Vida, pasión y muerte de Chávez
Ya da igual que Hugo Chávez esté vivo. El pasado
jueves el propio gobierno chavista se encargó de anticipar sus exequias
en una multitudinaria procesión que enterró al hombre para resucitar al
mito.
Desde que al mandatario venezolano le detectaron un cáncer en el
verano de 2011, siguiendo sus indicaciones, su entorno se ha dedicado a
jugar con la psiquis del pueblo por medio de la desinformación y el
chantaje emocional. Se hizo evidente que los médicos cubanos le habían
diagnosticado un mal incurable y era preciso apuntalar la modalidad del
chavismo sin Chávez antes de que ya no pudiera asomarse al balcón de
Miraflores.
Lo que sucedió el 10 de enero fue una insólita
ceremonia que celebró la no juramentación de un jefe de Estado que
seguramente nunca volverá a gobernar. Se trataba del penúltimo capítulo
de una saga que se comenzó a reescribir con la colaboración del régimen
castrista en las idas y venidas de Chávez a La Habana, en busca de un
milagro médico que, si bien no lo salvaría, al menos le alargaría la
vida hasta ganar unas elecciones que amarraría el destino de los
venezolanos a la “revolución del siglo XXI”.
Era preciso tirar de
la aplastante maquinaria oficialista para que Chávez fuera reelegido.
Lo demás vendría rodado. A fin de cuentas Nicolás Maduro, su
vicepresidente y sucesor, junto a Diosdado Cabello, Presidente de la
Asamblea Nacional y díscolo escudero de Maduro, no se inmutarían a la
hora de reinterpretar a su antojo el libro azul de una Constitución que,
según la cúpula chavista, está llena de meros formalismos que no hay
por qué cumplir. De ese modo, y con el respaldo de un Tribunal Supremo
de Justicia que es guiñol del aparatchik, hoy Venezuela es un país gobernado por un presidente muy enfermo que no gobierna ni se encuentra en el país.
El
10 de enero las calles de Caracas fueron el escenario de una grotesca
pantomima, a la que se prestaron miles de ciudadanos dispuestos a
jaranear en la comitiva con carteles que juntaban la imagen de
Jesucristo con la de Chávez. Ambos habían dado la vida por salvar a la
humanidad. Uno murió en la cruz y el otro padecía la última fase de su
calvario particular en un hospital de la capital cubana. Como corderos
obedientes, la multitud secundó el lema de “Yo soy Chávez”. Se había
logrado que la marea humana cubriera el vacío de un hecho irrefutable:
estaban solos y a la deriva a pesar del espectáculo organizado y la
compañía de personalidades extranjeras que se sumaron al carnaval
político.
Es lastimoso tener que recurrir a la especulación que
ha provocado el hermetismo de un gobierno que no respeta las reglas más
básicas de un Estado de derecho y transparente. No obstante, por las
señales inequívocas de que ya su comandante en jefe no se puede exhibir,
lo más probable es que Hugo Chávez nunca más retome el poder. Entonces,
¿cómo se explica el montaje del 10 de enero con alabanzas y discursos
que ya lo colocaban en el olimpo de los que descansan eternamente?
Sencillamente era el preludio al acto final de un vía crucis en Semana
Santa.
Empuñando sus pancartas, el pasado 10 de enero los
chavistas dieron un paso más para alimentar el mito del que ya sacan
provecho. Desde hace tiempo sabían que eventualmente el teniente coronel
no regresaría y había llegado el momento de convertirlo en souvenir de
la patria. El póster de Jesucristo y Chávez era la muda ilustración del
desenlace.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
- 19 de diciembre, 2024
- 29 de febrero, 2016
Artículo de blog relacionados
Por Bhushan Bahree, en Nueva York y Russell Gold The Wall Street Journal...
10 de julio, 2006Quienes defendemos la economía de mercado por sobre el estatismo a menudo somos...
16 de noviembre, 2012- 24 de mayo, 2007
Siglo 21 La inmerecida muerte de Facundo Cabral es la gota que derramó...
13 de julio, 2011