Por qué la caridad no ha ayudado mucho a Haití
The Wall Street Journal Americas
Cuando un terremoto de 7,0 grados con un epicentro a menos de 26
kilómetros de Puerto Príncipe aplastó a Haití hace tres años, cientos de
millones de dólares llegaron a las organizaciones de ayuda que operan
en el país. Gobiernos de todo el mundo prometieron miles de millones
más. La devastación era tal, que era imposible no responder a los
pedidos de auxilio.
Sin embargo, aparte de cubrir las necesidades más urgentes de las
víctimas, enviar dinero a Haití parece no haber logrado avances
significativos. En términos económicos, el país sigue sin avanzar,
aunque eso no significa que no haya nada nuevo que contar.
Un acontecimiento notable en los
últimos años ha sido el incremento del proselitismo islámico. Una fuente
creíble señala que existen 14 mezquitas formales en la zona de Puerto
Príncipe y al menos una escuela religiosa, o madraza, en la pequeña
ciudad de Miragoâne. Qatar ha estado invirtiendo grandes sumas de
dinero. En diciembre de 2011, Louis Farrakhan, el controvertido líder de
la organización estadounidense la Nación del Islam, organizó su propia
misión en Haití.
Dado que algunas sectas del Islam niegan derechos a las mujeres y
enseñan la intolerancia, e incluso la violencia, contra los no
creyentes, el proselitismo religioso merece atención. Al igual que
muchos africanos, los haitianos están desesperados y son vulnerables, y
los esfuerzos de Occidente para mejorar sus vidas no están dando frutos.
Una reciente observación del ministro canadiense de Cooperación
Internacional, Julian Fantino, de que los resultados de la ayuda estaban
por debajo del nivel óptimo, no fue una demostración de un menor
interés. Por el contrario, Canadá ha exhibido una preocupación
justificable sobre si su generosidad está realmente beneficiando al
pueblo haitiano.
Los regalos provenientes de Estados Unidos y Canadá, que ahora
parecen estar siendo distribuidos por organizaciones no gubernamentales
foráneas, han ayudado al país a ganarse el apodo de "la república de las
ONG". No obstante, a pesar de la caridad abundante, Haití sigue siendo
disfuncional. Tate Watkins, un corresponsal independiente en Haití, ha
observado que muchos empleados de las ONG "están desconectados de las
personas" a las que supuestamente quieren servir, no aprenden criollo
haitiano, o creole, el idioma del país, "trabajan con cronogramas más
cortos" y experimentan una gran rotación.
Para empeorar las cosas, la asistencia internacional —ya sea que se
distribuya a través de gobiernos u ONG— distorsiona tanto la política
como el comercio, socavando la evolución de una economía de mercado. Los
recursos gratuitos reducen la presión para que los políticos realicen
las reformas necesarias para atraer capital. Cuando se regalan los
alimentos y los servicios, los empresarios que podrían atender esos
mercados son marginados.
El presidente Michel Martelly, quien tomó posesión en 2011, es el
primer líder haitiano en casi 20 años que no guarda relación con el
Partido Lavalas del caudillo Jean-Bertrand Aristide. Sin embargo, las
expectativas de un mejor crecimiento económico bajo su gobierno no se
han cumplido. El Fondo Monetario Internacional estimó en diciembre que
el Producto Interno Bruto creció 2,5% en 2012, muy por debajo del 4,5%
que había pronosticado en un principio. La inflación, dijo el FMI, "se
aceleró a partir de fines de junio, alcanzando 6,8% en octubre". La
institución atribuyó el menor crecimiento al mal clima y "una lenta
ejecución del gasto público", y el brote de inflación al "alza en los
precios de los alimentos".
Hay explicaciones más plausibles del problema económico de Haití,
empezando por la gigantesca brecha entre las declaraciones del gobierno a
favor de las reformas y la realidad. El primer ministro Laurent Lamothe
utiliza las palabras adecuadas al aludir al "fortalecimiento del estado
de derecho" y "convertir a Haití en un lugar atractivo para los
inversionistas extranjeros y locales". Habla con devoción sobre el plan
del gobierno para un parque industrial en el norte del país que, según
dice, generará 20.000 empleos. "Con una tasa de desempleo de 52%",
escribió Lamothe en julio, "este parque representa una oportunidad
inigualable para crear lo que Haití tanto necesita para romper con el
ciclo de la extrema pobreza".
¿No sería grandioso? Pero el verdadero problema de Haití queda al
descubierto en el informe Doing Business 2013 del Banco Mundial, que
evalúa el clima para las iniciativas empresariales en 185 países. Este
año, Haití cayó al puesto 174 de la clasificación. En cuanto a la
facilidad para la "apertura de una empresa", Haití ocupa el lugar 183 en
el mundo. En "protección de inversores" se sitúa en el puesto 169,
frente a 167 el año pasado. En lo que respecta al "comercio
transfronterizo", Haití descendió tres posiciones desde el año pasado
para quedar en el puesto 149. El "pago de impuestos" también se volvió
más difícil frente al resto del mundo, así como la "obtención de
electricidad".
La funesta libreta de calificaciones sugiere que Haití tiene un
problema político, no solamente de infraestructura deficiente o ayuda
internacional insuficiente. Ha sido un secreto a voces durante décadas,
por ejemplo, que el principal puerto del país es un nido disfuncional de
corrupción, que paraliza el comercio.
Los intereses en el puerto están arraigados y, aparentemente, el
costo político de resolver este problema es demasiado alto para
Martelly. Se entiende. Pero que nadie se sorprenda cuando los costos
transaccionales de esquivar el problema —importar los bienes desde la
frontera con República Dominica o pagar enormes sobornos— sofoquen los
negocios.
La construcción de un nuevo puerto en el norte del país, como ahora
quieren los gurús de la ayuda, no logrará arreglar por su cuenta lo que
es en esencia un problema institucional. Por el contrario, es probable
que reduzca el interés del gobierno en invertir su capital político para
resolver el problema.
- 28 de diciembre, 2009
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