El último hombre blanco
El historiador Samuel Huntington habría valorado
con melancolía fatalista los resultados de las elecciones que le han
valido un segundo mandato a Barack Obama. Las cifras dicen mucho de la
realidad de una nación en la que las minorías han ido cobrando voz y
voto gradualmente, en concreto los hispanos, con un apoyo del 71% al
Presidente.
Huntington, que era un respetado profesor de Harvard y autor de un libro importante, The clash of civilizations and the remake of world order, en 2004 publicó un ensayo en Foreign Policy, The Hispanic Challenge, planteando una tesis polémica. Grosso modo,
el texto señalaba que el continuo flujo de hispanos hacia Estados
Unidos, en particular la inmigración mexicana, era una amenaza que
acabaría por dividir la nación en dos grupos, dos culturas y dos
idiomas. Huntington había llegado a la conclusión de que los hispanos, a
diferencia de otros grupos de inmigrantes, no eran capaces de
insertarse en el mainstream, forjando burbujas infranqueables desde Los
Ángeles a Miami, en las que se rechazaban los valores anglo protestantes
que habían facilitado el “sueño americano”. Entre una de sus
inquietudes el historiador destacaba el mayor índice de nacimientos
entre hispanos, como una suerte de imparable invasión similar a la
amenaza de Andrómeda.
Sin duda Huntington pretendía reflejar una
realidad: el hecho de que el paisaje humano que pintaba Norman Rockwell
se desvanecía en el mestizaje de una sociedad cada vez más diversa. Pero
en su análisis el reconocido académico valoraba negativamente esta
evolución, como si se tratara de una inminente catástrofe que podía dar
al traste con la armonía de la tribu dominante y convertir el sueño
americano en una pesadilla.
Los recelos de Huntington podrían
compartirlos muchos de los hombres blancos que votaron por Mitt Romney,
igualmente turbados ante la influencia creciente de los hispanos, una
minoría que en estos comicios ha demostrado su voluntad de participar
activamente ejerciendo su derecho al voto. Era previsible que así lo
hicieran porque la política migratoria era una de sus mayores
preocupaciones a la hora de elegir uno u otro candidato.
Si bien
es cierto que en los primeros cuatro años de su mandato Obama no cumplió
su promesa de sacar adelante la reforma migratoria, para los hispanos
ese fiasco era menos grave que una plataforma republicana que hasta
ahora se ha negado a abordar de manera constructiva la legalización de
millones de indocumentados que contribuyen a la economía de Estados
Unidos con el esfuerzo de su trabajo. Por ese motivo el senador
republicano Marco Rubio, de origen cubano, al día siguiente de la
derrota afirmó que su partido debe revisar su postura migratoria si
quiere estar en sintonía con el creciente número de inmigrantes que está
cambiando la tradicional composición del país.
Si algo hemos
aprendido de estas elecciones es que ningún partido, ni demócratas ni
republicanos, puede permitirse el lujo de ignorar los intereses de las
minorías que han ido modificando la textura del país. Además de los
inmigrantes, con el envejecido hombre blanco conviven los
afroamericanos, las mujeres, los gays y los jóvenes. Ya no hay un solo
sueño americano, sino muchos y diversos sueños.
Lo que sucedió el
pasado seis de noviembre desmonta la creencia de Huntington de que hay
grupos que no están capacitados para entender las reglas del juego. Las
minorías han comprendido que la fuerza del destino se deposita en las
urnas.
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