El miedo a la libertad (II)
(Aquí puede verse la Parte I de este trabajo)
El filósofo Karl Popper señalaba la perversa influencia de las ideas platónicas en su libro La Sociedad Abierta y sus enemigos
(Popper, K.: 2010 [1945], pp. 247-250), porque subyacen detrás de la
eterna rebelión de las ideologías “colectivistas” en contra de la
libertad y la razón individuales y, entre otros motivos, porque fueron
el germen del renacimiento en el siglo XIX del tribalismo romántico por
medio de la obra filosófica hegeliana que enseñaba a adorar al Estado,
la historia y la nación.
En su lucha contra la sociedad abierta, el platonismo de Hegel emplea expresiones categóricas y totalitarias como, por ejemplo, que: “lo Universal ha de hallarse en el Estado”, “el Estado es la marcha de Dios a través del mundo”, o bien “el
Estado es la Divina Idea tal como existe sobre la Tierra,…por
consiguiente debemos de adorar el Estado en su carácter de manifestación
de la divinidad sobre la Tierra”.
Popper señalaba cómo algunos pocos intelectuales sí advertían entonces de los peligros de las filosofías colectivistas como, Schopenhauer, cuando indicaba como “los
gobiernos convierten la filosofía en un medio para servir a los
intereses estatales y las personas hacen de ella una mercancía…”.
En el anterior comentario, Miedo a la Libertad (I), se señalaba cómo es importante analizar, desde el individualismo metodológico, los mecanismos psicológicos que explican la paradoja de la libertad, es decir, cómo muchos ciudadanos rehúyen su propia responsabilidad individual y se echan en brazos de la utopía que vende la casta política.
Vimos cómo el psicoanalista Erich Fromm analizó en su libro El Miedo a la Libertad
los patrones de comportamiento en el nacional-socialismo. Sin embargo,
también, analizó las ideas de Adolf Hitler, cuando lanzaba mensajes
desde el resentimiento y el odio durante la crisis económica y
financiera que desató la Gran Depresión de 1929.
La mayoría de la población de Alemania se sentía amenazada por la
hiperinflación en los años 30, por la pérdida de su poder adquisitivo y
por el paulatino empobrecimiento de las familias, por lo que gran parte
de los alemanes se identificaron emocional y socialmente con el discurso
hegeliano (totalitario y colectivista) de Hitler.
El nazismo nunca poseyó principios económicos ni políticos, sólo
vendió promesas y utopías intervencionistas para alcanzar el poder, con
su líder como “Mesías” y “salvador” de la crisis económica
en Alemania y con los negocios de la población judía, los grandes
almacenes, la banca y las naciones extranjeras como los chivos “expiatorios” a los que culpar de todos los males de Alemania.
Aquellos burgueses y militares que, sin moral ni principios éticos,
apoyaron las ideas, la legislación, los actos administrativos y los
delitos de lesa humanidad de los nazis, lograban dinero y poder que, en
condiciones normales, no podían obtener:
“Los que no llegaron a ser miembros de la organización partidaria
nazi, obtuvieron los empleos quitados a los judíos y a los enemigos
políticos; y en cuanto al resto, si bien no consiguió más
<<pan>>. Ciertamente logró más <<circo>>. La
satisfacción emocional derivada de estos espectáculos sádicos y de una
ideología que le otorgaba un sentimiento de superioridad sobre todo el
resto de la humanidad, era suficiente para compensar –durante un tiempo
por lo menos – el hecho de que sus vidas hubiesen sido cultural y
económicamente empobrecidas.” .” (Fromm, E.: 2008 [1941], p. 214)
En la obra de Eric Fromm se analizaba la psicología del nazismo partiendo de los textos de la obra “Mein Kampf” de Adolf Hitler (Fromm, E.: 2008 [1941], pp. 202-230) y se diseccionaba la mente de un psicópata, identificando su anhelo sádico de poder en muchas expresiones como, por ejemplo, cuando afirmaba:
“Lo que ellas [las masas] quieren es la victoria del más
fuerte y el aniquilamiento o la rendición incondicional del más débil”.
“En verdad la idea humanitaria pacifista es quizás
completamente buena siempre que el hombre de más valor haya previamente
conquistado y dominado al mundo hasta el punto de haberse transformado
en el único dueño del mundo”
Por otro lado, Fromm señalaba cómo el propio sádico, Hitler, explicaba el anhelo de sumisión de los individuos
que concurren a un mitin de masas (o que, posteriormente, someten su
personalidad al servicio de una organización totalitaria o del Estado
nacional-socialista), cuando señalaba:
“El mitin de masas es necesario, al menos para que el individuo,
que al adherirse a un nuevo movimiento se siente solo y puede sentirse
aislado, adquiera por primera vez la visión de una comunidad más grande,
es decir, de algo que en muchos produce un efecto fortificante y
alentador,…él mismo deberá sucumbir a los que llamamos sugestión de
masa”.
Por supuesto, Hitler mostraba claramente los objetivos nacional-socialistas de dominación de los ciudadanos mediante la educación del pueblo:
“En el Estado del pueblo la visión popular de la vida ha logrado
por fin realizar esa noble era en la que los hombres ponen su cuidado no
ya en la mejor crianza de perros, caballos y gatos, sino en la
educación de la humanidad misma, una época en la que algunos renuncian
en silencio y con plena conciencia y otros dan y se sacrifican de buen
grado”.
Obviamente, el régimen nazi y Alemania se mostraban siempre como inocentes y los adversarios políticos y los países “enemigos” eran los “sádicos”. También era patente el uso del historicismo para alimentar el rencor y el odio y “guiar” los sentimientos de los ciudadanos en favor de los dirigentes nacional-socialistas:
“Si en su desarrollo histórico el pueblo alemán hubiese disfrutado
de aquella misma unidad social que caracterizó a otros pueblos,
entonces el Reich alemán sería hoy, con toda probabilidad, el dueño del
mundo”
En la siguiente entrega, comprobaremos cómo el “corpus” ideológico del nacional-socialismo de la Alemania de los años 30, tienen una gran similitud con las ideas centrales del nacional-separatismo.
Como indicaba Hayek en su obra Camino de Servidumbre hasta las personas más preparadas intelectualmente sucumben ante un aparato mediático omnipresente y ante el empleo del presupuesto público del Estado al servicio de fuerzas colectivas como la “raza”, el “pueblo”, la “lengua”, la “cultura” o la “nación” superiores a otras, supuestamente más débiles:
“Ni las personas más inteligentes e independientes pueden escapar
por entero a aquella influencia si quedan por mucho tiempo aisladas de
todas las demás fuentes informativas…
“Todo el aparato [colectivista] para difundir
conocimientos: las escuelas y la prensa, la radio y el cine, se usarán
exclusivamente para propagar aquellas opiniones que, verdaderas o
falsas, refuercen la creencia en la rectitud de las decisiones tomadas
por la autoridad; se prohibirá toda la información que pueda engendrar
dudas o vacilaciones.”
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