Destrucción inflacionaria de auténticos derechos
La Prensa, Panamá
Hoy día una de las mayores fuentes de conflictos sociales surge a
partir de una errada concepción de lo que es, o no, un derecho humano;
problema que se arraiga en esa pútrida tendencia de malos políticos de
comprar adherentes mediante el otorgamiento de dádivas; en este caso, la
de derechos espurios. En toda comunidad siempre habrá quienes prefieran
sustentarse a costillas de los demás, en vez de ser ellos los propios
gestores de su sostén. El problema con esto es que los empleos y otras
ayudas que reciben en base a su adherencia política no solo son
improductivos, sino destructivos de la riqueza ciudadana. ¿Y qué va a
saber o importarle a tantos estas realidades, si lo que les interesa es
estar en la papa?
Así vemos que uno de los vehículos para
proporcionar esas dádivas es mediante su justificación, al disfrazarlas
de “derechos humanos”; tal como proponer o legislar que el agua es un
derecho humano. Al hacer esto, vamos inflando los auténticos derechos
humanos para incluir otros que suenan muy bien, pero son irreales e
insostenibles; y eso lo estamos viendo por toda Europa, EU y otros
países en crisis que nos llevan la delantera en la truculencia del
bienestarismo. El proceso de degradación de los legítimos derechos
humanos se ha dado de manera sutil; lo que ha degenerado en casos tan
absurdos como el derecho de todo minusválido al desahogo sexual o el de
un sindicato italiano a vacaciones anuales, pagas a cualquier parte del
mundo.
Ayn Rand advirtió que una tiranía colectiva no esclaviza al
país a través de una confiscación directa de sus valores… Ello ocurre
a través de un proceso de corrupción interna, análogo al proceso de la
destrucción inflacionaria del valor de una moneda. Así, al final del
día, los principios espurios se constituyen en la negación de los
auténticos.
Ya en el siglo XVII el filósofo inglés Thomas Hobbes
lo explicaba así: Imagínense a dos náufragos en una isla desierta, sin
otra cosa que sus derechos humanos y, en particular, el derecho al
trabajo, tal como aparece en la declaración de la ONU. Podemos
imaginarles allí sentados, cada uno insistiendo al otro que cumpla con
su “derecho” de ser empleado, a no menos del salario mínimo. Esta es una
preocupante realidad en el mundo actual.
Podemos renegar del
capitalismo y su mercado, pero son la única solución práctica y
sostenible. La solidaridad es asunto de cada quien y no es delegable al
conjunto Estado/Gobierno/políticos, a quienes vemos en propagandas de TV
adjudicándose, como propio, los $100 a los 70, lo que es deleznable.
El
trabajador recibe su salario porque existe un derecho contractual; lo
mismo que quien vende empanadas. Así, le pagamos al vendedor no porque
este tiene un derecho a un salario digno, sino porque nos dio una
empanada.
- 23 de enero, 2009
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