Elecciones 2012: Tres escenarios de pesadilla
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Faltan unos diez días para las elecciones presidenciales (y a todas
las bancas de la Cámara de Representantes, la tercera parte del Senado,
once gubernaturas, leyes estatales, etc. etc.), y todos – especialmente
quienes hemos estado siguiendo estas campañas por más de un año, día a
día – quieren tener la felicidad de la resolución.
Según los expertos, la decisión está en manos de los nueve estados indecisos
– aquellos en los que la diferencia entre los partidarios de cada
candidatos es mínima, fluctúa, y muestra posibilidades de victoria para
ambos.
Aquí se libran las principales contiendas. Aquí se deciden las
elecciones. Aquí se invierten millones de dólares en avisos y aquí
pernoctan los candidatos y sus más importantes representantes para – con
la voz ronca y las piernas temblando – volver a aparecer ante un
público diferente pero similar en cada ciudad.
La verdad es que nadie sabe quién ganará estas elecciones.
Nate Silver, uno de los más serios expertos en estadísticas y sondeos
de opinión pública y editor del más importante blog electoral, FiveThirtyEight, dijo este viernes que "la probabilidad de victoria de Obama es de un 75 por ciento", pero luego condicionó su propia aseveración.
Es que, parafraseando a Luis Advis, Estados Unidos es un país tan ancho, que "mil cosas pueden pasar".
Podría ser que contrariamente a nuestros planes de permanecer despiertos hasta que las grandes cadenas noticiosas y Huffington Post Voces declaren al ganador, hasta que el Presidente electo y el perdedor emitan sus discursos, esto no suceda.
Podríamos quedarnos sin vencedores ni vencidos, para usar otro paráfrasis.
Escena I: Paridad de electores
Por ejemplo, como se sabe, en Estados Unidos las elecciones
presidenciales son estatales e indirectas. Es decir, no están
relacionadas a lo llamado "el voto popular". Se queda con la presidencia
quien recibe la mitad más uno en el colegio de electores, que se
convoca después de los comicios para una sesión hasta ahora simbólica.
Cada uno de los estados y el Distrito de Columbia o D.C. (que
contiene la capital Washington) envía al colegio de electores una
cantidad de representantes proporcional a su población.
En total hay 538 electores, representando a los 435 miembros del
Congreso, los 100 del Senado y tres de D.C. En el acto de votación, este
17 de diciembre, cada uno en su estado, eligen al Presidente y al
Vicepresidente. Quien llega al número mágico de 270 electores, gana.
Pero, ¿qué pasa si empatan? ¿Qué sucede si tanto Obama como Romney se
atascan irremediablemente en el fatal número 269? Ah, entonces no hay
ganador ni perdedor en la noche de las elecciones.
Eso sería posible, dice esta semana en la revista Time Massimo
Calabresi, si Romney gana Florida, Virginia, Iowa, Nevada y Colorado, y
Obama vence en Ohio, Wisconsin, New Hampshire y Nuevo México.
Si así sucede, puede que se abran las puertas de este infierno:
los electores deciden, pero no están obligados a hacerlo por quien se
comprometieron a apoyar. Pueden cambiar de opinión. Pueden decidir lo
que quieran. Pueden jurar y perjurar que votarán por quien los envió a
la convención, pero en el momento clave, sufrir de amnesia o pretender
una epifanía y cambiar de bando. Uno solo de estos delegados, que son
por lo general simples activistas, puede decidir quién será presidente.
Aunque los partidos los cambien, porque lo pueden hacer hasta el 11 de
diciembre – por sospechosos – uno nunca sabe.
Pero si nadie cambia de opinión y la paridad perdura, dice la
Constitución que se convoca a la recientemente elegida Cámara de
Representantes para elegir al Presidente, y al recientemente renovado
Senado para el Vicepresidente. La Cámara Baja está actualmente en manos
de los republicanos, y los expertos calculan que lo seguirá siendo después de las elecciones. Por ende, Romney sería el presidente. Y como en el Senado perdurará – dicen – la mayoría demócrata, su lugarteniente será Joe Biden. Las vueltas de la vida.
Escena II: Conteo especial
Aquí no terminaron los "tsures", los problemas para el proceso democrático ni para nuestras ganas de saber quién ganó, inmediatamente.
Es posible que los estados indecisos sigan siéndolo hasta el amargo
final. Es decir, que cuando se acalle el frago del combate y termine el
conteo electrónico de los votos, las diferencias entre los bandos sean
mínimas. Unos miles de votos, o menos. O uno.
Por lo general, una diferencia de 0.5 por ciento entre los candidatos
lleva a suspender la decisión y decretar un conteo manual de los votos.
De hecho, según Massimo Calabresi de la revista Time, usando a Silver
de modelo, existe un 10 por ciento de probabilidades que deba hacerse
un conteo manual. El fantasma de la elección del año 2000, cuando la
Suprema Corte de Justicia federal anuló la decisión del tribunal de
Florida de contar los votos estatales manualmente y dio la victoria a
George W. Bush, ese espectro baila una danza macabra delante de nuestros
ojos en estos mismos momentos.
Esa decisión fue el parteaguas que definió al tribunal máximo del
país como un elemento ideológico y no como parangón de justicia.
Pero le antecedió un espectáculo de circo, porque algunos votos sí se
contaron manualmente y de ahí surgieron las escenas de funcionarios
fatigados mirando las papeletas sin saber si se habían arrancado de ellas las lenguetas (chads) de los candidatos votados o si solamente se habían recortado…
En el mismo tenor, Ohio, un estado donde existe el 50 por ciento de
probabilidades según Silver de que sea el que decida la presidencia, ha
enviado 1.43 millones de boletas de voto temprano. Han votado 800,000,
enviando su boleta por correo. Si el resto de los que no lo han hecho
aún comparece el día de las elecciones, su voto no será considerado
hasta el 17 de noviembre (11 días después). Pesadilla.
Escena III: La hora de los abogados
Otro escenario de pesadilla es una acumulación de escaramuzas o
violencia en los sitios de votación. Una organización al servicio del
Partido Republicano, True The Vote,
ha reclutado a muchos miles de observadores
que, de manera legal, pueden estar presentes en las urnas para impedir
que voten aquellos que a éstos les pueden parecer fraudulentos, lo cual
podría parecer un genuino servicio a la democracia.
En su portal, True The Vote afirma que "desafortunadamente, los
estadounidenses han perdido confianza en la integridad de los resultados
electorales de la nación y el fraude y la violación de leyes se han
convertido en demasiado frecuentes en nuestro sistema electoral".
Sin embargo, no existen – salvo anécdotas dramáticamente narradas –
pruebas de que haya un problema serio de fraude en el sentido de que
gente sin derecho a hacerlo trate de votar.
La lucha contra el fraude electoral es uno de los mitos que reaparecen
infaliblemente cada ciclo electoral, pero que mueren al día siguiente de
los comicios, que es cuando deberían seguir y desarrollarse. En
realidad se trata de impedir que se cuente el voto de quienes opinan lo
contrario de uno.
La idea es una continuación de los intentos de legislación en 31
estados que trató de limitar el derecho al voto con leyes que demandaban
un documento de identidad con foto a pocas semanas de las elecciones,
cuando el 18 por ciento de los votantes carecen de éste, o reduciendo la
posibilidad de voto adelantado o por correo, que es una solución para
muchos trabajadores que no pueden movilizarse para votar el martes
próximo.
La enorme mayoría de estos intentos fracasaron, como es lógico, al ser anulados por los tribunales.
Pero el daño está hecho. Existe temor porque existe intimidación. Es
deplorable que haya activistas que fogosamente traten que menos y no más
gente vote.
Estos observadores tendrán sin embargo frente a sí a varios miles de
abogados al servicio de la lista demócrata, cuya labor será proteger el
voto.
En este ambiente de desconfianza y abierta hostilidad, donde la
división ya es más por raza y nivel económico que por ideas, la
posibilidad de una acusación de fraude y demanda de anular los votos en
todo un distrito o hasta un estado es casi segura. Y nadie sabe en qué
desembocará. Se trata de otro peligro – quizás el más oneroso y
peligroso para nuestra democracia.
Gabriel Lerner es Editorial Director de HuffPost Voces.
- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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