Misiles salvavidas
El Nacional, Caracas
Las armas son para matar. Pero la sorpresa es que, a veces,
algunas salvan vidas. Este es el caso de los misiles antimisil que
Israel utilizó para protegerse de los cohetes lanzados por Hamás desde
Gaza en su más reciente conflicto. Y no me refiero al hecho de que este
sistema, llamado Cúpula de Hierro, evitara la muerte de civiles
israelíes. Eso, sin duda, lo logró. Pero también evitó la muerte de
miles de inocentes en la franja de Gaza. También frenó una
desestabilización aún mayor de esa convulsionada región y, posiblemente,
hasta impidió un peligrosísimo enfrentamiento armado entre Israel y
Egipto. ¿Cómo puede un arma lograr todo eso?
Durante los 8 días
que duró el conflicto, los partidarios de Hamás lanzaron desde Gaza
1.506 cohetes hacia Israel. Más de la mitad cayeron en zonas
despobladas. Pero 84% de los 421 cohetes que hubiesen estallado en
centros urbanos fueron destruidos en el aire por el sistema antimisiles
israelí (que es capaz de establecer el patrón de vuelo de los cohetes e
ignorar aquellos que caerán en áreas despobladas sin causar bajas). Un
total de 58 cohetes palestinos estallaron en áreas pobladas, y mataron a
5 israelíes e hirieron a 240.
¿Qué hubiese sucedido si los
cohetes de Hamás hubiesen tenido más éxito, y hubieran caído en Tel Aviv
y otras grandes ciudades, causando no 5, sino 1.000, 3.000 o más
muertes entre la población civil? La respuesta es obvia: el Gobierno de
Israel –al igual que el de cualquier otro país del mundo– habría
invadido Gaza. Esto habría implicado un ataque de infantería y carros
blindados y la lucha casa por casa en una de las áreas urbanas más
densamente pobladas del mundo, y con civiles atrapados dentro del campo
de batalla.
Hoy estaríamos hablando de miles de muertos y de una
violenta reacción en cadena en todo el mudo árabe. El nuevo presidente
egipcio, Mohamed Morsi, en vez de actuar como intermediario en las
negociaciones de paz, como de hecho lo hizo, muy probablemente se
hubiese visto obligado a mandar a sus soldados a luchar al lado de
Hamás, un grupo que, al igual que Morsi y el actual Gobierno egipcio,
pertenece a los Hermanos Musulmanes. Los demás países árabes y el resto
del mundo musulmán no hubiesen podido permanecer como espectadores
pasivos. Estados Unidos tampoco. La veloz escalada del conflicto y sus
innumerables e imprevisibles consecuencias hubiesen sido enormes –y
globales–.
Si bien en este nuevo conflicto entre Hamás e Israel se
logró limitar el número de civiles muertos y heridos en Israel, no
ocurrió lo mismo entre los habitantes de Gaza. De acuerdo con las
Naciones Unidas, en la franja fallecieron 103 civiles (que fuentes
israelíes rebajan a 57). La fuerza aérea israelí informó de que llevó a
cabo 1.500 ataques contra blancos en Gaza que destruyeron casi todos los
centros de comando de Hamás, 26 fábricas de armas, depósitos de
armamentos y explosivos y más de 12.000 cohetes, así como cientos de
túneles.
Este no es el final de esta tragedia, sino un capítulo
más de un conflicto largo y doloroso cuya solución nunca será militar.
El fanatismo, la irracionalidad y lo que la historiadora Barbara Tuchman
–refiriéndose a las insensateces que llevaron a gobiernos y naciones a
cometer fatídicos errores– llamó “la marcha de la locura” vienen
moldeando esta situación desde hace mucho tiempo. Hamás se niega a
aceptar el derecho de Israel de existir como nación y promete seguir
haciendo todo lo necesario para acabar con ese país. Y el Gobierno
israelí anuncia que seguirá adelante con la construcción de más de 3.000
viviendas en los asentamientos más políticamente sensibles de los
territorios ocupados el mismo día en que la Asamblea General de Naciones
Unidas admitió por abrumadora mayoría de votos a Palestina como “Estado
Observador”, lo cual supone un reconocimiento de su soberanía sobre
áreas controladas por Israel desde 1967.
Es difícil imaginar
posiciones más absurdas y más claramente contraproducentes. Hay
evidencias incontrovertibles de que la posición de Hamás con respecto a
la destrucción del Estado de Israel ha impedido el progreso del pueblo
palestino, cuyos intereses dice representar. Lo mismo vale para la
construcción de cada vez más asentamientos israelíes en los territorios
ocupados. Estas construcciones debilitan la seguridad nacional de
Israel. Pero las nefastas fuerzas que impulsan a la marcha de la locura
no menguan. Son inmunes a la evidencia.
En medio de tantas
insensateces, y sólo como consuelo temporal, también aparecen de vez en
cuando iniciativas que salvan vidas. Como estos misiles.
- 23 de enero, 2009
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