La carne de cañón de los políticos
Los argentinos se preparan para reducir la edad
de votar. Van a pasar de los 18 años a los 16. ¡Demagogia, cuántos
disparates se cometen en tu nombre! La maniobra ha sido ideada por la
bancada oficialista y ya fue aprobada por la Cámara de Diputados. El
cálculo es que los más jóvenes votarán por quienes les han concedido ese
supuesto derecho.
Naturalmente, muchos argentinos desconfían de la
medida. Piensan que se trata de una maniobra de la presidente Cristina
Fernández para fortalecer sus huestes (su popularidad ha caído en picado
hasta el 35%) si finalmente el peronismo decide volver a cambiar la
Constitución para admitir la reelección.
Ya se sabe que los
políticos son animales feroces que se alimentan de votos
insaciablemente. Algunos de los mayores disparates de la historia del
parlamentarismo se han perpetrado durante la cacería de electores.
Los
congresistas y senadores de Estados Unidos prohibieron el consumo de
alcohol en los años veinte del siglo pasado para cortejar el inminente
voto femenino que estaba a punto de aprobarse.
Como, desde el
XIX, la militancia feminista, además de ser sufragista, participaba en
las “ligas de temperancia”, unas organizaciones que preconizaban la
persecución del vicio de beber, corrieron a complacer a estas aguerridas
damas para ser recompensados en las urnas.
Así nacieron Al
Capone y sus “gatillos alegres” en la época de la prohibición. Eran los
hijos bastardos, no deseados, de la lujuria electoral de los políticos.
Los
argentinos han revivido un viejo debate. La tendencia planetaria es a
reducir cada vez más el comienzo del ejercicio de ese privilegio. (No es
exactamente un derecho porque se otorga o se pierde a discreción de los
legisladores).
Hoy la mayor parte de los países han adoptado la
frontera de los 18 años, pero algunos la han situado en los 16. En
América Latina, los ciudadanos de Cuba, Nicaragua y Ecuador votan a los
16 años. No son exactamente democracias y el voto no sirve para mucho en
esos países, pero Austria, que sí lo es, se comporta de la misma manera
en este asunto.
En definitiva, ¿cuál es la edad adecuada para
elegir y ser electos? Según sabemos hoy día, como promedio, la edad
razonable debe situarse después de los veinte años. Es en ese punto
cuando el cerebro de las personas ha alcanzado su madurez fisiológica,
poniéndole fin al tempestuoso proceso que ocurre dentro del cráneo entre
los doce y los veinte años de edad, la terrible etapa de la
adolescencia.
En ese periodo ocurre una reducción sustancial de la
materia gris y se pierden miles de millones de conexiones, lo que
explica los bruscos cambios en los estados anímicos de los adolescentes
(más agudos en las mujeres que en los hombres), las depresiones
frecuentes, los momentos de rebeldía contra la autoridad y tantos otros
rasgos que asociamos a esa crucial coyuntura del desarrollo fisiológico y
cognitivo de nuestra curiosa especie.
La última región del
cerebro que se estabiliza o madura es la corteza prefrontal,
precisamente donde se forjan las criterios y decisiones que relacionamos
con las tareas cívicas vinculadas a las actividades de elegir y ser
electos.
Supuestamente, ambas funciones deben estar asociadas a la
capacidad de razonar serenamente, y, como suelen decir los aburridos
formularios legales, “en plenitud de las facultades mentales”, algo que
no suele alcanzarse, repito, hasta que termina dentro de nuestros
cerebros la estremecedora sacudida de la adolescencia.
Todos hemos
recorrido ese camino y, los más viejos, hemos visto pasar por ese
trance a nuestros hijos y nietos. Es una edad maravillosa para
enamorarse, para adquirir deliciosos hábitos permanentes como el cine,
la literatura o la música. Ahí termina de forjarse nuestra identidad.
“Uno forma parte de donde pasó su adolescencia”, intuyó y aseguró, con
razón, Goethe.
También, claro, en esa etapa se pueden adquirir
costumbres perniciosas como el consumo de drogas, debido a un rasgo muy
peligroso asociado al periodo: la incapacidad para medir los riesgos, la
audacia sin límites porque nos creemos invulnerables al daño físico.
En
suma, no sólo es un error darles el voto a los adolescentes. Es un
crimen. Es convertirlos en carne de cañón de los políticos demagogos,
como ya lo son, a veces, de los ejércitos y de algunos grupos violentos.
Es, también, una forma perversa de abusar de ellos.
El autor es periodista y escritor Su último libro es la novela La mujer del coronel.
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