este relato la ha dado el escritor de origen
sueco-chileno Mauricio Rojas y dice así: “Cuando Pomperipossa finalmente pudo
forzar el cofre del tesoro descubrió que estaba vació. El Estado no tenía dinero.
Todo lo que el gran Estado le había prometido a los habitantes de Monismania
era como un cheque sin fondos. Esto es lo que pasó en Suecia a comienzos de los
años 90, cuando en plena crisis los ciudadanos fueron a reclamar sus derechos y
se encontraron con un Estado en quiebra. Ese fue el triste final de la saga del
viejo Estado benefactor sueco y sus sabios gobernantes.”
www.ideasyanalisis.wordpress.com
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