Jenni y el abismo cultural
No nos entienden. Tratan. Pero todavía no nos
entienden. La muerte de la cantante mexicoamericana Jenni Rivera refleja
el enorme abismo cultural que separa a los latinos del resto de los
habitantes de Estados Unidos. Son como dos mundos paralelos.
Mientras
los medios de comunicación en español cubrían obsesivamente (y con
récords de audiencia) cada detalle de la muerte de este ídolo de la
música de banda o grupera –qué cenó la última vez, cuántos años tenía el
learjet en que viajó, por qué el escenario del concierto en Monterrey
tenía forma de cruz, si presintió su muerte al dejar grabada una canción
de despedida…– los canales de televisión y la prensa en inglés fueron
tomados por sorpresa. Para muchos de ellos la primera pregunta fue: ¿y
quién es Jenni Rivera?
Con más de 15 millones de discos vendidos,
Jenni Rivera nunca debió ser una desconocida para los periodistas de
espectáculos en inglés. Es cierto que los títulos de algunos de sus 16
CDs eran prácticamente intraducibles en el mundo anglosajón: “Se Las Voy
A Dar A Otro” o “Parrandera, Rebelde y Atrevida”. Pero fue una artista
exitocísima, al menos para los que vivimos en español.
En estos
últimos días ha salido a relucir la poca cobertura que recibió Jenni en
vida de los grandes medios y periódicos norteamericanos. Casi todos son
culpables de omisión. Es decir, para ellos Jenni no existía (de la misma
manera en que no existen millones de hispanos). No nos ven. Pero lo más
curioso es que ella nació en Long Beach, California. “Playa larga”, le
decía. No era un problema de idioma; Jenni hablaba perfectamente el
inglés.
Después del shock inicial, casi todos los medios en
inglés cubrieron brevemente la muerte de Jenni (buscando comparaciones
equivocadas en Dolly Parton y hasta en Taylor Swift). Su música norteña
difícilmente era equivalente al country. Minutos después, aún sin
entender el fenómeno, dejaron a Jenni en paz y regresaron a cubrir su
abismo fiscal, la guerra en Siria y el retiro de la candidatura de la
embajadora Susan Rice como secretaria de Estado.
Nunca
comprendieron que, independientemente de su música, ella se dio a
conocer por ser una mujer muy luchona, que nunca se dejó del machismo y
que denunció en todo momento la violencia doméstica de que fue víctima.
No extraña, por lo tanto, que muchas mujeres latinas la vieran como un
ejemplo. En la última entrevista que tuve con ella, en el 2010, salió a
defender a los inmigrantes indocumentados como si fuera su problema
personal. Por eso la querían tanto.
El abismo cultural que separa
a los hispanos de otros grupos en EEUU quedó claro, también, con la
trágica muerte del boxeador puertorriqueño Héctor “Macho” Camacho,
asesinado fuera de un bar en Puerto Rico. Para muchos norteamericanos es
incomprensible que un deportista que tuvo tantos problemas de drogas y
con la justicia fuera tan querido. Imposible olvidar la imagen de su
féretro cargado por dos caballos blancos, seguido por miles en las
calles de Nueva York y por millones en televisión.
Su muerte tuvo
muy poca cobertura en inglés. Pero la historia del “Macho” era la misma
de muchos hispanos; alguien que empezó desde abajo, que se enfrentó con
múltiples problemas y que, a pesar de todo, salió adelante con sus
propias manos. Conozco montones de historias así entre los latinos.
Tengo
otro ejemplo más de este abismo cultural que vivimos. La gravísima
enfermedad del presidente venezolano, Hugo Chávez –operado por cuarta
ocasión en Cuba por un cáncer recurrente– ha sido seguida por todos los
medios de comunicación en español en Estados Unidos como si fuera una
noticia local. No es raro escuchar a vecinos del sur de la Florida
hablar de Chávez como si vivieran en Venezuela.
Pero los
periódicos en inglés han enterrado la nota a sus páginas interiores y la
posibilidad de su súbita desaparición de la vida política –después de
13 años de férreo control– apenas ha merecido rápidas menciones en
algunos noticieros en inglés. La vinculación de Chávez con Irán debería
ser, al menos, una preocupación constante para la seguridad nacional.
Pero el líder venezolano, con enorme apoyo regional, es casi un fantasma
en los medios estadounidenses.
Cuando los periodistas
norteamericanos se quejan de que sus ratings están bajando, siempre les
pregunto sobre las noticias latinas que están cubriendo. Pocas, es la
repuesta más frecuente. Es un suicidio televisivo el no cubrir noticias
que interesan al grupo étnico de más rápido crecimiento en Estados
Unidos. Somos 50 millones de latinos, en el 2050 seremos 150 millones y
vemos mucha televisión.
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