El descenso a los infiernos de Siria
El día después y el proceso de transición que se abra tras la caída
de Bachar al Asad se ha convertido en una carrera contra el tiempo.
Muchos partidarios de una Siria pluralista y democrática muestran sus
temores. En Washington y Estambul, el principal grupo opositor organizó
una estructura provisional para dirigir el país hasta que pueda tomar el
poder un gobierno salido de las urnas. Pero incluso quienes trabajan en
esos planes dudan de las posibilidades de éxito y aplicación en la era
post-Asad, dado el nivel de descontrol y caos actual. El peor escenario
es que los suníes provoquen un baño de sangre sectario para ajustar
cuentas con los alauíes y que los extremistas islamistas que combaten
con los rebeldes ganen poder ilimitado.
Lo que necesitará la oposición es trabajar con el sector moderado del
Ejército Libre de Siria y con líderes políticos nacionales en el exilio
para crear una organización de liderazgo fuerte y unificadora. Si ello
no sucede, la oposición cometerá un error estratégico de gran magnitud.
Todo lo que ha hecho hasta ahora ha tenido un efecto insignificante en
el conflicto y los planes para ganar las mentes y los corazones de los
sirios el día después de Asad no parecen seducir a los grupos satélites
de Al Qaeda, que sueñan con instalar en Siria la cabeza de playa del
gran Califato que propugnan en la región. Lo cierto es que en Siria la
gente no está pensando en el día después. Está pensando en el hoy y cómo
seguir vivo mañana.
La confusión es mucha. Incluso los grupos seculares que reconocen a
los yihadistas como una amenaza potencial para ellos, hoy dicen que son
las únicas personas que los han ayudado. No hay mucho tiempo para
demostrarle a los sirios que la comunidad internacional estaba con ellos
cuando más lo necesitaban. La élite política del mundo libre debe
abordar con urgencia la situación; la cifra de civiles muertos ha
trepado a niveles escandalosos, por lo que hay aspectos legales que
deberán ponerse en marcha. El apoyo tendrá que ir más allá de la ayuda
humanitaria. Pero sin un mandato internacional de la ONU, no tiene
ninguna base seria ayudar o interactuar con los rebeldes, como hoy está
sucediendo.
Aunque el mundo en su mayoría piensa que Asad debe irse, nadie ha
hecho mucho en favor de esa idea. Sin respaldo legal suficiente, la
comunidad internacional dejó claro que considera que intervenir
militarmente sobre el terreno empeoraría las cosas. La única línea roja
que podría provocar una intervención, según ha dicho el presidente
Obama, es el uso de armas químicas por parte del régimen y los esfuerzos
por guiar a Siria a un futuro democrático no se han plasmado
positivamente por la disparidad de ideas entre grupos sirios en el
exilio. La oposición trató de imitar los modelos de Suráfrica y Túnez,
cuyas nuevas constituciones incorporaron normas legales más
transparentes e incluyentes que en Egipto e Irak. Pero no hubo consenso.
La transición será difícil. Cada pueblo y cada ciudad va a tener que
tratar con personas que apoyaron el régimen y cometieron crímenes. Nadie
podrá controlar a la gente en todos esos lugares ni decirle qué debe
hacer. Todo hace pensar en una improbable transición pacífica, a pesar
de la insustentada visión de EE UU y sus aliados europeos. Washington y
Bruselas no podrán contener el caos que tratan de evitar. Elementos
armados, incluidos yihadistas, ya identifican a Israel como el nuevo
enemigo a batir después de acabar con el régimen.
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