Argentina: El dilema de un gobierno que perdió el monopolio del saqueo
Como
el Estado no puede responder a las demandas de saqueo de la gente, entonces la
gente saquea por su cuenta.
¿Quién
no ha visto con preocupación los saqueos de los últimos días, trayendo a la
memoria lo ocurrido en la crisis del 2001 y 2002? En rigor, los saqueos a los
supermercados, comercios, estaciones de servicios, etc. nos impresionan por la
violencia con que se hacen. Ver a la gente entrar a los supermercados rompiendo
todo y robando de todo usando la violencia nos hace pensar en una crisis
social, por más que se hagan todo tipo de especulaciones si esos saqueos son
organizados de un lado o del otro.
Sin
embargo, esos saqueos que vemos por televisión o personalmente (me ha tocado
ver en vivo y en directo un saqueo en el 2001 viajando a Rosario en un
supermercado a la altura de Campana) son, a mi juicio, la expresión última de
un país que vive del saqueo. Es más, en la supuesta bonanza de la fiesta de
consumo, hubo saqueos de todo tipo pero nadie los advertía porque la violencia
del saqueo se ejercía “ordenadamente” vía el Estado.
Desde
hace décadas Argentina tiene un sistema de organización económica de saqueo
generalizado, entendiendo por saqueo, apropiarse por la fuerza de algo que a
uno no le pertenece. Ese sistema de saqueo organizado por el Estado, fue
profundizado hasta límites insospechados por el kirchnerismo.
El
sistema económico argentino no está basado en la cooperación pacífica y
voluntaria, por la cual mi progreso depende de hacer progresar a mis
semejantes. Es decir, generar ingresos produciendo algo que la gente necesita,
en la calidad y precios que el consumidor está dispuesto a pagar. ¿Cómo
funciona este sistema de cooperación pacífica y voluntaria? Muy sencillamente.
Es Estado se encarga de que impere el respeto por los derechos de propiedad y
mantiene la disciplina monetaria y fiscal. Bajo esas condiciones, los
empresarios invierten a riesgo buscando satisfacer las necesidades de los
consumidores. Pueden tener éxito o no, y el éxito dependerá de haber generado
algún bien o servicio que la gente demande.
A
su vez, en un país con inversiones, la gente tiene puestos de trabajo y cobra
salarios, que irán creciendo en la medida en que aumente la productividad
gracias a un mayor nivel de inversiones, lo cual lleva a más consumo y mejor
calidad de vida.
Pero
no es este el sistema que rige en Argentina. Los ingresos de los diferentes
sectores se logran, en muchos casos, en base al saqueo. El Estado, utilizando
el monopolio de la fuerza, le otorga rentas extraordinarias a sectores
empresariales para que estos obtengan ganancias que no hubiesen obtenido en
condiciones de libre competencia. ¿Quién para esa renta ilícita? El consumidor,
que, por el cierre de la economía (vivir con lo nuestro) y otros mecanismos,
puede acceder a menor cantidad de bienes, de peor calidad y precios más altos.
Para
compensar ese perjuicio, el Estado suele otorgar aumentos de salarios por
decreto, o forzar incrementos salariales más allá de lo que permite la
productividad de la economía, con lo cual, el consumidor que fue saqueado es
compensado con otro saqueo a su favor. Dependiendo de la fuerza que tenga cada
sector en cada momento, una vez gana uno sector y otras veces otro, pero
siempre en forma transitoria.
Pero
ahora se han agregado los famosos planes sociales en nombre de la justicia
social, que de justicia no tienen nada y mucho de robo legalizado. Amplios
sectores de la sociedad se sienten con derecho a que otros sectores los
mantengan. Esa política requiere de recursos que el Estado obtiene saqueando a
las empresas y trabajadores con una mayor carga tributaria. Saquea a unos para
financiar el mantenimiento de otros.
El
kirchnerismo también saqueó el sistema energético para no mover las tarifas,
pero como nada es gratis en economía, tuvo que financiar ese precio subsidiado
con impuestos primero y luego, cada vez con más emisión monetaria. El Estado
saqueo los ahorros que la gente tenía en las AFJP para financiar la fiesta de
consumo, para que la gente consumiera sin producir o consumiera más allá del
ingreso real. Saqueo el transporte público con tarifas artificialmente bajas y,
como contrapartida, saqueo el bolsillo de la gente con más impuesto
inflacionario para financiar las tarifas baratas. Según el gobierno, esas
tarifas baratas eran buenas porque permitían que la gente tuviera más plata en
el bolsillo para consumir, hasta que la semana pasada Randazzo nos informó que
los boletos de colectivo y trenes aumentaban el 40%. El preludio de que cada
vez hay menos recursos genuinos para que el Estado saquee.
Hasta
ahora esta maraña de saqueos cruzados que hizo el Estado no generó grandes
conflictos sociales porque el mundo ayudaba con la santa soja y, además, se
consumía el stock de capital (destrucción del sistema energético, transporte
público, rutas e infraestructura en general). Pero el saqueo existió y fue
liderado por el Estado. Digamos que el saqueo, hasta la semana pasada, era
monopolizado por el Estado y distribuía ese botín a gusto y placer.
El
problema es que ya no hay más recursos para saquear tan fácilmente sin que se
produzcan reacciones. Como en todos estos años el gobierno desestimuló la
inversión y estimuló el consumo, saqueando a diestra y siniestra con el sistema
impositivo, la inflación y el consumo de stock de capital, todo parecía
maravilloso.
Pero
como ahora queda muy poco para saquear, la gente se enfurece y comienza a
saquear por mano propia. Digamos que la misma dinámica del modelo llevó a que
el Estado perdiera el monopolio del saqueo y por eso tiene que salir a
reprimir.
Ya
no hay más un tipo de cambio real alto que actúe como protección arancelaria a
favor del modelo de sustitución de importaciones. Ya no pueden otorgarse
aumentos de salarios por encima de la tasa de inflación. Ya no quedan tantos
activos líquidos para saquear y financiar el consumo y los planes sociales. Ya
no queda tanto espacio para financiar un gasto público desorbitado e
ineficiente que regala casas, computadoras, planes sociales, energía barata,
etc.
El
famoso modelo de saqueo generalizado ha agotado la economía. No hay inversiones
para producir y crear puestos de trabajo porque el sistema de saqueo llevado a
su máxima expresión por el cristinismo ha dejado anémica a la economía. Hay muy
escasa demanda laboral, salarios reales que caen por la inflación y la presión
tributaria. La gente descubre que la fiesta de consumo de todos estos años
tiene un costo y el Estado, aunque quiere hacerse el distraído, no tiene valor
para decir que se acabó la ficción y que ahora la población tiene que pagar el
costo de la fiesta de saqueo.
En
síntesis, yo diría que los saqueos a los supermercados son la continuidad del
saqueo organizado por el gobierno. Lo que pasa es que antes el gobierno
utilizaba el monopolio de la fuerza para saquear, y digamos que era una especie
de saqueo organizado. Ahora el saqueo es desorganizado. Como el Estado no puede
responder a las demandas de saqueo de la gente, entonces la gente saquea por su
cuenta. El dilema, entonces, no es que haya saqueos, sino que el gobierno
perdió el monopolio del saqueo.
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