¿Habrá que ir a despedirlo?
SALAMANCA. - Al
abrir mi correo y dar una mirada rápida a los mensajes que habían llegado, de
pronto me detuve en uno y me quedé pasmado. ¿Qué es lo que realmente está
ocurriendo? El titular del sitio “Resumen Latinoamericano” en grandes letras en
negrita decía: “Nicolás Maduro exige respeto al presidente Hugo Chávez”.
Entonces, ¿en realidad se está muriendo? No es disparatado pensar en ello. ¿Por
qué le faltan al respeto? ¿Han comenzado ya a correr los chistes macabros que
suelen aparecer en casos como este? ¿Se ensañan ya en la figura del que no les
dejó ni siquiera un trozo de aire fresco para poder respirar una bocanada vital
de libertad? “Cuando escuchamos la miseria humana de esta derecha, metiéndose
con la vida de un ser humano, lo que uno siente es indignación”. No dijo cómo
la “miseria humana de esta derecha” se ha metido con la vida de Hugo Chávez.
¿Le cortó el oxígeno? ¿Le apagó el acondicionador de aire? ¿Le cortó la
corriente eléctrica del aparato que le está bombeando sangre?
En
aquellos días de noviembre de 1975, previos al día 20, corrían por España los
chistes más irrespetuosos en torno a Franco que agonizaba en el palacio de El
Pardo, después de haber gobernado con mano inflexible y cruel el país 36 años,
o 39, según desde donde se empiece a contar. Quien siembra vientos cosecha
tempestades. Y el momento de la cosecha había comenzado.
Una
de esas historias contaba que un grupo de trabajadores, arreados como es
costumbre en las dictaduras, fue hasta El Pardo para demostrarle solidaridad.
La mujer de Franco, Carmen Polo, abrió la ventana para saludar y subió un coro
de voces hasta la habitación. Franco pregunta: “Carmen, ¿qué pasa allí afuera?
¿Qué es ese ruido?” Su mujer: “Es el pueblo, Paco, que ha venido a despedirse”.
El caudillo: “¿Y adónde se va?”.
Al
escuchar las palabras de Maduro, el mismo que alentó una sublevación militar
antidemocrática en nuestro país, tuve la sensación que estaba él tratando de
detener la cosecha de tempestades que le corresponde al que sembró vientos no
solo en su país sino en todo el continente sudamericano. Iba a volar
directamente desde La Habana a Brasil para asistir a la cumbre del Mercosur y
recibir allí la ovación que le correspondía al haber logrado ingresar al bloque
después de expulsar a Paraguay del grupo. La gran estrella del vodevil político
latinoamericano no pudo tener su gran noche. Los reflectores se apagaron sin
que con su gesto prepotente pudiera sonreírle a quienes fueron cómplices de su
abyecto juego: Argentina, Uruguay y Brasil. Y regresó silenciosamente a Caracas.
Pues
bien, señor Maduro, el respeto no se logra con pedidos, ni con imposturas
autoritarias. La prepotencia despierta miedo, o rechazo, nunca respeto. Pero lo
haremos, no porque usted lo pida, no porque Chávez se lo merezca; respetaremos
su agonía porque es un ser humano al que, parafraseando a Fidel Castro, “la
historia le juzgará”, pero dudo que absuelva ni al uno ni al otro.
Le
respetaremos, sí señor, aunque no sé si todos podrán comprometerse a lo mismo.
No estoy muy seguro de que aquellos que han sufrido sus persecuciones, sus
bravuconadas, su agresiones, puedan hacer lo mismo. No sé si aquellos que
debieron optar por el exilio forzoso para huir de su cólera irracional; no sé
si aquellos que debieron abandonar todo lo que poseían en Venezuela y salir del
país con lo que entraba en dos maletas; no sé si los ciudadanos paraguayos de
bien, no los que salieron a la calle a celebrar los castigos que hemos
recibido, sino los que sintieron avasallada su dignidad; no sé, señor Maduro,
si es humanamente comprensible que se les pida que no manifiesten una gran
sensación de alivio por su desaparición y el descontento que les ha causado.
Quienes
no creemos en la inmortalidad del alma, ni en la “otra vida”, ni en la justicia
divina, sino solamente en la justicia de los hombres –aunque tantas veces nos
haya defraudado– buscaremos que las tempestades que Chávez ha comenzado a
cosechar sean nada más que aquellas que en justicia le corresponden. Ni más
violentas, ni más benignas: simplemente las justas, incluyendo aquellas ráfagas
que le corresponderán también a usted porque se las merece. Su figura y la de
su patrón son tan odiosamente grotescas que ni siquiera pueden inspirar un buen
chiste en el momento final.
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