En Argentina, los verdaderos explotados son los que trabajan en blanco
La semana pasada, en alguno de sus discursos en
cadena, Cristina Fernández sostuvo que había gente que se quejaba por tener que
pagar los planes sociales e, incluso, llegó a decir que sugerir que aquellos
que tienen trabajo vivieran un día como los que no tienen trabajo y viven de un
plan social, aunque sinceramente no recuerdo si también propuso, en el trueque
de roles, que el que tiene un plan social vaya a trabajar al lugar del primero.
Me parece que es importante resaltar que muchos
políticos de la oposición también ven los planes sociales como una conquista,
es decir, este mecanismo de fabricar pobres pareciera ser compartido por buena
parte del arco político, lo cual le pone una sombra al futuro económico de la Argentina.
La primera reflexión que puedo hacer respecto a los
planes sociales es que el famoso modelo lleva 9 años y va para los 10. Si en
todo ese tiempo el famoso modelo no logró generar la suficiente cantidad de
puestos de trabajo para que cada vez menos gente tenga que depender de los
llamados planes sociales, entonces debe reconocerse que el modelo fracasó en
términos de atraer inversiones, generar nuevos puestos de trabajo y mejores
ingresos. El tiempo ha sido lo suficientemente extenso como para mostrar sus
virtudes y lograr que cada vez menos gente dependa de dichos planes y más del
fruto de su trabajo.
En segundo lugar, de los 29 años en que llevamos
votando ininterrumpidamente, solo 8 años el peronismo no estuvo en el gobierno.
Los 6 de Alfonsín (que fueron menos porque dejó el gobierno unos meses antes) y
los 2 de De la Rúa. Es más, la Alianza tuvo su pata peronista, de manera que su
participación en el poder fue mayor aún. Si habiendo el peronismo gobernado el
72% de los últimos 29 años no logró terminar con la pobreza y la persistente
decadencia, algo anda mal en el peronismo. Tendrá, como algunos sostienen,
capacidad de gobernabilidad (aunque tengo mis dudas al respecto), pero no
parece tener capacidad de gestión a juzgar por los resultados.
La segunda reflexión tiene que ver con otra afirmación
que hizo Cristina Fernández respecto a los planes sociales. Dijo que gracias a
ellos las empresas no podían contratar por monedas a la gente y, de esa forma,
se terminaba la explotación. Aun aceptando esta tesis, uno podría argumentar
que, en todo caso, se pasó de la explotación de las empresas a la explotación
de los punteros políticos.
Pero tampoco es válido el argumento de Cristina
Fernández, porque, en todo caso, aunque yo no lo comparta, en vez de establecer
planes sociales puede establecer un salario mínimo. Enseguida aclararé porque
tampoco le funcionaría. Pero antes termino la idea del salario mínimo. El
gobierno de ella y su fallecido esposo podrían, como dije, haber establecido un
salario mínimo, en vez de los planes sociales, para que el trabajador no sea
“explotado” y resolvía el problema de la explotación siempre y cuando se
hubiesen generado los suficientes puestos de trabajo como para que la gente no
tuviera que vivir de los planes sociales.
Vayamos ahora al punto del salario mínimo. La realidad
es que igual hubiese generado un problema de desocupación y problema social,
porque si se establece un salario mínimo por encima de la productividad de la
economía, el mercado de trabajo hubiese ajustado por cantidad en vez de ajustar
por precio. Es decir, las empresas hubiesen contratado menos gente y la
desocupación hubiese alcanzado niveles elevados como ahora. La salida de la
pobreza no es ni el salario mínimo ni los planes sociales. Es el crecimiento
sostenido en base a inversiones.
En definitiva, con los planes sociales tiene el
problema de la falta de trabajo y, además, el costo fiscal de mantenerlos.
Doble problema.
En tercer lugar, a cualquier mortal que trabaja en
blanco hoy en día se le pide que: 1) mantenga a su familia, 2) ahorre para el
futuro porque la jubilación que le tocará cuando se jubile será una miseria por
lo que están haciendo con el sistema previsional, 3) que mantenga a sus padres
si aún los tiene porque la jubilación que cobran es una miseria, 4) que
mantenga con sus impuestos un sector público ineficiente y caro y 5) que
sostenga a todos aquellos que viven de los planes sociales. Y todo esto tiene
que lograrlo luchando contra los disparates económicos que comete el gobierno
que hace más difícil tener productividad. Es como si a la gente que trabaja en
blanco se le dijera: laburá para sostener todo eso y encima te pongo una
mochila con 10 kilos de peso para que te sea más difícil.
Si la presidente tomara debida nota de todo este esfuerzo
que tiene que hacer la gente que trabaja en blanco, se daría cuenta que hoy en
día los explotados son los que trabajan
en blanco y no los que viven de un plan social. El gobierno ha llevado la
explotación de la gente que trabaja a su máxima expresión. El “capitalismo
salvaje”, como le gusta decir a los progres, es el paraíso frente al descomunal
esfuerzo y explotación al que es sometida la gente que trabaja.
Discrepo absolutamente con el discurso de la
presidente porque no hay política económica más humillante que deba soportar un
ser humano que vivir de la dádiva del Estado en vez del fruto de su trabajo y
esfuerzo personal.
¿Cómo se logra revertir esa humillación? Con tres ejes
básicos: a) disciplina monetaria, b) disciplina fiscal y c) respeto por los
derechos de propiedad. Con esos tres ejes se captan inversiones,
particularmente ahora que hay tanta liquidez en el mundo buscando dónde
invertir, que generan puestos de trabajo, mejores salarios y prosperidad
general. Es por eso que el liberalismo es moralmente superior al populismo que
nos propone el kirchnerismo, porque sin asegurarle el éxito a nadie, el
liberalismo le proporciona las condiciones a la población para que, utilizando
su capacidad de innovación, su esfuerzo y su trabajo, puedan progresar en la
vida. El liberalismo no es superior al populismo solamente por su propuesta
económica, sino, fundamentalmente, por su contenido moral. Porque, además,
limita el poder de los gobernantes de tal forma que evita el autoritarismo,
impide que se violen los derechos individuales y, además, reduce al mínimo la
corrupción porque no da lugar al tráfico de influencias que negocian los
funcionarios públicos bajo el populismo.
Por el contrario, el populismo propone la humillación
de la gente. No contribuye a la cultura del trabajo, la destruye al “vender”
que un sector de la sociedad que tiene derecho a vivir a costa del trabajo
ajeno. Si el gobierno tuviera realmente sensibilidad social crearía las
condiciones institucionales y económicas para que una fuerte corriente
inversora generara los puestos de trabajo necesarios para todos aquellos que
hoy no lo tienen y viven de los llamados planes “sociales”.
Por eso, es necesario insistir con que el populismo no
solo es ineficiente desde el punto de vista económico, sino que es moralmente
reprochable al denigrar a la gente haciéndola depender de la dádiva del Estado,
al tiempo que deriva en autoritarismo y corrupción.
Tal vez el populismo sea un muy buen negocio en el
corto plazo para quienes lo impulsan, pero en el largo plazo tiene costos
económicos y políticos que inevitablemente hay que afrontar. Es justamente eso
lo que le está pasando a este gobierno que hoy luce tan alterado. El largo
plazo le ha llegado y no saben cómo afrontarlo, salvo explotando cada vez más a
la gente que trabaja en blanco.
Por eso le formulo la siguiente propuesta a la
presidente. Yo me quedo en mi casa porque el stock de riqueza acumulado es mío,
pero de ahora en más yo vivo de los planes sociales y ella se pone a trabajar
para sostenerme a mí y a todos los que pagamos impuestos, a mi familia, a mi
madre y al Estado sobredimensionado y, encima, tendrá que soportar la mochila
de los dislates económicos de sus incondicionales colaboradores (Moreno,
Kicillof, etc.)
Quisiera ver cuánto tiempo aguanta siendo explotada
tan inhumanamente.
- 28 de diciembre, 2009
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