La atormentada transición de Cuba
El embargo de los Estados Unidos contra Cuba posterior a la Guerra
Fría es un claro ejemplo de intervencionismo internacional fallido.
Lograr que las sanciones funcionen, escribió Henry Kissinger en Los
Angeles Times, “depende de la capacidad de definir un objetivo
alcanzable”. Desde la caída del Muro de Berlín, los Estados Unidos no
han tenido un objetivo así en su política hacia Cuba. Nuestra política,
concebida para aislar a Cuba, ha aislado a los Estados Unidos.
Esto ha quedado mayormente demostrado de manera descarada en los
últimos veintiún años por el llamado anual de la Asamblea General de las
Naciones Unidas a levantar el embargo—al que La Habana demagógicamente
llama un “bloqueo genocida”—en virtud de que afecta adversamente a los
cubanos y la libertad de comercio internacional. (La votación en 2012
para condenar el embargo fue de 188 a 3). Hoy día Cuba no justifica este
extraordinario aislamiento. En 2010, el ex senador Richard Lugar, el
republicano por entonces de más alto rango en el Comité de Relaciones
Exteriores, señaló acertadamente: “Debemos reconocer la ineficacia de
nuestra política actual y tratar con el régimen cubano de un modo que
mejore los intereses estadounidenses”.
El embargo original remodelado
La administración Eisenhower reconoció al gobierno de Fidel Castro a
principios de 1959, pero pronto rompió relaciones diplomáticas e impuso
un embargo económico—intensificado en 1962 por el presidente John
Kennedy—porque Cuba nacionalizó propiedades estadounidenses y se
convirtió en un aliado de la Unión Soviética. El embargo era una parte
integral de la estrategia de los EE.UU. en la Guerra Fría contra el
bloque soviético y debería haber sido levantado después de que el bloque
colapsó, pero no lo fue. A pesar de algunas inquietudes atinentes a la
seguridad que existen hoy en día, incluyendo la captación de datos de
inteligencia china de la isla, y la extensa intromisión de Cuba en
Venezuela, estos desafíos no son disminuidos por el embargo.
Entre los partidarios del embargo con posterioridad a la Guerra Fría
se incluían algunos miembros del gobierno y de “think-tanks”, pero la
mayoría eran cubanos que habían huido a Miami después de que Castro tomó
el poder. Parecía posible que dada la crisis económica de Cuba que
siguió al repentino final de la masiva asistencia del bloque soviético,
un poco más de presión podría derribar a Fidel, pero eso requería
cambiar el enfoque del embargo desde la seguridad nacional de los EE.UU.
a la edificación de una nación en Cuba. El documento clave fue la
reveladoramente titulada Ley para la Libertad y la Solidaridad
Democrática Cubana de 1996 (conocida como la Ley Helms-Burton), que
sigue constituyendo el corazón de la política de los EE.UU..
El embargo será levantado sólo después de que sean tomados los pasos
decisivos hacia la democracia, el respeto por los derechos humanos y una
economía de mercado. La salida de los Castro es también necesaria. Sólo
uno de los seis “propósitos” establecidos en la Ley mencionaba (poco
convincentemente) a la seguridad nacional. Uno de los coautores, el
senador Jesse Helms, dijo que Fidel estaba sostenido por el dinero
extranjero y que su “Ley Helms-Burton” podría “ahogar” el “sistema de
respiración artificial que lo mantiene en el poder”. Lo dijo dieciocho
años atrás.
El presidente Bill Clinton firmó una ley para endurecer el embargo en
1992 y 1996 y el presidente George W. Bush hizo lo mismo una década
después. Pero las condiciones de vida de los cubanos no mejoraron. En su
lugar, Fidel utilizó las medidas “proactivas” estadounidenses para
justificar el mayor acoso y encarcelamiento de disidentes por presuntos
vínculos traicioneros con Washington. El caso más dramático fue en 2003
cuando 75 personas fueron arrestadas y condenadas a prolongadas penas de
prisión.
Las condiciones en Cuba hoy
En 2006, la enfermedad obligó a Fidel, hoy de 86 años, a traspasar de
manera informal el poder a su hermano Raúl. Raúl, actualmente de 81
años, se convirtió en presidente en 2008 y en jefe del Partido Comunista
de Cuba (PCC) en 2011. Una fuente cercana a la inteligencia cubana
informa ahora que Fidel padece Alzheimer y no sobrevivirá mucho tiempo.
El deceso de Fidel, esperan los analistas, aumentará las tensiones
internas y tal vez provoque otra migración masiva por mar. Raúl siempre
ha sido el hermano más pragmático y, a diferencia de Fidel, se encuentra
ansioso por aprender de las serias y sistemáticas reformas económicas
de las últimas décadas en China y Vietnam. Al asumir el poder, recalcó
inmediatamente algunos de los críticos pero previamente innombrables
desastres económicos de Cuba bajo Fidel, y se dispuso a “actualizar el
modelo económico”, una frase buenísima que enmascara la crítica a Fidel.
El PCC adoptó un anteproyecto para la “actualización” en 2011.
El decano de los economistas cubano-americanos, Carmelo Mesa-Lago,
considera a estas reformas “las más extensas y profundas” jamás
emprendidas por el gobierno. Sin embargo, el autor de Cuba en la era de
Raúl Castro (2012) agregó que distan mucho de las de China y Vietnam. El
corresponsal del New York Times Damien Cave ha caracterizado a las
reformas de Raúl como “capitalismo con esposas”.
Los problemas específicos van desde la infraestructura inadecuada y
la corrupción generalizada a los desincentivos impuestos por los
funcionarios que no entienden ni apoyan realmente la “actualización”.
Así, más de cinco décadas de estancamiento y dogmatismo ideológico
atrofiado todavía impiden la mutación de Cuba desde una dictadura de una
dinastía familiar retrógrada a una nación más moderna. En general, la
apertura socava el control del PCC, al igual que la ausencia de
reformas. Los lideres castristas también temen la pérdida de las dadivas
petroleras si el cáncer del presidente venezolano Hugo Chávez saca lo
mejor de él.
No han habido reformas de carácter no económico igualmente
significativas, aunque se ha producido una lenta marcha hacia una
libertad de expresión algo mayor que la existente durante la Guerra
Fría. La mayoría de los presos políticos de Fidel han sido liberados,
pero los críticos del gobierno bajo Raúl siguen siendo acosados y
detenidos y el defensor de la democracia Oswaldo Payá murió en un
“accidente” automovilístico en julio pasado. Sin embargo, algunos
cambios pueden mejorar la vida, siendo el más reciente la liberalización
de las leyes sobre los viajes al extranjero.
El legado de Castro
Cuando Fidel tomó el poder en 1959 formó un régimen
anti-estadounidense y anti-capitalista que rápidamente convirtió a uno
de los países relativamente más avanzados de América Latina en un lugar
atrasado, reprimido y económicamente estancado. El todavía icónico e
intocable caudillo es responsable de su propio legado, siendo las únicas
excepciones a sus miserables fracasos los programas un tanto
portentosos en materia de educación y salud.
Fidel tenía un talento inagotable para escoger a los aliados, las
ideas y las políticas que inflaron su imagen internacional por encima
de los intereses del pueblo cubano u otras naciones. El jefe del Partido
Comunista de Vietnam se concentró en el desafío básico de Cuba el año
pasado cuando afirmó que su visita a la isla le había convencido de que
la mayor necesidad de Cuba es “cambiar la mentalidad [del pueblo], desde
el nivel más alto hasta las bases”.
Una trágica ironía es que los exiliados cubanos que odian a Fidel lo
han apuntalado al apoyar el embargo, proporcionándole un chivo
expiatorio para sus fracasos. Los cubano-americanos más jóvenes, y los
recién llegados de la isla, son por lo general menos comprensivos con
las sanciones que los refugiados anteriores cuya compulsión a “ajustar
cuentas” con los Castro ha parecido a menudo dictada más por la venganza
que por la lógica o la realidad. Esto queda demostrado por el hecho de
que mientras la mayoría de los cubano-estadounidenses todavía apoyan el
embargo, casi el 85 por ciento considera que no ha funcionado bien o no
ha servido para nada, según una encuesta de 2011 realizada por la
Florida International University.
Una nueva política para Cuba
Desde principios de los 90s las políticas “proactivas” de los Estados
Unidos han hecho más por avivar que por reducir las tensiones internas
en Cuba, a pesar de que profesamos buscar una “transición pacífica”. La
mayoría de los legisladores estadounidenses han apoyado a los
cubano-americanos partidarios del embargo a pesar de que las encuestas
de Gallup han demostrado desde hace tiempo que la mayoría de los
estadounidenses favorecen las relaciones diplomáticas con La Habana y el
levantamiento del embargo. A fin de cuentas, los políticos no creen que
la política de Cuba sea lo suficientemente importante como para que
valga la pena azuzar los avisperos en el aún bastante militante y bien
financiado lobby pro-embargo. No sólo todos los candidatos
presidenciales incluido Obama apoyaron el embargo, la mayoría se ha
resistido incluso a discutirlo seriamente.
Este compromiso de los EE.UU. con una política fracasada ha dado a
Washington un “interés especial” en el denominado sector “independiente”
de la isla cuyos objetivos atraen a los estadounidenses. Pero
trágicamente, parafraseando al periodista Scotty Reston, los
estadounidenses harán cualquier cosa por estos disidentes excepto
escucharlos. Mis conversaciones con muchas personas en Cuba y en el
extranjero sugieren que la mayoría se opone al embargo y tres han
escrito artículos conmigo afirmándolo. Si estos disidentes fuesen objeto
de críticas concentradas del gobierno en los próximos años, muchos
estadounidenses se sentirán compelidos a intervenir incluso más
directamente—tal vez-militarmente—en su nombre.
Dos puntos se destacan: Cuba no representa una amenaza a la seguridad
como nuestra actual política la trata, y nuestras sanciones no
promueven las mejoras políticas, económicas y humanitarias deseables que
decimos que buscamos en la isla. La conclusión es que debemos basar
nuestra política en intereses atinentes a la seguridad nacional y en
realidades, no en sueños inalcanzables, por muy nobles que esos sueños
puedan parecer.
Durante su segundo y último mandato, y tras haber obtenido como
demócrata un apoyo electoral sin precedentes de parte de los
cubano-americanos de Miami, el presidente Obama se encuentra en
condiciones de hacer reformas serias, si tiene la voluntad de
realizarlas. Podría empezar por la resurrección de una propuesta de
1998-99—entonces respaldada por los ex secretarios de Estado Kissinger y
George Shultz, pero descartada por el presidente Clinton—para convocar
una Comisión Presidencial Bipartidista sobre Cuba para examinar
seriamente los pros y los contras de la política. Sin duda vería la
necesidad del cambio y sus conclusiones darían a Obama cobertura para la
acción.
Muchos cambios significativos pueden hacerse actualmente sin el apoyo
del Congreso, aunque desde 1996 el apoyo de este último ha sido
necesario para levantar totalmente el embargo. Las reformas inmediatas
deberían incluir: asegurar la liberación de Alan Gross, el contratista
estadounidense arrestado en 2009 por realizar su trabajo “proactivo”
financiado por el gobierno de los EE.UU., terminar los provocativos
programas “proactivos”; permitir más visitas a Cuba de todos los
estadounidenses, no sólo en su mayor parte de cubano-estadounidenses;
expandir el comercio más allá de los alimentos y las medicinas ahora
permitidos; alinear nuestra política de inmigración de Cuba con nuestras
políticas hacia los inmigrantes de otros países; incrementar las
discusiones con los líderes políticos y militares de Cuba sobre asuntos
de interés mutuo y mirar objetivamente a las reformas actualmente en
curso y decidir cómo Washington puede promover el cambio mientras
apacigua en lugar de promover los conflictos y tensiones internas.
Independientemente de lo que hagamos, debemos deshacernos de nuestro
enfoque quid pro quo que mantiene a los cambios esenciales de la
política de los EE.UU. como rehenes de los repetidos “vetos” tanto de
los cubano-americanos en los Estados Unidos y de los castristas en La
Habana.
Traducido por Gabriel Gasave
William Ratliff es Asociado Adjunto en The Independent Institute,
Investigador Asociado en la Hoover Institution de la Stanford
University, y un frecuente escritor sobre temas de la política exterior
china y cubana.
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