Carlos Floria (1929-2012)
El Imparcial, Madrid
El
domingo 18 de noviembre, a los ochenta y tres años, murió el destacado
intelectual argentino Carlos Floria. Nacido en Buenos Aires, Floria era Doctor
en Derecho y Ciencias Sociales por la UBA y su larga trayectoria académica en
ámbitos públicos y privados se vio coronada en la Universidad de San Andrés
donde fue nombrado profesor emérito.
Entre
otros antecedentes, cabe señalar que Floria fue becario Eisenhower y Fulbright,
investigador en el Woodrow Wilson International Center, miembro de la Comisión
Pontificia Justicia y Paz, miembro asimismo de la Academia Nacional de Ciencias
Morales y Políticas, y embajador de la Argentina ante la Unesco entre 1996 y
1999. También serán recordados sus vínculos con la Fundación Ortega y Gasset,
su clave actuación como consejero de la revista Criterio y sus
colaboraciones en La Nación y otros medios gráficos entre los que llegó
a contarse El Imparcial. Autor de libros y numerosos ensayos y
artículos, su obra más divulgada es sin duda Historia de los argentinos
(escrita en colaboración con César García Belsunce) que lleva ya varias
reediciones cada una en versión actualizada. Además de la historia, la ciencia
política fue la disciplina que mejor cultivó y en la que contribuyó a formar a
varias generaciones de estudiantes.
Como
su admirado Raymond Aron, Floria fue ante todo un hombre moderado, cualidad que
presidió su conducta y su reflexión. También fue un hombre de fe, compromiso
que supo sostener junto con una adhesión igualmente firme a los ideales de la
democracia republicana. Para una semblanza más completa, a estos rasgos
visibles de su personalidad deberían agregarse su hombría de bien, su
incansable curiosidad y el generoso trato que dispensaba hasta al más ocasional
de sus interlocutores. En este sentido, cabe decir que Floria encarnaba al
verdadero caballero de que hablaba John Henry Newman, siempre preocupado “por
hacer sentir a todos a gusto y en casa”.
Así
me hizo sentir durante los años en que tuve el privilegio de gozar de su
amistad, su consejo y su grata conversación. Floria era, en efecto, un
extraordinario conversador, una persona con la que era posible compartir ratos
inolvidables en los que el deseo de escuchar cedía fácilmente a la invitación a
ser también partícipe, nunca supeditaba a ninguna requisitoria ni a la búsqueda
de una conclusión compartida. Por eso, conversar con Floria era disfrutar de
una experiencia libre, una relación que no requería ni se proponía el
asentimiento.
Como
escribió en estas horas José Claudio Escribano, llama la atención que algo tan
elemental para la convivencia democrática como es la disposición a conversar
deba ser destacado. Y, sin embargo, este rasgo “asume estatura virtuosa” en un
país en el cual el diálogo civilizado se ve diariamente amenazado por la
intolerancia. Un motivo fundado, pues (entre muchos otros), para recordar a
Floria.
- 17 de enero, 2025
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