Escritura entre líneas: la censura puesta a prueba
El Imparcial, Madrid
En
un ensayo inolvidable titulado "La persecución y el arte de escribir"
(1941) Leo Strauss se refirió al modo mediante el cual, a lo largo de la
historia, los pensadores independientes pudieron eludir su silenciamiento
recurriendo a una peculiar técnica de trabajo: la escritura entre líneas.
¿Por qué esta técnica, dirigida al lector confiable y reflexivo, sirvió tanto
para sortear la censura como el “ostracismo social” y mantenerse dentro de los
límites permitidos? Porque invierte de alguna manera la carga de la prueba
obligando al censor a demostrar que las ambigüedades del escritor, sus
deficiencias literarias o aun sus aparentes yerros o incoherencias no son sino
construcciones deliberadas tendientes a disfrazar su heterodoxia volviéndola
inofensiva.
La
distinción entre escritura "esotérica" y "exotérica"
resulta en este sentido por demás esclarecedora para la comprensión de un libro
escrito en épocas de persecución política, religiosa o intelectual, cuando el
filósofo se ve obligado a autoprotegerse. (En su magistral libro Leo Strauss: el arte de leer,
Claudia Hilb recuerda que esa distinción también remite “a la necesidad de la
filosofía de ocultar el carácter subversivo de su búsqueda de la verdad”). Como
afirma Strauss, “si un escritor diestro, que tiene una mente clara y un
perfecto conocimiento de la opinión ortodoxa y de todas sus ramificaciones,
contradice en forma subrepticia y, por así decirlo, al pasar uno de sus
presupuestos o consecuencias necesarios, explícitamente reconocidos y
sostenidos por él en todos los demás lugares, podemos plantear la sospecha
razonable de que se oponía al sistema ortodoxo como tal, por lo cual deberemos
estudiar de nuevo todo el libro, con mucho más cuidado y mucha menos ingenuidad
que nunca”.
Es
cierto que los escritores no siempre confiaron al lector la tarea de
desentrañar la verdad camuflada en sus enunciados. Strauss recuerda, por
ejemplo, que a partir de mediados del siglo XVII los filósofos heterodoxos
(entre ellos Thomas Hobbes) disimularon cada vez menos, "apenas lo
suficiente", sus opiniones guiados por la intención de ilustrar a un
número creciente de personas y de contribuir con ello a la abolición de la
persecución, propósito que difícilmente hubieran logrado si se hubiesen
mostrado “más sutiles”.
En
cualquier caso, un libro exotérico resultará siempre valioso. En condiciones de
libertad aseguradas, la posibilidad de descubrir “tesoros ocultos” tras una
larga y fatigosa labor es en sí mismo placentera y demostrativa, de paso, del
grado de educación alcanzado en la sociedad de que se trate. Por otro lado, en
tiempos en que la libertad de pensamiento y el derecho a expresarlo no gozan de
garantías suficientes o se ven sospechados, ese libro no sólo resultará
valioso; se volverá, más aún, imprescindible. Tan imprescindible como la
lectura de este ensayo de Strauss, “La persecución y el arte de escribir” que,
en algunos contextos, lejos de parecernos extemporáneo, reviste una actualidad
inusitada.
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