El invierno de los Castro
The Wall Street Journal Americas
Los rumores empezaron a circular con furia hace diez días: Fidel
Castro podría estar cerca de la muerte. En otras noticias, la dictadura
militar cubana, ahora encabezada por su hermano menor Raúl, anunció la
semana pasada que pondría fin a una política de medio siglo de
existencia que exige a los ciudadanos obtener una "tarjeta blanca" del
gobierno para viajar fuera de la isla. ¿Es una coincidencia? No parece
probable.
Tampoco es probable que la llamada reforma de las restricciones de
viaje del régimen sea una un paso hacia una sociedad más libre y más
justa. Más bien parece ser otra estratagema para fortalecer el poder de
los militares y asegurar que la población siga siendo sumisa.
Esperar hasta que muera el dictador
retirado de 86 años se ha convertido en un pasatiempo nacional. Los
cubanos hace mucho tiempo abandonaron cualquier esperanza de que el
vejestorio comunista, a pesar de la miseria y la pobreza que su
"revolución" ha generado, pueda decretar un cambio. Lo único que queda
por hacer es esperar a que se vaya.
Pero el día en que se anuncie la muerte de Fidel, la dictadura sabrá
que debe estar preparada para controlar a una población inquieta. Los
cubanos de más edad fueron criados para venerar a Fidel, pero el
adoctrinamiento no ha convencido a las generaciones más jóvenes. A pesar
de que el acceso a Internet es limitado, saben que sus vidas de
represión y privación no son normales.
Además, los cubanos que fueron criados para adorar a Fidel no sienten
los mismo por Raúl, que carece del demagógico carisma de su hermano y
ha hecho muchos enemigos haciendo el trabajo sucio de Fidel a lo largo
de los años. Todo esto sugiere que la muerte del mayor de los Castro
podría reducir la voluntad de Cuba para tolerar el statu quo.
Cuba ya está asistiendo a una especie de rebelión. Pero en lugar de
salir a protestar en la vía pública o participar en actos de
desobediencia civil generalizada, la gente está expresando la
desesperación simplemente negándose a cooperar.
Raúl ya ha señalado esto en sus discursos, quejándose de los bajos
niveles de productividad cubana. No deja de ser una amarga ironía que el
modelo de Castro, que justifica ejecuciones sumarias, calabozos,
torturas y el exilio de los inconformes con el argumento de que lucha
por una sociedad moralmente superior, haya creado un sistema en el que
los cubanos, que ganan un promedio de US$20 al mes, tienen que robar
para sobrevivir.
Basta hablar con jóvenes cubanos, como lo he hecho durante el tiempo
que pasé en la isla, para oír las burlas del Máximo Líder y culparlo por
los males del país. Si los cubanos son así de atrevidos ahora,
imaginemos cómo podrían comportarse una vez que el viejo revolucionario
fallezca. Esta preocupación podría explicar la nueva política de viajes.
Son pocos los dictados de Castro tan odiados como la prohibición de
la libertad de viaje. Bajo las reglas existentes, los cubanos que desean
viajar fuera del país por motivos personales tienen que presentar una
carta de invitación del extranjero que los recibirá, explicar el
propósito de su visita a los burócratas, pagar una tasa consular y
conseguir una "tarjeta blanca" del régimen. Los cubanos entienden,
visceralmente, que el arreglo es injusto.
El gobierno promete que a partir de enero los cubanos que quieran
viajar legalmente no necesitarán la carta de invitación, ni deberán
pagar una tasa consular, y tampoco necesitarán una tarjeta blanca.
También podrán permanecer en el extranjero por hasta dos años antes de
ser considerados emigrantes y, por lo tanto, perder parte de sus
derechos en el país.
Esto a primera vista suena como un avance. Pero ni se acerca a dejar
que los cubanos viajen libres por el mundo. Todavía necesitarán un sello
de validación de pasaporte y para muchos los costos resultarán más
altos que la tasa para la tarjeta blanca. El sello puede ser retenido a
discreción del régimen.
Como se explica en la ley, científicos, doctores y cualquiera
considerado de gran valor para el Estado tendrá dificultades para
obtener el permiso para viajar e, incluso si lo consigue, tendrá que
esperar cinco años entre la presentación de una solicitud y el momento
de abordar un avión. Un editorial en el periódico estatal cubano indicó
la semana pasada que el régimen tiene la intención de protegerse contra
"el robo de talentos que aplican los poderosos", es decir, EE.UU. La ley
también estipula una categoría amplia de rechazo marcada como de
"razones de Defensa y Seguridad Nacional". La traducción sería que nadie
sale sin la bendición del dictador.
De todos modos, es probable que Cuba quiera permitir que una mayor
cantidad de sus ciudadanos viajen al exterior. Si los ciudadanos que
obedecen las directrices políticas del régimen pueden viajar a Miami y
más allá y adquieren cosas con la ayuda de sus parientes exiliados, la
riqueza que Cuba no puede generar debido a su atrasado sistema económico
puede ser importada maleta por maleta. Los viajeros cubanos sin duda
estarán encantados con su nuevo acceso a los bienes materiales. Sus
vecinos disidentes, a quienes se les niega el permiso de viajar,
aprenderán una importante lección sobre cómo no comportarse.
El resultado es que en el 50º aniversario de la crisis de los misiles
cubanos, el régimen ha anunciado una nueva manera de aferrarse al mismo
viejo control militar. El único problema para Raúl son los estimados
(según el Departamento de Estado) cuatro años y medio de retraso en la
lista de cubanos a la espera de visas para viajar a EE.UU.
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