México y la transformación radical que se requiere
¿Cuál es el problema de nuestro desarrollo? ¿Cómo encauzar la
economía para que recupere su vitalidad, genere riqueza y le dé
satisfacción a la población en general? Parte de la respuesta reside en
entender la naturaleza de los problemas que enfrentamos y el contexto en
el que éstos ocurren. La otra parte reside en construir la capacidad
política para lidiar con ellos. Uno sin lo otro resulta irrelevante.
Pensando en esto me encontré con un diagnóstico descarnado de nuestros problemas. Este es el resumen:
•Nos encontramos ante una impactante
incapacidad para modernizar las instituciones que regulan la economía
tanto en el sector público como en el privado.
•La población no está preparada para enfrentar los retos del futuro. La situación actual no es tanto la causa sino la personificación del problema.
•No será fácil recrear la capacidad de crecimiento de antaño. El
crecimiento económico es función esencialmente de dos factores: el
crecimiento de la fuerza de trabajo y la mejoría en los índices de
productividad. El crecimiento de los últimos cincuenta años ha
respondido más o menos en igual medida a ambos.
•Todo esto sugiere que el crecimiento económico en las próximas décadas dependerá más del crecimiento de la productividad. Si
México ha de lograr niveles de prosperidad como los alcanzados en la
época de los 50 y 60, la economía tendrá que ser más productiva que
nunca antes. La eficiencia tiene que convertirse en la consigna de la
política económica.
•El sector privado tampoco está organizado para la eficiencia. Las
insuficiencias del sistema educativo hace difícil para los jóvenes
adquirir las habilidades que requerirán para competir con los
trabajadores de otros países en la economía del futuro.
•La clave es productividad e innovación, pero nada se está haciendo para avanzar en esos frentes.
•El sistema fiscal socava la competitividad
de los productores nacionales y le impone enormes costos en términos de
eficiencia al conjunto de la economía.
•La política económica está cada vez más dominada por un capitalismo de Estado,
donde los reguladores prefieren operar con unos cuantos jugadores en
cada industria –convirtiéndolos en virtuales empresas paraestatales- lo
que le hace miserable la vida a las pequeñas empresas y a los
potenciales competidores e innovadores en el mercado.
•El gobierno podría emplear su inmenso poder para impulsar temas como: la innovación, el control de costos por medio de la competencia y la reforma del sistema de salud.
•Se debería avanzar una agenda orientada a construir capital humano para generar la fuerza de trabajo que el país requiere y lograr una revolución en materia de productividad.
•El corazón de la agenda de desarrollo del capital humano tiene que ser la reforma del sistema educativo.
•La productividad y la eficiencia no deben elevarse a costa de la seguridad financiera de las familias ni de la cohesión social. Por el contrario, deben ir de la mano para que se logre el desarrollo.
•El crecimiento económico derivado de
la competencia y la innovación ha sido, históricamente, la forma más
efectiva de reducir la pobreza, sobre todo cuando viene acompañada de un compromiso real por la movilidad social.
•México requiere tasas mucho más elevadas de crecimiento económico; sin crecimiento es imposible atender otras prioridades.
Este resumen del estudio muestra muchas de
nuestras debilidades e ilustra el reto que tenemos frente. Lo
significativo es que no se refiere a México. Es un análisis* sobre
EE.UU. y lo único que hice fue poner México donde decía “América”. El
mensaje es que, en un mundo globalizado, los retos del desarrollo no son
exclusivos de nuestro país. La realidad es que, a pesar de las reformas
de las décadas pasadas, el país se anquilosó y no ha logrado salir de
sus círculos viciosos.
En el ámbito económico, hay dos factores que
caracterizan a la economía mexicana. Uno es la existencia de dos
sectores industriales radicalmente distintos, uno enfocado a la
productividad y a la exportación, y otro enteramente enfocado al mercado
interno. Típicamente, los primeros compiten con los mejores del mundo,
los segundos viven precariamente, protegidos, en algunos casos, por
aranceles o subsidios, pero en la mayoría por tradiciones y formas
ancestrales de actuar de los consumidores. El otro factor que
caracteriza al país en general, y no sólo a la economía, es el hecho
factual de que el gobierno, a los tres niveles, no se ha modernizado.
Esto ha producido una circunstancia excepcional: tenemos empresas del
primer mundo pero un gobierno del quinto.
Este hecho no es fruto de la casualidad. Las
reformas de los años ochenta forzaron al sector privado a competir, pero
no hicieron lo mismo para el sector paraestatal, la mayoría de los
servicios o el gobierno mismo. Es decir, se abrieron las importaciones
de bienes, lo que forzó a los fabricantes a competir o morir, pero nada
similar ocurrió con los servicios, lo que producen los monstruos
energéticos o el gobierno. Ahora, en pleno siglo XXI, tenemos que lidiar
con las consecuencias de lo que no se hizo. Ese es, en el fondo, el
argumento de Yuval Levin, autor del texto que cito arriba.
La gran pregunta para el nuevo gobierno es si
tendrá la disposición, y la capacidad, para reformar al sistema de
gobierno que caracteriza al país. Es ahí donde yacen nuestros más
grandes problemas, donde se esconden los intereses más mezquinos y donde
se preserva el statu quo como si esa fuera la razón de ser del gobierno
y del país.
El riesgo en esta era de cambio es que
caigamos en el voluntarismo producto de la arrogancia: “los anteriores
eran muy torpes, nosotros si sabemos cómo”. En realidad, los problemas
del país trascienden partidos y no son resolubles nada más con voluntad.
Lo que se requiere es visión (claridad de qué es necesario hacer);
poder (capacidad y disposición para doblegar a los intereses que
defienden y se benefician del statu quo y que, en su abrumadora mayoría,
son parte integral de la coalición priista); y el para qué: es decir,
comprensión de que el objetivo histórico del PRI (proteger los intereses
de la familia revolucionaria) es insostenible y que lo único relevante
en esta época es crear una base de riqueza que fortalezca al país,
genere empleos, haga posible el desarrollo y reconozca que sólo un
sector privado competitivo y no protegido será capaz de lograrlo.
El país requiere una transformación radical.
Hace décadas que tal posibilidad no está en las cartas, razón por la que
la oportunidad es tan extraordinaria y el costo de no avanzarla sería
tan elevado.
Luis Rubio es Presidente del Centro de Investigación
para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la
investigación en temas de economía y política, en México.
- 23 de julio, 2015
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