El paciente cubano
Cuando una orden internacional del
juez Garzón inmovilizó en Londres a Augusto Pinochet, hubo quienes recordaron
la película de Anthony Minghella, basada en el libro de Michael Ondaatje, El
paciente inglés.
Ahora
tenemos a un paciente cubano, Hugo Chávez Frías.
No
pudo jurar el 10 de enero su mandato presidencial, y todo indica que es un
enfermo terminal. Por tanto, hay en perspectiva una transición en Venezuela que
está en manos de la inteligencia cubana. Hay incluso suspicaces extremos que
creen que ya habría muerto, y que Cuba lo anunciará cuando haya consolidado la
continuidad del régimen.
En
1985 conocí a Fidel Castro. Lo cuento en mi último libro, Perú, país de metal y
de melancolía. Cuando le dije en broma que seguramente se despertaba cada día
lamentando que Cuba no fuese Brasil, me contestó en serio inmediatamente: “no,
donde yo debí hacer la revolución fue en Venezuela”. Tenía en la cabeza ya algo
parecido al sueño de Nasser de la República Árabe Unida (RAU).
Una
obsesión estratégica muy temprana: apenas subió al poder Rómulo Betancourt, en
febrero de 1959, un mes después de la victoria guerrillera cubana, Castro le
propuso el apoyo del petróleo venezolano. La respuesta de Rómulo fue más o
menos, según un testigo presencial que me lo contó muchos años después en
Caracas: “no puedo, no es mío”. Era la respuesta de un estadista democrático,
institucionalista, que separaba los bienes públicos de la hacienda privada, a
diferencia de gobernantes (como Chávez) que disponen de la hacienda pública
como un patrimonio privado, de uso completamente discrecional.
Cuando
Betancourt se negó a esa generosidad gratuita, Castro comenzó a promover las
guerrillas en Venezuela.
He
hablado de esto, muchas veces, con Teodoro Petkoff, entonces líder de la
guerrilla venezolana y del Partido Comunista (PC). El único país
latinoamericano donde la guerrilla la hizo el PC o escisiones del PC o de
viejos partidos populistas (caso del Apra rebelde, más tarde MIR, en Perú).
Yo
había asumido siempre que Teodoro conocía desde entonces a Castro, pero hace
unos años me contó que lo conoció hace muy poco tiempo. El sabroso relato de su
tardío encuentro en La Habana será una pieza magnífica de las memorias que
Teodoro le debe a América Latina
Pero la familia Petkoff sí conocía de la presencia cubana. El hermano, Luben
Petkoff, jefe de una de las columnas guerrilleras, tuvo como segundo al enviado
cubano Arnaldo Ochoa, más tarde jefe de las tropas cubanas en África,
ajusticiado por Castro en 1989.
Lo
que Castro no consiguió con Betancourt lo logró con Chávez, 40 años más tarde.
Se estima el subsidio venezolano a Cuba en 100.000 barriles de petróleo al día,
casi 4.000 millones de dólares anuales. Un salvavidas, luego de que los
soviéticos le cortaran el apoyo.
Los
rigurosos estudios de Carmelo Mesa-Lago han establecido que, de 1961 a 1985,
Cuba recibió de Rusia un subsidio de 5.000 millones de dólares al año. Una suma
probablemente superior al Plan Marshall (13.000 millones de dólares nominales),
si convertimos ambas cifras a valor presente. ¿Qué ocurriría a la economía
cubana si el chavismo no continuara?
Hay
dos tableros paralelos, aunque conectados: uno en Venezuela, y otro en La
Habana. No deja de ser fascinante ver cómo están tejiendo los hermanos Castro
las relaciones entre ambos.
Chávez
reemplazó a un sistema democrático bipartidista que había durado cuatro
décadas. Había terminado convertido en una democracia “oligarquizada”, donde la
riqueza petrolera no sirvió para transformar la sociedad venezolana. El
petróleo se había transformado en el “excremento del diablo”, según dijo al
final de sus días el mismo creador de la OPEP, Juan Pablo Pérez Alfonso. Había
riqueza, pero la gente no se sentía incluida. La mayoría de los venezolanos
eran, o se sentían, pobres. Sobre ese ánimo se encaramó Chávez.
La
experiencia democrática venezolana comenzó en 1959, al mismo tiempo que el
Frente Nacional en Colombia. Pero este logró transformar Colombia: 4,4% de
crecimiento estable durante cuarenta años y transformación consistente de la
sociedad colombiana, entre otras cosas con una profunda participación de las
mujeres.
Quizá
el éxito colombiano se apoyó sobre la vieja tradición legalista iniciada por
Santander, y el fracaso de la experiencia venezolana, quizás, a la tradición
política inversa de Venezuela: una historia de llaneros mandones, desde Páez a
Chávez, pasando por Juan Vicente Gómez.
América
Latina es hoy muy distinta de hace 15 años. Entonces, el chavismo parecía
competir, en varios casos exitosamente, por el “alma” de América Latina, para
recordar una famosa carátula de The Economist. Ahora el Brasil de Dilma
Rousseff no necesita la energía venezolana, y un arco de países (Alianza del
Pacífico) está más interesado en el libre comercio y en la perspectiva de la
gran cuenca del Pacífico (donde está aproximadamente la mitad del producto
mundial) que en cualquier tentación populista.
No
hay en la actualidad, sin embargo, una alternativa que se parezca a lo que creó
en 1959 Rómulo Betancourt. La oposición venezolana no ha logrado articular una
narrativa más persuasiva que Chávez. Desaparecido su carisma, ¿”implosionará”
el chavismo, una amalgama de ideología arcaica, militarismo mandón e intereses
económicos de la burguesía “bolivariana”?
Es
temprano para una respuesta. Pero el fin anunciado del paciente cubano es el
inevitable comienzo de una transición.
©FIRMAS PRESS
El autor es politólogo peruano.
- 23 de julio, 2015
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- 4 de septiembre, 2015
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