Colombia, de narcoguerrillas a narcoestado
Es muy improbable que las conversaciones de paz
entre el gobierno colombiano y las narcoguerrillas de las FARC lleguen a
buen fin. Incluso, es posible que no sean una buena idea. Y la razón es
muy simple: el estado colombiano no está sentado en una mesa de
negociaciones con un grupo de patriotas violentos que han recurrido al
crimen y la violación de la ley para lograr un objetivo político.
Eso
eran el IRA irlandés, la ETA vasca, incluso el M-19 colombiano o el
Irgún israelí al que perteneció Menájem Beguin, quien, además de llegar a
ser un notable primer ministro de Israel, alcanzó el Premio Nobel de la
Paz en 1978. Las FARC son otra cosa.
Las FARC, que hace casi
medio siglo comenzaron sus actividades como brazo armado del Partido
Comunista soñando con crear en Colombia una sociedad similar a las que
preconizaba la URSS, autoritaria y colectivista, pero, al fin y al cabo,
surgida de ciertos ideales, en el camino empezaron a financiarse
gracias al narcotráfico, los secuestros y la extorsión, orillando el
proyecto político original hasta el punto en que los medios sustituyeron
a los fines. Sencillamente, se trasformaron en una enorme máquina
dedicada al delito, más cercana y parecida a los cárteles de la droga
que a las organizaciones revolucionarias violentas.
Si esto es
así, ¿por qué los narcoguerrilleros de las FARC accedieron a participar
en unas negociaciones de paz? La hipótesis más difundida es que los
ataques de los militares colombianos les habían hecho mucho daño a
partir de la estrategia del presidente Álvaro Uribe y temían resultar
liquidados, como les sucedió a Raúl Reyes, a Mono Jojoy y a Alfonso
Cano, tres de los más importantes jefes militares de la organización
abatidos por la aviación nacional.
Otra probabilidad es que
pensaran, siguiendo el ejemplo de los vietnamitas en los años setenta,
que negociar con el enemigo mientras continuaban los combates, acabaría
por debilitar la voluntad de lucha del adversario hasta desmoralizarlo
totalmente. Dialogar, si ese es el razonamiento, es una táctica de lucha
más que un cambio de estrategia, lo que explicaría el tono arrogante y
triunfalista con que se han sentado a la mesa.
Una tercera
motivación, compatible con las dos anteriores, es el triunfo de la
visión chavista de la toma del poder: conquistar el gobierno por la vía
electoral, aunque, como sucedió en El Salvador, en una primera fase
pudieran aupar a un candidato independiente, informalmente comprometido
con las narcoguerrillas.
Entre las enormes ganancias que les
produce el narcotráfico, más la fabulosa ayuda que les puede entregar
Hugo Chávez, no es descabellado pensar que las FARC, parapetadas tras
otras siglas, pueden creer en una entrada victoriosa y pacífica en la
Casa de Nariño. Tampoco es un error suponer que eso, exactamente, es lo
que les recomendaría Raúl Castro, a estas alturas desconfiado de todas
las guerras convocadas por su hermano que él apoyó en su turbulenta
juventud.
Pero, tan importante como el por qué las
narcoguerrillas se sientan a conversar, es el para qué una organización
consagrada al delito da ese paso e intenta llegar al poder por otras
vías.
A mi juicio, la única explicación racional es la pretensión
de convertir a Colombia en un narcoestado, a una escala mucho mayor de
lo que el general Noriega hizo de Panamá en la década de los ochenta o
algunos generales haitianos en su pobre país, comenzados los años
noventa.
Ese escenario no es ninguna fantasía. ¿Para qué gestionar
una vasta operación de narcotráfico escondidos en la selva cuando se
puede hacer cómodamente desde el gobierno? ¿No hay junto a Hugo Chávez
narcogenerales venezolanos que tratarán de conservar el poder cuando el
presidente sucumba como consecuencia del grave cáncer que lo afecta?
¿Qué poder puede oponerse a una alianza entre dos narcoestados del
tamaño y la importancia de Colombia y Venezuela?
Y si éste está
errado, ¿cuál es el análisis acertado de las conversaciones de paz que
se llevan a cabo en La Habana? ¿Se puede pensar que esas encallecidas
narcoguerrillas, atemorizadas por la derrota, están dispuestas a
desarmarse con el único objeto de integrarse en la vida pública
colombiana o en la sociedad civil a cambio de impunidad por los crímenes
cometidos? Francamente, no lo creo. No es así como actúan las
organizaciones criminales.
El autor es periodista y escritor. Su último libro es la novela La mujer del coronel.
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