Impostura de la redistribución de ingresos mediante impuestos
Se
definen progresistas y partidarios del igualitarismo, pero no viven
austeramente sino que se enriquecen con inusitada celeridad. Lo prometen
todo y no hacen nada, pero además, destruyen lo poco que existía. Su discurso
político es un aluvión de ignorancia y demagogia. Sólo piensan en acumular
dinero.
Estos
vendedores de fantasías utilizan una dialéctica de enorme poder
destructivo. Sirve para sembrar odios. Envenenar el alma de la gente
sencilla. Enfrentar unos contra otros. Dividir a la sociedad. Convertir en
enemigos a los amigos. Reemplazar la generosidad por la envidia.
Paralizar la iniciativa privada. Vaciar las instituciones. Desmoralizar a los
honestos. Engañar a todos.
Consiguen
adeptos porque proclaman derechos sin reclamar obligaciones y reparten ventajas
sin exigir nada a cambio. Es decir poder sin compromiso. Así conquistan las
mentes débiles y de paso discriminan a quienes piensan libremente.
En
el campo impositivo se identifican claramente porque proclaman estas
propuestas:
a)
Que los impuestos altos sirven para redistribuir ingresos entre los pobres,
b)
Que quienes más ganen más paguen,
c)
Que las rentas extraordinarias no pertenecen a los productores sino al
gobierno.
Ahora
descubrimos que los progresistas son personajes enormemente solidarios con el
prójimo pero pretenden ayudarlo no con su propio dinero sino
redistribuyendo la renta de los demás.
Prometen
que cuando alcancen la utopía igualitaria, todos tendrán derecho de acceder a
una vivienda sin esfuerzo, a pensiones sin aportes, a subsidios sin cargo, al
reparto de la riqueza y a la igualdad sexual, aunque la naturaleza se oponga.
Pero
el redistribucionismo que predican tiene otra cara: a sotto voce suben
los impuestos, aumentan las retenciones, generan inflación, incrementan
la pobreza y acuden al endeudamiento. El resultado es mayor escasez y miseria.
Precisamente
en tiempos en que el gasto público, en lugar de privilegiar necesidades
acuciantes, se utiliza para la propaganda política y otros destinos
banales, parece importante preguntarse ¿porqué los impuestos que dicen
perseguir finalidades altruistas terminan consiguiendo lo contrario de lo
que se proponen?
Hay
una razón muy simple.
Cuando
las leyes, no defienden “la vida, el honor y la fortuna de los ciudadanos” como
lo exigela Constituciónnacional y pasan a justificar el “despojo de los
bienes”, los impuestos se convierten en un robo. Y con el robo, los pueblos se
empobrecen.
1. Redistribución de talentos
Originariamente
la idea de la redistribución de ingresos provenía de la filantropía y se
aplicaba a la asistencia social voluntaria. Ahora, en cambio,
aparece la propuesta superadora de lograr la igualdad de ingresos
“profundizando la redistribución” pero no voluntaria sino “forzosa”.
Claro
que de esa redistribución forzosa quedarían naturalmente exceptuados los que
gobiernan y sus amigos, porque ellos se consideran por encima de los demás.
En
los debates mediáticos aparecen por lo menos tres tipos de igualitarismos que
llamaremos: el aritmético, el vulgar y el ilustrado.
El
igualitarismo aritmético pasa por alto que en la naturaleza no han
existido, ni van a existir nunca dos personas con los mismos talentos y con las
mismas aptitudes físicas, con idénticas neuronas, ni con similar
disposición de cromosomas en las cadenas de ADN.
Pero
el argumento más simple y contundente en contra de la redistribución
aritmética de la renta es que ella implica que algunos individuos recibirán más
riqueza de la que producen y esto se hará a expensas de otros a quienes
se confiscará parte de lo que hacen para darlo a los primeros. De
manera que será mucho más costoso obtener rentas produciendo bienes y más fácil
lograrla a través del Estado. Con lo cual la redistribución aritmética
incentiva la haraganería, la holganza, la dejadez y la pereza.
Para
contrarrestar este argumento, surgen los igualitaristas vulgares,
auténticos palurdos, quienes dicen que estas consideraciones prácticas
son secundarias, porque la solidaridad social exige que los que tienen
talentos deben sacrificar parte de su “eficiencia” en favor de los más
humildes.
Estos
igualitaristas sostienen el derecho a la igualdad de resultados negando
el derecho a la igualdad de oportunidades. También hay
igualitaristas ilustrados o egregios, que plantean una distinción más
sutil. Afirman, junto con el filósofo americano John Rawls, que hay dos
clases de desigualdades. Una legítima, la desigualdad social que es fruto del
esfuerzo y de las decisiones personales. Otra ilegítima y repudiable, que
resulta del azar y de los talentos innatos.
Por
eso debe ser corregida por acción del Estado. Más allá de que es
imposible de separar las decisiones personales acertadas del azar o del
talento innato, cabe cuestionar el fundamento de esta crítica ilustrada.
¿Porqué
es injusto que cada uno aproveche los talentos, las cualidades y las
circunstancias que la vida pone a su alcance? ¿Es correcto vincular siempre el
mérito con la justicia? ¿Cuánta gente cree que el azar ocupa un papel legítimo
en su vida y procura aprovecharlo sin remordimientos cuando no causa daño a
otros? ¿Cuál es la razón por la cual debemos considerar que nuestros
talentos y características innatas son indignos y necesitan de la represión y
corrección por el Estado?
Aquí
interviene una cuestión muy delicada que se vincula con el predominio del
delito y el clima de inseguridad en que vivimos. La equiparación de la
justicia con el mérito, para llegar a conclusiones redistribucionistas, es un
razonamiento propio de juristas enrolados en las filas del garantismo, que
concluye en un peligroso absurdo. Cualquier individuo taimado, torpe o a
quien la naturaleza y la vida no hayan provisto de talentos, tendría derecho a
arrebatar violentamente a otros individuos inmerecidamente más ricos para
quitarles parte de su riqueza, aun cuando esos personajes no hayan hecho
nada para merecerla. (1)
Como
en nuestras mentes y en las mentes de los jueces abolicionistas estas
cuestiones son deliberadamente confusas, resulta que estamos construyendo
un mundo tan inseguro donde no se podría vivir sin estar expuestos al crimen,
el asalto, la violación o el secuestro. Para los tribunales garantistas,
los derechos humanos de los delincuentes y desposeídos son sagrados y
considerados superiores a los de la gente respetuosa y trabajadora.
La
defensa del mérito o de las necesidades para redistribuir la renta tiene
implicancias muy profundas. Imaginemos que un buen día podamos transferir
nuestras cualidades físicas a otras personas mediante la cirugía
de trasplantes Si aceptamos el principio de que la desigualdad
innata es injusta y debe corregirse, entonces debiéramos transplantar nuestros
atributos físicos a otras personas: las bien parecidas debieran transferir bajo
coacción su belleza a las poco agraciadas; los atletas deberían
transferir su agilidad y musculatura a los minusválidos; los inteligentes
debieran transferir su brillo mental a los lerdos y torpes. En
definitiva, los progresistas igualitarios debieran predicar también el
igualitarismo físico. (1)
Corregir
la desigualdad física, genética y psíquica, debiera ser su política preferida
en un mundo donde tal cosa fuera posible, porque la desigualdad física es el
origen de las desigualdades de rentas que pretenden corregir. (1)
Veamos
porqué. Si un individuo ha obtenido una gran fortuna como resultado de su
innato talento o inteligencia, podemos redistribuir parte de su fortuna a
quienes tienen menos; o podemos atacar la fuente y redistribuir parte de su
talento e inteligencia a los que tengan bajo coeficiente
intelectual. Los progresistas podrían respondernos que el
igualitarismo físico es ciencia ficción (aunque con la manipulación genética
algún día podría dejar de serlo). Pero el propósito de este experimento mental
no es otro que averiguar si el igualitarismo físico, con independencia de
su viabilidad, es moralmente deseable. Y también averiguar si el argumento del
mérito en favor de la redistribución de la renta implica además, el deseo
de la igualdad física.
(1)
Encerrar
en un campo de concentración a todo el que crea en la existencia de Dios
también es materialmente irrealizable, pero considerar que esa idea sea posible
o que el razonamiento conduzca lógicamente a ella ya es bastante preocupante.
(1)
La
próxima vez que un progresista defienda la redistribución de rentas deberíamos
preguntarle si está dispuesto a renunciar a su talento, guapeza o inteligencia
en favor de quienes no tienen esos atributos. Se encontraría entonces en la
tesitura de abrazar el igualitarismo físico o aceptar que en la naturaleza
reina la desigualdad. (1)
2. Los impuestos en la redistribución
Cuando
los igualitaristas pretenden convertir la distribución de ingresos en una
repartija de ricos a pobres, en subsidios cruzados hacia los que menos
tienen, en transferencias de renta de las clases tradicionales a
las nuevas oligarquías y de la clase media a los pobres de solemnidad,
invariablemente se encuentran con que las cosas resultan todo lo contrario.
En
este sentido, si las leyes impositivas meten mano a la riqueza producida por
quienes trabajan, para aumentar el ingreso de individuos
negligentes pero políticamente adictos, no habrá nadie en este país que
no pretenda hacer lo mismo y utilizar la ley para sacar ventajas. El
resultado es claro como el agua: la ley se prostituye y deja de serlo,
convirtiéndose en pantalla para la rapiña.
También
es posible que alguien bien intencionado, se plantee que no es injusto
que el Estado arrebate la renta de algunos para dárselo a otros, porque
realmente a ellos “les sobra” y todos deben contribuir al “bien común” de
los más necesitados.
Pero
cuando esto ocurre en forma coercitiva, instintivamente la gente ocultará “sus
ingresos” y reducirá “sus capacidades”, para no verse sometida al saqueo
impositivo en nombre de la “solidaridad”, mientras todos se empeñarán en
idear maniobras tendientes a vivir a expensas del prójimo.
Si
el Estado, guiado por la aparente buena causa de mejorar la
situación de los pobres, establece excesivos impuestos y
retenciones destinados a subsidiar el consumo de energía, financiar
los transportes metropolitanos, regalar electrodomésticos, subvencionar el
costo de los alimentos, estimular el pan y circo futbolero, repartir
dinero mediante planes sociales, financiar deficitarias líneas aéreas
y entregar fondos a sospechosas organizaciones sociales, entonces, estamos
en presencia de una “rapiña fiscal” o “despojo legal”.
Ante
este sistema de latrocinio dirigido desde el Estado, caben dos alternativas:
reducirlo o anularlo. Reducirlo equivaldría a decidir que sólo una parte de los
impuestos puede destinarse a la beneficencia y el resto a las funciones básicas
del Estado. Anularlo supondría permitir el surgimiento de la solidaridad
espontánea, aquella en la que cada cual decide cómo ser generoso
con los demás, sin que le obliguen y sin estar amenazado de terminar en la
cárcel.
Por
supuesto, podríamos seguir adelante con un sistema impositivo de despojo
legalizado. Ahora bien, las consecuencias de mantenerlo son
perversas. Por un lado, la gente verá que se castiga a los emprendedores y se
premia a los que reclaman vivir como parásitos.
Sin
ninguna duda, se organizarán bandas dirigidas por agitadores profesionales que
reclamarán más partidas presupuestarias para financiar su “causa”, tratando de
vivir a costa de los demás.
Hay
que entender que las leyes de impuestos excesivos paralizan los
brazos de quienes quieren prosperar, pero liberan las manos de
quienes sólo saben decir “deme” para recibir subsidios reivindicando que
sus necesidades son ”derechos sociales”. Toda una tramoya para lograr
vivir sin trabajar.
3. Repartir a expensas de los pobres
Para
comprender porqué los impuestos siempre fracasan como instrumento
para redistribuir la renta, hay que comenzar por saber cómo se distribuyen
realmente los ingresos.
Se
trata de un método estadístico que clasifica la población en diez partes
exactamente iguales, llamadas deciles. Luego se investigan los ingresos
de cada grupo social involucrado en esos deciles, mediante encuestas y se
calcula qué porcentaje de la renta nacional representan esos ingresos
De
esta manera se conoce la participación que las distintas clases sociales tienen
en el ingreso nacional.
Es
casi seguro que distintas estimaciones puedan brindar algunos dígitos de
más o de menos. Pero de todos modos, y con esta advertencia, la
distribución del ingreso en Argentina al final del 2010, 2011 y 2012 era la
siguiente:
CUADRO
La
diferencia de ingresos entre el decil más rico y el decil más pobre es de 30
veces en 2010 y 21 veces en 2011, lo cual muestra la excesiva dispersión
existente entre aquellos que lo tienen todo y los que no tienen nada.
Acto
seguido hay que incluir el factor más gravitante en el esquema de la
distribución del ingreso: los impuestos, las contribuciones, las tasas
municipales, las retenciones y los impuestos al trabajo.
En
la actualidad, con el dinero de los impuestos se despilfarran cifras
enormes. Se pagan certificados de obras públicas con sobreprecio, se reparten
subsidios multimillonarios, se financian planes sociales de
no-trabajo, se subvencionan grupos agitadores, se organizan actos
partidarios con asistentes contratados, se atiende una mala educación, se
financia un paupérrimo sistema de salud y se pagan sueldos a una inmensa
burocracia totalmente ineficiente, excepto para poner obstáculos a todo aquél
que se proponga hacer algo útil.
Si
el costo del Estado fuese módico, por ejemplo el 10 % del PIB, su
sostenimiento no sería una cuestión gravosa porque los recursos podrían surgir
de un único impuesto cobrado sólo a los más ricos. Alcanzaría una alícuota del
20 % sobre sus rentas.
Tomemos
la columna del año 2012. Como los ricos participan del 49,2 % del Ingreso
nacional, un impuesto del 20 % produciría recaudaciones suficientes (20 %
x 49,2 % ≈ 10 %). Y nadie más pagaría nada, ningún impuesto de ninguna clase.
Como
el Gobierno gasta una astronómica cifra, superior al 46 % del PIB
entonces inevitablemente debe sacar dinero cobrando 30% a los deciles más
ricos. Pero como no alcanza, tendrá que cobrar 60% en impuestos
indirectos a los ocho deciles de clases medias y pobres. Cuanto más sube
el gasto público tanto más deberá quitarles a los pobres. Al final la idea de
que el dinero que reparte el Estado viene de arriba es pura mentira. En
realidad sirve para ocultar el hecho de que el dinero redistribuido sale del bolsillo
de los mismos que lo reciben. (2)
Esto
es así por una irreductible cuestión algebraica:
(30
% del 49,2% PIB + 60 % del 50,8% PIB ≈ 46 % PIB)
Entonces
los más ricos estarían gravados con impuestos directos sobre sus rentas brutas
al 30 %; pero la clase media y los de menos recursos soportarían impuestos por
consumo de alimentos y canasta familiar del 60%. Que es lo que hoy
sucede.
Claro,
que los ricos también consumen parte de esa canasta, pero el razonamiento no se
invalida porque para ellos es un gasto marginal. Si el cálculo se repite el
próximo año 2013 los resultados seguramente serán peores.
4. Transferir poder al gobierno
Cuanto
mejor se considera el problema, más claro se ve que la redistribución de la
renta no es una redistribución del rico al pobre sino una redistribución del
poder de compra de los individuos al gobierno. No es una transferencia
por amor sino por temor.
Lo
cual implica la demolición sistemática de aquellas clases sociales que disfrutaban
de “recursos independientes”, como el sector rural, las profesiones
liberales, los pequeños empresarios, los artistas e intelectuales, los
trabajadores independientes y los artesanos con pequeños talleres. Los
recursos de esa clase media se transfieren y acumulan en manos de funcionarios
políticos que integran la nueva clase, como “La Cámpora” que despoja de
recursos a los que han sido agredidas fiscalmente.
En
esta nueva clase política, existe una oculta pero perceptible tendencia a
asegurarse la complicidad de la justicia para que los delitos de “cohecho”,
“enriquecimiento ilícito” o “dádivas” queden impunes, sobreseídos,
cajoneados, prescriptos o archivados como cosa juzgada. Esta es la gran
paradoja que los igualitaristas, inspiradores del nuevo “modelo” no podrán
resolver nunca jamás. El Estado redistributivo pertenece a un vasto
proceso de involución social que no acaba con la igualdad entre los ciudadanos
sino en la consolidación de la nueva clase de dirigentes privilegiados. (2)
La
retórica de la redistribución del ingreso y el reparto de la riqueza termina
siempre con la necesidad de recaudar mas impuestos precisamente de aquellos a
quienes dicen que van a favorecer.
En
todos los casos, la redistribución del ingreso se convierte en un espejismo
consistente en hacer creer que se está gobernando a favor de los que menos
tienen, pero expoliándolos con impuestos que gravan su consumo y concentrando
la riqueza entre los amigos del poder.
La
única forma sincera y práctica para redistribuir el ingreso consiste en
eliminar o reducir significativamente los impuestos al consumo y sobre las
propiedades o bienes particulares que no generan renta pero que sirven para
vivir dignamente.
Sin
una reforma impositiva que contemple una profunda reducción de impuestos a las
clases medias y a los pobres todas las proclamas políticas que puedan
hacerse acerca del cambio para redistribuir ingresos y repartir la
riqueza son puro humo que oculta intenciones no confesables. Al final tenía
razón Martín Fierro cuando decía “que son campanas de palo las razones de los
pobres”….
(1) ALBERT ESPLUGAS BOTER: Redistribución de
talentos,
inteligencia y
guapura, Instituto Juan de Mariana, Madrid,
Nov. 2008,
(2) BERTRAND DE JOUVENEL: La ética de la redistribución,
Ediciones
Encuentro, Madrid, 2009.
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