Ecuador y las siete razones de su negro futuro

Ecuador pronto irá a elecciones presidenciales.
El futuro de ese país, si la sociedad no rectifica el rumbo, es muy
lamentable, aunque Rafael Correa hoy tenga un gran respaldo popular.
¿Cómo
se puede hacer una predicción de esta naturaleza? Muy sencillo: en el
planeta hay unas doscientas naciones, de las cuales unas treinta tienen
buenos niveles de desarrollo, amplias clases medias, calidad de vida,
poblaciones educadas, sosiego político, respeto por los derechos
humanos, movilidad social y paz. Una lista aproximada de esas naciones
aparece consignada en el Índice de Desarrollo Humano que todos los años
publica la ONU.
Ecuador no sólo no comparece en esa lista, sino
que su gobierno hace todo lo posible por alejar al país de ese “primer
mundo”. No creo que el presidente Rafael Correa deliberadamente desee
hundir a Ecuador. Sucede, simplemente, que no sabe gobernar. Es víctima
de una fatal combinación entre su carácter pugnaz y arrogante y su
incapacidad para entender cómo funcionan las naciones exitosas. No ha
comprendido lo que hacen los buenos estadistas y se dedica a crear
problemas en lugar de consagrar su tiempo a solucionarlos.
Son al menos siete los rasgos que conforman a las sociedades triunfadoras. En ellas:
• La imagen que proyecta el país es la de una nación seria en la que vale la pena invertir.
No se me ocurre una escena en la que el Primer Ministro holandés se
abra la camisa y le grite a unos policías insubordinados que le disparen
al pecho. Ese episodio es la idea platónica del tercermundismo.
• Los funcionarios, electos o designados, se subordinan al imperio de la ley y respetan las instituciones.
Ejercen el poder para obedecer a la sociedad y para servirla, no para
moldearla a su antojo. ¿Se figura alguien a un gobernante inglés
disolviendo por la fuerza a la Cámara de los Comunes?
• Hay total libertad de prensa.
Se reconoce que la función de la prensa es juzgar al gobierno y no al
revés. Todos entienden que el papel de los medios es cuestionar y
exigir. No me imagino a un gobernante danés o australiano diciéndole
“gordita horrorosa” a una periodista incómoda, demandando a los medios o
confiscándolos para convertirlos en papagayos amaestrados.
• Practican la cordialidad cívica.
Respetan formalmente a sus adversarios. No los denigran, no los
insultan, no los calumnian, no los amenazan. No utilizan de manera
ventajista los medios durante las elecciones. Saben que, en gran medida,
la democracia se sostiene sobre un tejido de amable decencia en el
trato que no excluye la rivalidad más severa. Mariano Rajoy en España
–como antes hicieron Zapatero, Aznar o Felipe González– se enfrentaban a
sus adversarios sin tratar de herirlos en su honor.
• Respetan la separación de poderes, pero muy especialmente la independencia del poder judicial.
Saben que el Estado de Derecho requiere que las leyes las interpreten y
apliquen unos juristas expertos que no pueden ser manipulados desde la
casa de gobierno aunque la mayoría esté de acuerdo. (La mayoría puede
estar de acuerdo en esclavizar a los negros o en privar de estudios a
las mujeres). El canciller de Alemania tendría que renunciar e iría a la
cárcel si se demuestra que un juez dictó una sentencia favorable a él
sacada del pen drive de su abogado.
• Respetan los contratos y no alteran arbitrariamente la ley.
Una de las principales claves del desarrollo es la confianza en el
cumplimiento de los acuerdos y en la seriedad del gobierno ante las
empresas nacionales y extranjeras. Si Canadá o Corea del Sur manejaran
la deuda nacional, las relaciones con los bancos y los pleitos con las
petroleras como ha hecho Carondelet durante el mandato de Correa,
habrían perdido todo el crédito.
• Entienden que la función del Estado no es crear riquezas, sino estimular a la sociedad civil para que haga esa tarea.
Entienden que el Estado vive de la sociedad y no a la inversa.
Comprenden que hay que crear una legislación hospitalaria con los
emprendedores, como hace Israel, hoy una de las mayores incubadoras de
empresas del planeta, para beneficios de los pobres y los trabajadores.
¿Está
el presidente Correa a tiempo de rectificar? Ojalá, pero lo veo
difícil. Lo probable es que perjudique seriamente a su país. Nació para
imponer su voluntad, no para gobernar sabiamente.
Periodista y escritor. Su último libro es la novela Otra vez adiós.
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