Europa y América Latina, separadas por más de un océano
Concluyó este domingo en Santiago la Cumbre de la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea (UE),
que reunió a líderes de 60 países de ambos lados del Atlántico. Como
todas las cumbres de su tipo, la CelacUE concluyó sin grandes resultados
aunque sí grandilocuentes propósitos y compromisos.
Pocos puntos concretos pueden extraerse de la llamada Declaración de Santiago,
donde ambas regiones sellaron una “nueva alianza estratégica”. Entre
estos puntos concretos destacan el compromiso común de brindar seguridad
jurídica a inversiones (compromisos 10 y 45), evitar el proteccionismo
comercial (compromiso 11), cooperar en la lucha contra del crimen
organizado (compromiso 34), el reconocimiento a la economía verde en el
contexto de la lucha contra la pobreza (compromiso 40) y consolidar los
esfuerzos de cooperación de la UE respecto a América Latina (compromiso
22). Aún cuando todos estos buenos propósitos se cumplieran, el balance
de los logros y proyectos concretos es poco, realmente poco para tanto
esfuerzo y la presencia de tantos dirigentes.
En buena medida esto se debe al error de óptica de ver a América
Latina como una región consolidada, similar a la UE, cuando sólo es un
conjunto de economías con intereses más o menos convergentes sólo en
pocos puntos y situaciones. Así, no son de extrañar las dificultades
para llegar a acuerdos en temas espinosos como los de la seguridad
jurídica a las inversiones, el limitar el absolutismo de los gobiernos
latinoamericanos sobre “sus” recursos naturales, o la propuesta alemana
de suscribir por fin un acuerdo de libre comercio entre Mercosur y la
UE. Incluso es un despropósito hablar de eliminar el proteccionismo y
acrecentar el comercio entre ambas regiones, cuando los países
latinoamericanos ni siquiera comercian entre sí y cuando lo hacen, como
en Mercosur, aparece rápidamente el abuso de los países grandes sobre
los chicos, no la “hermandad” latinoamericana, como pueden atestiguar
sobradamente Paraguay y Uruguay.
Por ello y ante las dificultades por avanzar en temas concretos, cabe
suponer que la UE irá concentrando sus esfuerzos en unos pocos países:
México, Brasil y en el mediano plazo la Alianza del Pacífico (Colombia,
Perú, Chile), como dejó ver Mariano Rajoy con meridiana claridad al
insistir en la incorporación de España a dicha iniciativa. Esto no
obstante las sobradas ínfulas de tantos gobiernos latinoamericanos, que
creen estar presenciando y logrando un cambio “histórico” en la
correlación entre ambas regiones. En realidad, América Latina ha hecho
poco y nada en ello y el interés de la UE en la región es sólo
coyuntural, mediado por la necesidad de garantizar un buen clima de
negocios para sus empresas.
Las dificultades cada vez más evidentes de economías como las de
Venezuela y Argentina, que en poco tiempo pueden despertar funestamente
de la autosatisfacción y la demagogia, son un buen indicativo de la
distancia que media en Latinoamérica entre los discursos políticos y las
realidades económicas. Al respecto, no basta más que observar la
tragicomedia que significa que la dictadura cubana sea, a partir de este
lunes, la representante de las democracias latinoamericanas.
Al margen y por último, quisiera sólo hacer notar que el nuevo
presidente mexicano usó su presencia en la cumbre de Santiago como
argumento para no estar en la junta anual del World Economic Forum en
Davos, inaugurada días antes y donde la presencia y el diálogo de los
presidentes mexicanos con los tomadores de decisiones de las mayores
empresas del mundo, era habitual. En realidad, pareciera que la ausencia
de Enrique Peña Nieto en Davos obedece más a una definición de política
que a la imposibilidad de estar en ambos encuentros: varios de los
presentes en la CelacUE pudieron estar en ambos foros sin dificultad.
Así, Peña Nieto ha venido insistiendo en dar prioridad a fortalecer
un supuesto liderazgo mexicano en América Latina, lo que supone, entre
otras cosas, regresar al viejo discurso priista de contemporizar con las
dictaduras de izquierda (allí está, por ejemplo, la designación en
marcha de Lázaro Cárdenas Batel como embajador mexicano en Cuba) y
confiar más en el estado y no en las empresas como palanca para el
desarrollo. Si es así, México habrá perdido muchísimo, en aras de la
vuelta del “ogro filantrópico” y las “ventajas” de un supuesto
“liderazgo” que sólo están en las cabezas de los burócratas del nuevo
gobierno mexicano. De cualquier manera, se agradece a Peña Nieto que sea
cada vez más claro en sus propósitos, si bien no por anunciarlos y
discutirlos, al menos sí por irlos dejando ver.
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