Capindialismo (y III). Lacras presentes, futuro abierto
(Pueden verse también las Partes I y II de este Trabajo)
El saludable efecto detonador de las reformas de 1991 llevadas a cabo en la India
parece estar llegando a su fin. Se ha alcanzado un punto de inflexión.
Sin una tanda decidida de nuevas medidas liberalizadoras se corre el
riesgo de que la economía india caiga en una nueva esclerosis.
Entiendo necesaria una nueva ronda de reformas que acabe con los excesivos y persistentes trámites burocráticos que sofocan el nacimiento de nuevos negocios (start ups), fomente el desarrollo rural mediante una eficiente reforma agraria con el fin de liberalizar los arriendos rurales y mejorar los imperfectos derechos de propiedad y su registro, elimine subsidios existentes, flexibilice el rígido y complejísimo mercado laboral indio, liberalice más el sector bancario y el de la energía (estatalizados en exceso), permita el libre acceso al mercado de nuevos agentes económicos en cada vez más sectores, invierta en sus atrasadas infraestructuras que suponen insufribles cuellos de botella, agilice la labor y la enorme pendencia de las cortes judiciales indias para reforzar la seguridad jurídica en aquel país, restaure el necesario equilibrio presupuestario e introduzca mayores dosis de transparencia en las licitaciones públicas y demás actuaciones de los poderes públicos.
Un país con un PIB que le coloca en la cuarta posición mundial, una
población que supera ya los 1.200 millones de almas y una natalidad
aproximada de quince millones de nuevas personas al año no puede
permitirse el lujo de quedarse a medio camino. El desafío es de
envergadura. Hoy, aparte de que el crecimiento de su PIB empiece a
desacelerarse, hay dos señales aún más preocupantes: la merma del número
de empresas que entran a competir cada año en el mercado local al
persistir todavía grandes barreras de entrada y la endémica corrupción tanto de políticos como de empresarios oligarcas.
Rajiv Lall, ejecutivo financiero indio, comentó en cierta ocasión con
amargura que en su país existían muchas leyes pero poco orden, a
diferencia de lo que ocurría en China en la que había pocas leyes pero
mucho orden. Esa es la razón por la que ha recibido la segunda mucha
mayor cantidad de inversión extranjera directa que la primera. El
milagro indio no es haber crecido a tasas impensables hace un par de
décadas sino haber logrado triplicar su renta per cápita desde 1991 pese
a sus insuficientes reformas liberalizadoras, pese a su casta política y
a pesar de contar con un débil marco institucional aderezado con una
agobiante inflación legislativa.
China comenzó trece años antes
(1978) los procesos de reforma económica por lo que sus indicadores
económicos son mejores que los de la India, pero impone aún severos
controles y directrices a sus individuos y empresas. El capitalismo
despótico y cuasi neocolonial
chino cuenta con muchos admiradores debido a sus decisiones
centralizadas y a sus grandes corporaciones patrocinadas por el Estado,
pero carece prácticamente de sociedad civil. En la India todo se discute
en el parlamento federal, en los estados, en sus agrupaciones locales y
en los numerosos medios de comunicación. Sus profesionales de la
política se mueven en el cortoplacismo, por clientelismos y lobbies
diversos que tienden al proteccionismo. Es complicado tomar medidas
efectivas como sucede en sociedades autoritarias por lo que sus cambios
son lentos e incrementales. Pese a ello, tal vez a largo plazo el capindialismo se adapte mejor a un contexto de economías del conocimiento hacia el que tendemos.
En la India las instituciones democráticas surgieron antes de haber
pasado por una revolución industrial; aquéllas crearon una intrincada
maraña regulatoria antes de que la economía privada pudiera transformar
una sociedad eminentemente rural en otra más desarrollada. Sin embargo,
en su haber cuenta con logros indiscutibles como la libertad de
expresión, pluralismo político, elecciones libres, acceso libre a
Internet y a la opinión no censurada e irrestricta del exterior. Su
economía ha quedado también parcialmente liberada desde mediados de
1991. Además, los numerosos medios de comunicación indios (hay más de
360 canales de televisión independientes y multitud de periódicos tanto en papel como online)
garantizan la pluralidad de opiniones e ideologías. El gobierno indio
puede tardar más en llevar a cabo acciones por su "estilo democrático"
pero, al menos, sus errores no tendrán las consecuencias globales que
puedan acarrear los cometidos por el único Partido comunista chino que
actúa con notable opacidad y goza de escasa presión democrática desde
abajo. Tampoco podemos olvidar que en China hay también su buena dosis
de corrupción y se ejecuta a más gente en una sola semana que en toda la
historia india desde su independencia.
La India tiene empero debilidades crónicas. A modo de ejemplo
mencionemos que es complicado ser productivo en un país cuyas empresas
rara vez tienen todos sus departamentos trabajando al unísono. Es
habitual que cada uno de éstos contrate sólo a trabajadores de una misma
religión para evitar enfrentamientos entre ellos. Debido al diverso
panel de festividades religiosas con las que cuenta la India es normal
que dejen de trabajar de forma intermitente departamentos enteros,
atrasando y paralizando la coordinación dentro de las empresas.
Hay indicadores aún mucho más alarmantes. Casi un tercio de su
población está alejada o al margen del mercado; vive, por tanto, en la
extrema pobreza. Siguen existiendo elevadas tasas de desempleo y de
analfabetismo. La pervivencia de la atosigante tradición de la dote
hace, además, indeseables a las niñas por lo que son masivamente
abortadas durante su gestación. El establishment político y
sindical muestra indiferencia o, en el mejor de los casos, impotencia a
la hora de mejorar la suerte de los más pobres de su país. Martin Wolf señaló con acierto que la India era una "superpotencia precoz" al combinar una economía inmensa con muy bajos estándares de vida.
Por otro lado, las finanzas del Estado indio empiezan a deslizarse de
nuevo por terrenos delicados que pueden hacer descarrilar su economía:
la deuda pública vuelve a rondar el 80% de su PIB; a esto se unen
crecientes déficit fiscales y corrupción en todos los niveles de
gobierno. En un mundo de inversiones globalizadas, la creencia de que la
soberanía estatal puede acumular indefinidamente niveles de
endeudamiento excesivos de manera impune ha demostrado ser falsa.
Acechan, además, no pocos peligros tales como el fanatismo religioso, el
ultra nacionalismo, el atávico sistema de castas sociales, los
movimientos maoístas, la tentación militar frente a países vecinos con
los que persisten aún conflictos territoriales y la sempiterna
burocracia arrogante. Siguen siendo muchas las lacras.
Una de las principales tareas pendientes y no resuelta con las
reformas liberalizadoras de 1991 es la facilitación efectiva de un
entorno propicio a la empresarialidad con el fin de que emerjan allí
nuevos y constantes negocios (nacionales o extranjeros). Hoy día esto
sigue siendo difícil. El último reporte de Doing Business 2012 de la International Finance Corporation –miembro del grupo del Banco Mundial- sitúa a la India en el decepcionante puesto número 132
dentro del ranking de 183 países del mundo. Su vasto mercado interior
está aún por conquistar. La India cuenta con un potencial tesoro
consistente en un mercado cuatro veces la población estadounidense
concentrada en una superficie apenas un tercio de la del país americano.
Es un desafío tan prometedor como complejo.
Actualmente existen cerca de seiscientas zonas económicas especiales
repartidas por la India. Cuando proliferan dichos enclaves en un país
es porque dispone de una legislación general inadecuada para la
iniciativa privada y los proyectos empresariales. Es un mal menor, una
válvula de escape a modo de laboratorio económico acordado graciosamente
por los gobernantes para paliar un problema de fondo que sigue sin
resolverse. La India debiera convertirse toda ella en una zona económica
especial y libre. Si se consiguiera esto habría beneficios y
externalidades positivas inimaginables para todos.
Los indios de la diáspora han demostrado ser gente laboriosa y
emprendedora en aquellos lugares donde existe una libre (y reglada)
competencia y se dan las condiciones necesarias para desarrollar
negocios con cierta seguridad y libertad. Nada indica que no sean
capaces de hacerlo en su propio país. La prosperidad generalizada hará
acto de presencia en la India si se dan esos incentivos adaptados a su
entorno para que una economía de mercado dinámica arraigue realmente
allí. Sus representantes estatales debieran permitir la libre entrada de
la competencia dentro de sus fronteras y dejar manifestarse en toda su
plenitud la iniciativa individual. Esa confianza en la acción creativa y
emprendedora de sus ciudadanos traerá sin duda cuantiosos réditos.
En su reciente visita a España, el presidente del Consejo nacional de
la innovación de la India, Sam Pitroda, a la pregunta de qué le diría a
los recién licenciados europeos formulada por parte un periodista
patrio del montón –es decir, de convicciones socialdemócratas- contestó que "un joven licenciado no debe buscar empleo, sino crearlo". Parece
que en la India el paradigma está cambiando. Quedan por derribar, no
obstante, no pocos obstáculos y llevar a cabo las reformas mencionadas.
Ojala que se vaya afincando cada vez más –y en la medida de lo posible- en el subcontinente indio ese mecanismo impersonal y éticamente neutral
al que denominamos capitalismo que hace posible que personas
desconocidas entre sí se apoyen en la satisfacción mutua de sus
necesidades y propósitos. Sólo de esta forma terminará actuando no sólo a
favor de millonarios sino al servicio de millones. Entonces sus
habitantes podrán, al fin, disfrutar de mayor libertad para elegir y
serán más autónomos. Esa independencia y esa soberanía es lo que
realmente importa.
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