Francia y su guerra del uranio
El Heraldo, Tegucigalpa
El despliegue de la intervención militar de Francia en Malí
es una noticia que ocupa las primeras planas de diarios, portales de
internet, noticieros de radio y de televisión en el mundo. Se mira al
presidente francés François Hollande como el nuevo adalid de la lucha
contra el terrorismo por su cruzada en contra de los avances de las
células del Magrebí de Al Qaeda en el Sahel con la Operación Serval de
reconquistar del norte de Malí.
El mensaje que envía
Francia a la comunidad internacional con esta operación militar es que
busca restablecer el orden y la paz en Malí y que es un país que combate
abiertamente el terrorismo. Lo polémico de su apuesta “humanitaria” son
los intereses económicos y estratégicos que tiene en los territorios
controlados por los separatistas Tuareg y los grupos yihadistas
radicales.
Las preguntas que surgen de la parafernalia de
la guerra francesa en Malí son: ¿cuáles son las razones de fondo que
tiene para haberse lanzado unilateralmente en una intervención militar,
en un país sin salida al mar, con la mayor parte de su territorio
desértico; más de 60% de su población sobreviviendo con menos dos
dólares diarios y con una de las tasas de mortalidad y analfabetismos
más altas del mundo?
¿Por qué rechazó las voces que
pedían que se abriera un diálogo, se convocara a elecciones
presidenciales y se negociará con los Tuareg? Es evidente que Francia no
adelanta esta ofensiva militar por simples fines altruistas de
restablecer la democracia y la paz en Malí, ni por proteger a los
ciudadanos franceses en Malí, ni tampoco para proteger los intereses de
la Unión Europea, sino para defender sus intereses económicos y
estratégicos en el Sahel, especialmente los relacionados con el uranio.
Para
Francia la situación de Malí es un problema de seguridad nacional, en
virtud de que su industria nuclear depende en buena parte del uranio que
explota en el Sahel. Y más aun cuando es uno de los países del mundo
con mayor dependencia de la energía nuclear debido a que más del 75% de
su producción de energía dependen de sus 58 plantas nucleares.
Por
eso es evidente que detrás del sofisma de la lucha contra Al Qaeda lo
que busca es amparar las concesiones de uranio que tiene la
multinacional francesa Areva en los territorios en disputas y en Níger.
Quizás por eso hasta ahora Estados Unidos y sus socios europeos solo le
han ofrecido timoratamente ayuda logística dado que saben que lo que
pretende es salvaguardar los intereses estratégicos de Areva, su
conglomerado estatal, líder mundial en el sector de la energía nuclear.
Además,
Malí es el tercer productor de oro de África y octavo del mundo y desde
hace más de una década el oro, se ha convertido en su principal
producto de exportación, cuyas explotaciones son controladas en gran
parte por empresas francesas.
Malí y Níger son poseedores
de una de las mayores reservas de uranio del mundo y la mayoría de
aquellos yacimientos están en la zona de conflicto y en la región
fronteriza de ambas naciones. En el territorio de Agadez al norte de
Níger, en la frontera mali-nigeriana, la empresa Areva, a través de dos
filiales, controlan la explotan de las minas de Uranio de Arlit y
Akauta.
El temor que tiene el gobierno del presidente
Hollande es que los franceses pierdan el control de las concesiones si
los separatistas logran consolidar un nuevo Estado islámico en el norte.
Igualmente tiene miedo sobre el efecto dominó que se podría
desencadenar en Níger, tras un triunfo de los islamistas radicales y los
Tuareg en Malí, dado que los Tuareg en Níger, también luchan por su
autonomía y en todas sus demandas exigen una mayor participación en las
explotaciones de uranio.
Otro de los recelos que tienen
los galos, al igual que Estados Unidos y otras potencias en occidente,
es que al consolidarse un Estado islámico fundamentalista, aquellas
reservas de uranio queden bajo el control del régimen de Teherán. Eso
explica hasta cierto punto el respaldo que le han dado la ONU y la OTAN a
su intervención en Malí.
- 23 de julio, 2015
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