Misiles nucleares en el patio de atrás de los campesinos cubanos
La crisis
empezó el 15 de octubre, cuando fueron descubiertas las armas nucleares en unas
fotos tomadas por un avión espía que sobrevoló Cuba.
La tensión no
cesó hasta que el 27 de octubre, cuando el líder soviético Nikita Jrushchov le
propuso a su contraparte estadounidense, John F. Kennedy, llevarse las armas
nucleares de vuelta a casa a cambio de la garantía de que EE.UU. no invadiría
ni apoyaría una invasión a Cuba y que desmantelaría las bases nucleares en
Turquía.
El acuerdo se
alcanzó el 28 de octubre.
Tras ese
conflicto se estableció una línea directa entre el Kremlin y la Casa Blanca conocida
como El Teléfono Rojo.
Hace 50 años,
un acuerdo puso fin a la crisis que había mantenido al mundo en ascuas: durante
dos semanas en octubre de 1962, Washington y Moscú habían estado enfrentados
luego de que Estados Unidos se enterara de que la Unión Soviética había llevado
armas nucleares a Cuba.
El conflicto,
conocido como la Crisis de Misiles en Estados Unidos, la Crisis del Caribe en
Rusia y la Crisis de Octubre en Cuba, llevó al mundo al borde de la III Guerra
Mundial, una guerra con un potencial destructivo más grande que todas las
demás.
El corresponsal
de BBC Mundo en la isla fue al lugar en el que le habían dicho estuvieron
guardadas esas armas de la discordia.
La generación más joven de los Chuscos juega en los antiguos túneles
militares. Sus padres los utilizan como cantera.
La familia
Chusco vive cerca de Madruga, a mitad de camino entre las provincias de La
Habana y Matanzas.
Son campesinos
descendientes de mexicanos y en su finca hay una cueva donde al parecer hubo
cohetes nucleares durante la "Crisis de los Misiles".
A Emilio
Chusco, ya fallecido, lo conocí en el 2002, fue él quien primero me habló de la
existencia de la cueva, donde decía habían instalado misiles.
Me acompañó
para mostrarme los túneles perforados en la roca y los restos de las
estructuras de hierro que componían las instalaciones militares.
Emilio relató
que antes de iniciarse la crisis se les sacó de la finca y vieron entrar una
gran rastra militar cubierta por una lona.
"Yo veía
que eran armas grandes y les pregunte a los guardias qué traían y me dijeron
que un cohete y que lo metieron para la cueva", dijo.
Hay dos túneles
con el largo y el ancho justo para esconder aquellos cohetes, de los cuales aún
queda uno en el museo de La Cabaña, en la entrada de La Habana.
Dentro se ven
restos de los rieles sobre los que se deslizaban hasta la cavidad más grande de
la cueva.
El lugar es
perfecto, la caverna no tiene techo y la boca mira hacia el norte, las lomas
donde está enclavada distan menos de 2 km de la carretera central, a pesar de
lo cual la tupida vegetación de la zona impide que los que circulan por allí
puedan verla.
El regreso y el olvido
Rosa Chusco recuerda que en la cueva de su finca había “un alto mando ruso
de esos”.
Hace unos días
volví a su casa para hablar otra vez de aquellos días en que el mundo estuvo al
borde de la catástrofe nuclear y me encontré con la triste noticia de que
Emilio había fallecido de un ataque al corazón hace un tiempo atrás.
Me recibió su
hermana, Rosa Chusco, quien desde sus 76 años dice que "en la cueva había
un alto mando ruso de esos pero yo no vi nunca los cohetes".
Recuerda que
"los militares cubanos y rusos tampoco nos dejaban acercar al lugar".
Su memoria se
traslada a aquellos días en que era una adolescente: "los rusos hablaban
español y eran muy buenos, le traían cosas a mi mamá y a mi papá: latas de
leche, galletas y carne rusa (enlatada). Eran gente muy buena, eran gente
socialista", le cuenta a BBC Mundo.
Acepta llevarme
otra vez a ver la cueva, a pesar de que su sobrino le advierte que "te vas
a meter en candela" (vas a tener problemas).
No somos los
únicos que están tras la pista de la "Crisis de octubre", poco antes
de nuestra llegada los visitó un grupo de militares cubanos.
La ubicación de las cuevas es excelente pues están muy cerca de la carretera
y sin embargo protegidas de la vista por la vegetación.
Nos acompañan
sus sobrino-nietos y Rosa dice que en 1962 ella "no sabía ni de crisis ni
de cohetes ni de nada de eso. Nosotros vivimos tranquilos y nunca nadie nos ha
molestado, siempre hemos sido gente pobre pero honrada".
Ni los Chusco
ni sus vecinos tienen conciencia de que el poblado de Madruga y sus fincas
aledañas podrían haberse convertido en uno de los blancos prioritarios de una
conflagración nuclear mundial que podría haber acabado con toda la humanidad.
Cuando les
hablo de esto me miran incrédulos.
En la zona ya
nadie se acuerda de aquello, medio siglo es demasiado tiempo, muchos de los
protagonistas han muerto y los niños solo recuerdan lo que el abuelo les contó
sobre las latas de carne rusa.
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