Argentina: Feriados y algo más…
En
medio de hechos significativos, de polémicas banales, cruces inauditos y
especulaciones preelectorales de todo tipo, hay un dato que pasa prácticamente inadvertido: 19 feriados a lo largo
del año.
Para
muchos no significa nada. Los
más perjudicados por la inflación, los sectores postergados no se movilizan los
fines de semana largos. La clase media obra siempre de idéntica manera: primero
el estupor y la queja por los decretos antojadizos de la jefe de Estado, y
luego a preparar el bolso y los autos…
Son
las contradicciones características del argentino medio, precisamente las
mismas que nos trajeron a este presente decadente si no en todos los aspectos,
en la mayoría de ellos. Desde
ya que las generalidades son injustas, excepciones hay. De no haberlas sólo
restaría encaminarse a Ezeiza o resignarse a una eterna mediocracia regida por
diferentes o iguales satrapías.
Pero
volvamos a ese hecho que parece nimio frente al resto de los acontecimientos
que son del dominio público. Enero
termina con un día no laborable (poco importa a los fines de este análisis que
sea por única vez) Febrero se inicia con los carnavales, “redimidos” en el año
2010 por la Presidente en una de sus tantas decisiones populistas y demagógicas.
Así consta en el Boletín Oficial a través de los decretos 1584 y 1585, firmados
por Cristina Fernández y todos sus ministros.
Qué el 2013 coincida con el bicentenario de algunas
batallas y combates emblemáticos de nuestra historia, sirve también de excusa
para sumar días no laborables. Lo
peculiar del caso fue que, no hace mucho tiempo, la mismísima mandataria
argentina se dignó “retar” al Premier inglés por conmemorar la última batalla
de Malvinas. “Las
batallas y las guerras no se celebran”, dijo.
Cristina hizo estas declaraciones ante el Comité de
Descolonización de Naciones Unidas en Nueva York, en Junio último.
Contradicciones acorde a la metodología kirchnerista.
Todas
estas nuevas recordaciones de actos patrios protagonizados por las FFAA, no se
condicen sin embargo, con el respeto institucional que el gobierno ha tenido y
tiene para con los uniformados. Tampoco
parecen tener demasiada relevancia en las cátedras de historia nacional. Hoy
por hoy, la mayoría de los chicos en edad escolar no pueden identificar fechas
claves como ser el día de la independencia, o el día de la bandera, por citar
apenas dos entre las más relevantes.
Esta
situación se ha agravado gracias a la colaboración del gobierno nacional y
popular que establece para cualquier
tipo de hecho histórico o acontecimiento patrio, idénticas organizaciones:
recitales y festivales donde el protagonismo lo tienen los grupos de rock
(siempre y cuando comulguen con el modelo), y multitudes llevadas en micros,
previo “vale” para el choripan. No hay diferencia entre
conmemorar y celebrar.
Ni siquiera el 20 de Junio pudo recordarse a
Manuel Belgrano
y ver flamear la bandera celeste y blanca pues, predominaron trapos colorados y
el discurso presidencial enfatizó las “hazañas” de “Él”, y el “vamos por todo” de ella.
Como fuera, hay fiesta y show se trate de recordar
tragedias, fechas patrias o caprichos de la Presidente. Ni siquiera varía la
audiencia: aplaudidores oficiales, y jóvenes embanderados detrás de La Cámpora,
Kolina, Unidos y Organizados, en definitiva, un nombre que no diferencia ni
identifica.
Ahora bien, ¿por qué insistir en un tema así con todo lo
que está pasando? Justamente por eso: por todo lo que está pasando. ¿Es malo que el pueblo se
entretenga? Aquí la respuesta es más compleja. Si no se analiza con un poco de
profundidad, se dirá que nada mejor que la alegría popular. El problema radica
en el costo de esa algarabía.
En
primer lugar, ninguno
de esos conciertos, actos o como se los prefiera llamar, son “gratuitos” como
pretenden hacerle creer a quienes van. No sólo se pagan con
fondos públicos (léase: dinero de todos y todas) sino además conllevan
intereses partidarios de naturaleza ruin y vulgar. Tampoco obedecen exclusivamente al
fomento del turismo.
A su vez, al vaciar a los verdaderos héroes, próceres,
y hacedores de la Argentina que alguna vez fuera potencia y competencia para
otras naciones, queda espacio para entronar líderes populares de poca monta. De ese modo, hoy Néstor Kirchner
resulta ser un benefactor, prácticamente artífice de todo lo magno que se puede
rescatar.
Caudillos
del mismo estilo cobran trascendencia inusitada, y los modelos y referentes
para los adolescentes pasan a ser figuras de barro, subidas a un falso
pedestal. La
proliferación de las remeras del Che no es sino un caso cabal de lo expuesto.
La conversión del ex mandatario en “El Eternauta” es otro ejemplo. El burdo
himno a José Luis Gioja suma a todo ello.
Pero
los Kirchner tampoco han inventado este artilugio de mantener al pueblo
entretenido para propio beneficio. La diversión vista como maniobra política
viene siendo debatida desde tiempos inmemoriales. Recuérdese los anfiteatros romanos,
y las discusiones entre las posturas de Diderot, Rousseau, Calvino y otros
tantos.
En
los comienzos, se debatía acerca de la influencia del teatro (hoy se lo hace en
torno a las fiestas públicas en general, programadas intencionalmente por el
gobierno nacional)
Entre 1755 y 1757, el filósofo francés D’Alembert
escribió en la “Enciclopedia”, sobre la ausencia de teatros y actividades de
esparcimiento en Ginebra.
Las tradiciones calvinistas justificaban que así fuera. Rousseau salió en
defensa de esa ausencia, pues estimaba que la actuación pública de ciertos
personajes influiría en los jóvenes, a punto de corromper sus conductas. Otros tiempos, otras realidades. Sin
embargo, desde entonces se supo que podía hacerse del entretenimiento público,
una herramienta de manipulación de los pueblos.
El historiador Johan Huizinga define la diversión
programada por los gobiernos como “una liberación de lo económico, por
la cual significa una actividad que trasciende el mundo de las necesidades
cotidianas, de las tareas y deberes de la supervivencia“. Es un modo de evasión de la
realidad.
En
ese sentido, Rousseau tenía razón: esas prácticas confunden. “En un estado de permanente ocio, los
hombres desarrollan costumbres similares a las de los actores. La gravedad de
la pérdida de independencia está enmascarada porque la gente cree que también
está actuando: experimentan placer al perderse a sí mismos“,
sostenía. Con el tiempo, el autor de “Emilio” fue variando su visión respecto
al tema, pero permaneció la creencia de la manipulación de masas a través del
entretenimiento popular.
De un modo u otro, a esto se nos está sometiendo, a
mantenernos distraídos con feriados, circo, y nimiedades afables al debate
fácil, en el marco de un año electoral en el que, el oficialismo está dispuesto
a forzar toda legitimidad en busca de su objetivo de máxima: perdurar.
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