Un país, dos mitades
El
7-O el país se dividió de nuevo en dos partes, solo que esta vez de tamaño
bastante parecido. La ventaja de un millón quinientos mil votos obtenida por el
candidato a la reelección es significativa desde el punto de vista numérico,
pero no en el plano político y social. Casi la mitad de los venezolanos dijo,
otra vez, que no comparte el proyecto socialista promovido por el presidente de
la República. Esa respuesta viene repitiéndose
desde 2007 cuando el pueblo rechazó la reforma constitucional que consistía en
transitar desde el sistema democrático, con economía de mercado y propiedad
privada, señalado en la Constitución de 1999, a un esquema de claro corte
comunista. En aquella fecha -para ser más exacto, el 2 de diciembre- la nación
se partió en dos porciones casi idénticas. Desde entonces hasta la actualidad
todas las elecciones, ganadas o perdidas por el Gobierno, han mostrado una
polarización extrema, que ahora se reedita.
Esa polaridad, sin embargo, no es asumida por la gente en términos
conflictivos. La campaña electoral transcurrió, salvo contados episodios
aislados, dentro de un clima de total normalidad. El día de los comicios, en
medio de largas y extenuantes colas, los electores coexistieron sin que se
produjeran conflictos. El país les impuso la paz al Gobierno y a su candidato,
a pesar de la violencia promovida a diario por VTV y la mayoría de los medios
televisivos y radiales controlados por el oficialismo en todo el país.
La
gente asumió la campaña comicial con tranquilidad y votó masivamente porque
quiere vivir en paz y que las diferencias políticas e ideológicas se resuelvan
de forma civilizada, en el marco de la democracia. El pueblo, no obstante haber
favorecido al actual mandatario, no quiere un país erizado por la confrontación
permanente.
Este
mensaje debería entenderlo el gobernante reelecto, quien tendría que
convertirse a partir de ahora en el presidente de todos los venezolanos, y no
solo de quienes lo apoyan. En 2006, cuando triunfó por un amplio margen frente
a Manuel Rosales, el mandatario percibió que había recibido un cheque en blanco
que le permitía actuar sin tomar en cuenta al segmento nacional que lo
adversaba. A partir de entonces arreció el programa de confiscaciones,
expropiaciones y nacionalizaciones de empresas, la colectivización del campo,
la construcción del poder comunal, la hegemonía comunicacional, las leyes
antiempresariales y el control de la educación, palancas todas del socialismo
del siglo XXI. A este giro repentino y acelerado hacia la izquierda, intentó
darle rango constitucional el 2-D. Su iniciativa se estrelló contra la voluntad
popular que reafirmó el perfil democrático de la carta del 99. Posteriormente,
lo que no pudo lograr a través de la reforma lo fue obteniendo por la vía
legislativa mediante la aprobación de leyes que persiguen el mismo objetivo de
la fallida reforma. El comandante desconoció de esa manera a la mitad de la
nación que negó su fórmula.
Ahora
existe un nuevo cuadro. La ventaja obtenida en 2006 se redujo apreciablemente.
El caudillo perdió ocho puntos porcentuales en los últimos seis años, y solo
creció algo más de 800 mil votos en términos absolutos, a pesar de la bonanza
financiera de la que ha disfrutado en este período. La oposición, por su parte,
aumentó los ocho puntos perdidos por el presidente y ascendió algo más de dos
millones de votos. Este incremento tan notable no está constituido solo por los
estamentos de la clase media; también algunos núcleos de los sectores más
populares fueron atraídos por el discurso de Henrique Capriles.
Los
"majunches" conforman una robusta franja de 6.500.000 personas
repartidas en todos los estratos socioeconómicos y grupos sociales. En este grueso
contingente hay hombres y mujeres, empresarios y obreros, jóvenes y adultos,
empleados, desempleados e informales, orientales y andinos, profesionales y
amas de casa. Todo el país está representado en esa gigantesca porción de
venezolanos que se pronunció por la fórmula encarnada por Capriles.
Como
bien se sabe desde Tocqueville, la democracia no consiste en la dictadura de la
mayoría sobre la minoría, sino en el respeto de la mayoría triunfadora hacia la
o las minorías, máximo si esa minoría la conforma cerca de la mitad de la
sociedad.
El
presidente ha dicho que corregirá sus errores y será un mejor gobernante.
Podría comenzar por respetar a los líderes de ese país que no votó por él y
convocarlos al diálogo.
- 23 de julio, 2015
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