Comprendiendo la Gran Recesión y sus salidas
La semana pasada, desde el jueves, 22, al sábado, 24, se celebraron
en la Universidad Católica de Ávila las jornadas correspondientes al
primer Congreso de Economía y Libertad: "La Gran Recesión y sus
salidas", en cuya organización el Instituto Juan de Mariana tuvo el
honor de participar.
Allí pudimos encontrarnos con muchos amigos del Instituto, que
asistían como público o presentando trabajos de investigación en las
distintas sesiones temáticas confeccionadas. Asimismo, pudimos vivir de
primera mano el excelente trabajo realizado por los responsables de la
Universidad que se encargaron de que las jornadas funcionaran como un
reloj, entre quienes podemos destacar como cabezas más visibles (que no
únicas en un congreso de esta dimensión) a Vicente Enciso y David Sanz.
Las impresiones que extraje de allí fueron muy positivas en lo que se
refiere al diagnóstico generalizado del mal endémico que padece la
economía española. Cuestión distinta es el tratamiento que se propone
dar al paciente, que siempre suscita mayor polémica, probablemente
porque se combina el "arte de lo posible" (la terrible Política) con un
ramillete de teorías económicas no necesariamente compatibles entre sí y
con un tsunami imposible de frenar en forma de Gran Recesión.
En cuanto a lo primero, economistas de la talla de Victoriano Martín,
Francisco Cabrillo, José Raga o Fernando Méndez Ibisate, quienes no
necesariamente beben de las teorías de la escuela austríaca, encontraron
en los procesos de expansión crediticia y la explicación hayekiana los
orígenes de la burbuja económica y posterior recesión.
Se dirimieron allí muchas más cuestiones, como si los rescates
bancarios eran pertinentes y legítimos, a lo que, por ejemplo,
Victoriano Martín respondió airadamente que no, argumentando que la
doctrina del too big to fail no debía llevarse por delante al contribuyente para favorecer al depositante.
Este es un asunto que habitualmente genera ardientes discusiones por
el efecto en cascada de las quiebras bancarias y porque toda economía
moderna gira en torno al crédito y al sistema financiero. No se trata de
dejar quebrar a una "punto com", cuya repercusión global es muy
inferior. Afortunadamente, existirían caminos intermedios desde la
iniciativa privada como el que explicó David Sanz en un panel que
compartimos sobre Crisis española y mundial. Se trataría de un concurso
de acreedores mediante el cual, como sucede con las empresas privadas
que se enfrentan a este trágico panorama, se impulsa una recapitalización
desde dentro, convirtiendo la deuda a largo en acciones, la deuda a
medio plazo en deuda a largo y así sucesivamente. Es ésta una forma, sin
duda, de que el banquero gane tiempo y se deshaga de lo malo. ¿A costa
de los que le prestan a él? Seguramente, pero la alternativa es la
liquidación de la entidad en el peor de los momentos posibles, en cuyo
caso las pérdidas para los acreedores del banco serían, a priori, aún
mayores. Este es el motivo por el que precisamente existen concursos de
acreedores en las empresas. Para determinar cómo distribuyen las
pérdidas e intentar hacer lo posible para que la empresa siga en
funcionamiento tras redimensionarse (expulsar lo malo y mantener lo
bueno): al final, para los acreedores, perder una parte es mejor que
perderlo todo.
Surgió, a cuenta de esto mismo, la cuestión del riesgo moral (o moral hazard)
que impregna todo el sistema financiero. Si bien el diseño
institucional es nefasto, poco importa al banquero ponerse en situación
de extrema iliquidez y proximidad a la insolvencia si existe un ente de
última instancia –y no hablamos ahora del Banco Central (que
también…)– que salvará al sector cuando corra serios peligros. Los
incentivos generados son perversos.
Claro que de aquí se derivan fundamentalmente dos cuestiones: qué
hacemos ahora cuando el mal está hecho y ya no nos enfrentamos a una
bola de nieve sino a un auténtico alud, y, segundo, qué debemos
plantearnos cambiar para que no se repita en el futuro. Cómo no, Basilea
III tuvo su protagonismo llegados a este punto. Massimiliano Neri hizo
una exposición en torno a si con esta nueva reforma serían capaces las
entidades financieras de afrontar con éxito tensiones de iliquidez
(pruebas de estrés) como las vividas en 2008/2009. Las primeras
conclusiones de su investigación es que con la nueva legislación no se
pondrá coto a las expansiones crediticias (dicho de otro modo, iliquidez
bancaria) debido a que, de nuevo, ésta no hace sino templar gaitas con
los gobiernos de la UE. Se fomenta la sobreponderación en la cartera de
la deuda pública al definirse como activo líquido, aunque no goce de la
calificación crediticia apropiada, la deuda de la propia nación en que
resida el banco.
Hasta ahora hemos hablado de cómo el sistema financiero propicia las
expansiones crediticias (y contracciones cuando llega la crisis). Su
reflejo en el sector productivo debiera ser bastante evidente. Cuánto se
repite en los telediarios que los bancos no están prestando a las pymes
y familias… A qué tanta insistencia: a que si hubiera facilidades de
crédito, los tipos bajos que tenemos harían rentables proyectos que
marginalmente ahora no lo son. Ese es el principal argumento.
Pero, hoy día, inundan los mercados de liquidez y ni con ello
consiguen que los préstamos fluyan. Las teorías económicas mecanicistas
poco se detienen a analizar los procesos económicos que tienen su origen
en las decisiones humanas. ¿Acaso creemos que los efectos que tenga en
la economía "inyectar liquidez" en la actualidad no están íntimamente
relacionados con la situación de partida de cada uno de los agentes
implicados? Y de qué situación partimos: de iliquidez de todos los
agentes económicos privados.
Pensemos, ya se trate de bancos, familias o empresas, en cómo estaba
su situación en 2008: a) pasivos (deuda) infladísimos por una deuda
privada que no cesaba de crecer; b) activos (patrimonio) crecientes como
constatación del gran número de adquisiciones y de burbujas de precios
en bienes como la vivienda, los valores de la bolsa…; c) ritmo de
actividad económica envidiable, sin visos de desempleo futuro.
Pensemos ahora qué pasa si lo anterior se da la vuelta: el crédito no
se puede estirar hasta el infinito y el fuerte endeudamiento pone las
vergüenzas de los agentes económicos al descubierto. Los agentes
estuvieron adquiriendo todo tipo de bienes y servicios a crédito, no lo
olvidemos. Eso impulsó sectores, y estos sectores a otros, y así
sucesivamente. Los niveles de empleo eran crecientes. Aquellos eran los
años del boom.
Cuando ya no se puede comprar más a crédito, ese esquema piramidal
que se puso en marcha con la burbuja inmobiliaria se viene abajo como un
castillo de naipes. Los bancos se percatan de que su iliquidez e
insolvencia son máximas al haber prestado para proyectos muy arriesgados
al tiempo que tienen grandes compromisos con sus prestamistas –los
depositantes–; las empresas colapsan al no recibir pedidos (a crédito),
empieza a haber fuerte desempleo, las malas expectativas económicas
arrecian, y los precios de esos activos adquiridos a precio de burbuja
empiezan a caer.
¿Creemos que, visto este panorama, los bancos desean seguir prestando
o, por el contrario, quieren recomponer la liquidez que se deterioró a
marchas forzadas durante el boom? ¿Creemos que las familias
quieren seguir endeudándose a 40 años para adquirir viviendas infladas
de precio (ya menos)? ¿Creemos que las expectativas económicas son tales
que una empresa querrá endeudarse para tantear si su propuesta de valor
cala en el mercado en momentos tan inciertos, cuando ni siquiera tiene
mercado para lo que vende hoy?
Llámenlo animal spirits o como gusten, pero aquí ni se presta
ni se quiere pedir prestado. Al menos, de momento. Por cierto que me
pregunto cómo es que los amigos del estímulo de la demanda agregada a
costa de cualquier cosa no reparan en cómo andaban los spirits de
espirituosos (borrachos del todo, vaya) durante el auge económico. Que
cualquiera pidiera un préstamo a 40 años por un montante muy por encima
de sus posibilidades y, peor aún, se le concediera con una sonrisa en la
cara, no genera la menor atención de los economistas inflacionistas.
Y esto nos lleva a algo comentado con anterioridad ya. Más fácil es
detectar los porqués del mal que dar con una solución. Porque cuando al
mal no se le pone remedio a tiempo, el mal se hace grande y fuerte, y no
hay manera de pararlo. ¿Y ahora, qué podemos hacer?
Ahí reside por qué muchos economistas, ya hablemos de este congreso u
otros foros, no encuentran fácil dar con soluciones. Soluciones, por
cierto, que no van a dejar contentos a todos. Perder, ya estamos
perdiendo todos. Pero cuando se liquida una empresa o un país, estamos
decidiendo cómo repartimos las pérdidas entre los distintos acreedores,
como apuntó J.I. Castillo en un panel sobre Crisis Monetarias.
Las soluciones que planean sobre nuestras cabezas no pierden de vista
que España es miembro de la Unión Monetaria. En aquel lugar se planteó
la alternativa de la devaluación, como también, por ejemplo, el profesor
Velarde destacó la necesidad de austeridad, de reformas (de verdad) y
de apostar por el crecimiento. El debate, de nuevo, es amplio e
intrincado.
La crisis de deuda privada salta al Estado español en 2008 y, sobre
todo, 2009 a causa de la caída de actividad económica, el crecimiento
del tamaño del estado en los años previos, las políticas de estímulo
(Plan E), los rescates bancarios o el incremento de gasto por
prestaciones por desempleo. De su mano, afloran las elevadas primas de
riesgo, las calificaciones negativas de las agencias de rating y el toque de atención al gobierno de Rodríguez Zapatero por parte de Europa, EEUU o China.
Ante la tesitura de fuertes déficits públicos, emisiones de deuda y
tipos crecientes, lo fácil es devaluar. Nos hacemos "competitivos" con
el exterior e impulsamos la actividad interna, aun a costa de las
subidas de precios de las importaciones, de cargarnos el comercio
internacional, de provocar devaluaciones competitivas de nuestros
vecinos o de favorecer a productores nacionales menos eficientes. Mas
para el Estado supone un gran alivio. Primero, ya sólo con la
devaluación devuelve a sus acreedores una moneda que, al cambio, tiene
mucha menos capacidad de compra para el acreedor (a quien se le está
estafando) que cuando nos prestó. Pero sobre todo se alivia de su carga
de deuda porque la generación de inflación y de actividad económica
impulsan que sus cuentas se saneen en el medio plazo. De esta manera,
como nos contaba el profesor Cabrillo, se puede salir de la crisis
deflacionaria (recesión) por medio del engaño. Está comprobado, como así
nos hizo ver Keynes, que la paz social se consigue de mucha
mejor forma a través del enredo y la manipulación. Todo ello aunque se
obvien problemas a más largo plazo: al fin y al cabo, a largo plazo,
todos muertos… O todos fuera del euro para poder devaluar…
Como bien recalcó Juan Ramón Rallo en el último panel que cerraba el
Congreso, son varios los paradigmas que entraron en crisis en 2008: el
teórico-académico, el político-institucional y el económico-productivo.
Algo habrá que hacer para que cambien las tornas. El Congreso de
Economía y Libertad ha puesto su granito de arena para trabajar en esta
línea. De hecho, de él, como colofón del acto, surgió un Manifiesto
con propuestas de liberalización económica firmado por decenas de
economistas y expertos en la materia. Deseamos, asimismo, que este tipo
de encuentros contribuya a reunirnos con un número creciente de amigos
del Instituto de distintos puntos de España y el mundo, así como a
enriquecer el debate de asuntos de la máxima actualidad en marcos de
defensa de la libertad.
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